Liturgia: San Isidoro
Celebramos hoy en
España la fiesta litúrgica de San Isidoro, un pozo del saber de su época, que
lo dejó plasmado en su obra: Etimologías
donde toca todas las ramas del saber de su época con una autoridad profunda. A
esa característica de la sabiduría del santo han ido dirigidas las lecturas de
esta fiesta, a la que se le aplica de manera directa el evangelio de Mt.5,13-16: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos: -«Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa,
¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. La sal
tiene dos efectos principales: de una parte sazona, da sabor, hace agradable el
alimento al paladar. La verdadera sabiduría, la que Cristo trae, está por
encima de las ciencias humanas y hace agradable a la persona al paladar de
Dios, a la vez que habla alto para buscar que se eviten podredumbres en la vida
de los hombres.
Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo
alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del
celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y
den gloria a vuestro Padre que está en el cielo. Sabiduría
que está destinada a alumbrar, a iluminar, a dar sentido a la vida. La
naturaleza de la luz es darse, es comunicarse. Porque la luz no sólo es la que se
expande desde un foco de luz sino la que procede de un foco de fuego. Y lo
propio del fuego es extenderse, abrasar todo lo que encuentra en su camino.
Para eso está la sabiduría que Cristo nos pone a la vista, la que va mucho más
allá del saber humano, con ser el saber humano un valor cuando es verdadero
saber.
Me sirvo del comentario de Fray
Manuel Santos Sánchez. O.P. para completar esta explicación. “Debemos ayudar a
nuestros hermanos a saborear la vida, a encontrar el sabor y el sentido de
nuestra existencia. Debemos evitar que su vida se corrompa, vaya por los
senderos contrarios y se encuentren con la tristeza y el vacío.
Con harta frecuencia la vida los
hombres está rodeada de tinieblas, de no ver claro sobre el sentido de nuestra
vida, de no ver claro de cuál debe ser nuestra conducta ante las distintas
situaciones de nuestra existencia. Debemos ayudar a nuestros hermanos a ver
claro. Les debemos regalar, con nuestras palabras y nuestra vida, la luz que
Jesús nos ha regalado. “Yo soy la luz del mundo, quien viene detrás de mío no
andará en tinieblas”.
Se
elige una 1ª lectura para contrastar la sabiduría de San Isidoro, Doctor de la
Iglesia, con lo que realmente importa en la vida cristiana. Isidoro fue un
bastión de sabiduría y enseñanza en la Iglesia de su tiempo, pero no es esa su
nota de dignidad y santidad. 1Cor.2,1-10, nos aporta un texto definitivo de San Pablo
para dejarnos patente que la verdadera sabiduría es la ciencia de Jesucristo
crucificado… Yo,
hermanos, cuando vine a vosotros a anunciaros el misterio de Dios, no lo hice
con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de
saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado. Me presenté a
vosotros débil y temblando de miedo; mi palabra y mi predicación no fue con
persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu,
para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el
poder de Dios.
Pablo expresa que la sabiduría de que
él puede hacer gala no es la sabiduría que se tiene en el aprendizaje de la vida:
Hablamos, entre los perfectos, una
sabiduría que no es de este mundo ni de los príncipes de este mundo, que quedan
desvanecidos, sino que enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida,
predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria. Ninguno de los
príncipes de este mundo la ha conocido; pues, si la hubiesen conocido, nunca
hubieran crucificado al Señor de la gloria.
La sabiduría de Pablo y de los
cristianos está más allá de lo manejable:
«Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha
preparado para los que lo aman.» Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu. El
Espíritu lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios. La sabiduría
cristiana es la que pone en nosotros la Gracia de Dios, la acción del Espíritu.
Una sabiduría que no se adquiere estudiando sino orando; no por los esfuerzos
humanos sino por el don de Dios. Queda fuera del alcance de manipulación de los
hombres. Sólo se adquiere por la petición humilde y actitud simple del alma que
se sitúa a la escucha de Dios.
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