PRIMER VIERNES
Liturgia:
Hoy salta la noticia desde lo que
había sido una reacción del pueblo, a la intervención de los jefes religiosos
de Israel. Hech.4,1-12. Estaban Pedro y Juan hablando al pueblo y llegaron los
guardias de parte del sumo sacerdote y encerraron en la cárcel a los dos
apóstoles. Y la acusación, al día siguiente era: ¿Con qué poder o en nombre de quién habéis hecho eso? “Eso” esa la
curación del paralítico del templo.
Responde Pedro, con la luz del Espíritu Santo: Porque hemos hecho un bien a un enfermo nos
interrogáis para averiguar qué poder ha curado a ese hombre. Parecería que
no era eso de la incumbencia del sumo sacerdote. Había habido un hecho y los
hechos hay que aceptarlos como realidades que están ahí.
Pedro
aprovecha la oportunidad para llevar hasta los jefes religiosos la respuesta
que está dando a todas las gentes que se les han acercado a ellos. Pues
quede bien claro que con el poder de
Jesús Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y Dios lo resucitó de entre
los muertos. Este núcleo esencial de la predicación cristiana, [el kerigma] que antes les había
presentado a las gentes del pueblo, ahora lo presenta con la misma lucidez y
fuerza a los jefes religiosos: La piedra
que desechasteis vosotros los arquitectos, ha venido a ser la piedra angular.
Y ya concluye
para dejar el punto zanjado en su misma raíz: bajo el cielo no se nos ha dado otro nombre
que pueda salvarnos.
Llegamos en el evangelio al capítulo 21 de san Juan, una
pieza maestra, y que supone el final de las apariciones de Jesús en las
narraciones de este evangelista. Como en todas las apariciones que se detallan
en los otros 3 restantes, se da el factor sorpresa y el factor “ignorancia”. El
factor sorpresa porque aparece Jesús dónde y cómo no se imaginan. El factor
ignorancia porque no llegan a conocer que es Jesús el que se ha presentado
sorpresivamente.
Sucede “tras esto”, cuando ya San Juan había puesto el
punto final a su evangelio. Por lo mismo es un capítulo añadido, sin referencia
de tiempo. Ocurre en la ribera del Lago de Genesaret, y están presentes 7
apóstoles que, por decirlo así, no tienen aún una misión o una labor. Está
entre ellos Simón que, como es su modo de ser, decide por su cuenta lo que él
va a hacer: Voy a pescar. Los otros
seis asienten: Nosotros vamos contigo.
Y salen a pescar al atardecer y pronto se topan con la
realidad: no hay pesca. Y en vez de volverse a la playa, optan por quedarse en
el mar e intentar, de tiempo en tiempo, echar la red. Pero sin éxito. Y así
pasan la noche.
De madrugada un hombre desde la orilla les pregunta si
tienen pescado. La respuesta escueta revela el estado anímico de los siete. Un
simple ‘No’ que lo dice todo. Y el
visitante todavía les insiste, diciendo a los pescadores lo que tienen que
hacer: Echad la red a la derecha de la
barca y encontraréis. Y pescan una gran cantidad de peces.
Conclusión que se le viene a la mano al discípulo amado es
que aquello que ha sucedido es el Señor. Aquel personaje de la
playa, ES EL SEÑOR. Y se dibujan los caracteres de las personas, con un Simón
que no puede contenerse y se echa al mar para llegar hasta el Señor, y los
otros 6 que vienen remando la corta distancia que los separaba de la arena.
Simón cuenta los peces, y son 153 peces grandes.
Pero lo llamativo es que antes que llegaran con la barca.
Ya estaba asándose en la playa un pescado, y había preparado pan. Y Jesús
invita a los siete a sentarse a desayunar.
El relato nos dice a continuación que ninguno se atrevió a preguntar al hombre aquel: ‘Tú, ¿quién eres?’,
porque SABÍAN que era Jesús. Diríamos que Jesús aun no se ha revelado
abiertamente. De lo contrario esa frase sobraba. Pero los hechos, que no son
nuevos para algunos de los presentes, les manifiestan que no hay otra razón que
explique todo aquello que SABER que es EL SEÑOR.
Estaríamos ante una experiencia de fe. Una experiencia que
no tiene la evidencia del VER y conocer, sino del SABER por los efectos que
aquel conjunto de cosas que se han producido, no tiene más que una razón: que
Jesús ha resucitado y que Jesús es ahora EL SEÑOR. Y yendo más adelante
todavía, sería la capacidad de descubrir en los acontecimientos todos, los
agradables o los desagradables, que, más allá del misterio de por qué las cosas
suceden de un modo o de otro, detrás de todo acontecimiento podemos y debemos
descubrir que ES EL SEÑOR.
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