Liturgia:
Hech.5,17-26 trae uno de varios
momentos en que se produjeron sucesos fuera de lo común a favor de los testigos
de la resurrección, los apóstoles. Dios velaba porque quedara muy patente que
había una firma divina detrás de aquellas predicaciones y manifestaciones de
los testigos, y esa firma fue el milagro.
Hoy tenemos el de la liberación prodigiosa de los
apóstoles. El Sumo Sacerdote y los saduceos –partido al que pertenecía el sumo
sacerdote- detienen a los apóstoles y los meten en la cárcel.
Por la noche el ángel de Dios les abre las puertas y los
saca y les encomienda que sigan enseñando al pueblo. Cuando por la mañana se ha
reunido el Consejo y el pleno del senado israelita y mandan traer a los presos
para juzgarlos, los guardias vienen asustados y con las manos vacías, comentando
que han ido a la celda, la han encontrado cerrada, con las barras de seguridad
echadas y los centinelas guardando las puertas, pero al llegar a la celda la
han encontrado vacía.
Nadie acierta a explicarse lo que ha pasado. Desde luego no
hay explicación natural. Y se comprende que debieron quedarse perplejos, aunque
seguro que a más de uno se le puso en la mente que allí había una intervención
de Dios a favor de aquellos hombres.
En esa situación se presenta uno a avisar que los hombres
que habían apresado la víspera estaban predicando en el templo y siguen
enseñando al pueblo. Razón de más para pensar que aquí hay una mano más
poderosa, aunque no quieran dar su brazo a torcer. Y en vez de reconocer que
algo sobrenatural hay en todo esto, optan por salir los propios jefes hasta
donde estaban los apóstoles y traérselos sin emplear la fuerza, porque el
pueblo estaba de parte de esos hombres que les mostraban el camino de la
salvación.
Hoy se queda ahí el evangelio del día, pero ya seguirá la
secuencia. Con lo visto hasta aquí, cualquiera podría pensar que aquellos jefes
tenían razones para dudar de ellos mismos. Eran testigos de un prodigio y eso
no lo inventan ni lo pueden llevar a cabo los humanos y las fuerzas humanas. La
conclusión debería ser patente. Pero cuando hay ofuscación, ni los hechos
sobrenaturales tienen la fuerza de persuadir. Así veremos que ocurre en esta
ocasión.
Jn.3,16-21 es muy rico en grandes principios. Los presenta
el evangelista dentro de la conversación que está exponiendo Jesús a Nicodemo.
Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que
creen en él. Estamos ante una balanza. En un platillo los hombres con su
carga de pecado y la amenaza de perdición. En el otro platillo la vida del Hijo
único. Y Dios entrega (=entrega a la
muerte) a su Hijo único para que se salven los hombres.
Porque Dios no mandó
su Hijo al mundo para condenar al mundo sino para que el mundo se salve por él.
Otra gran afirmación, otro gran principio de vida. Dios no ha mandado a su Hijo
como juez que condena a un mundo que merece la condena. Dios envía al Hijo
único como el que reparte justicia (=misericordia y perdón)…, no para condenar
sino para justificar, no justiciero sino justificador…, para que mundo se salve por él.
¿Qué se le exige a ese mundo para obtener tal beneficio?
¡Que crea en el Hijo único! El que cree
en él, no será condenado. El que no cree ya se ha condenado a sí mismo porque
no ha creído en el Hijo único de Dios. Ante el mundo Dios ha dispuesto una
mesa llena de beneficios y prendas de salvación. Ahora le toca a la persona ir
y tomar aquel obsequio. El que no quiere acercarse a recogerlo, se queda sin
él. Nadie se lo ha impedido. Es el propio individuo el que se niega a
aprovecharse del regalo. Es el propio individuo el que se ausenta.
Por eso continúa Jesús diciendo: Ésta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo y los
hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues
todo el que obra perversamente, detesta la luz y no se acerca a la luz, para no
verse acusado por sus obras. [Sería un texto clave para aquellos que
pretenden negar la eternidad del infierno, basándose en la bondad de Dios. Es
que son los propios individuos quienes se han negado a la luz, porque sus obras
son malas].
Por el contrario, el
que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están
hechas según Dios.
Dios me ama y me ama mucho. Nos ama hasta el extremo. Nos ama tal y como somos. No hay una seguridad mayor que le sobrepase. Nos conoce y nos ama gratis; tanto nos ama que ha dado su vida para redimirnos. Somos sus hijos; no nos deja nunca , siempre está presente ante cualquier circunstancia. No podemos alejarnos porque lejos de Él viviríamos en la oscuridad y en el peligro. Como cristianos, debemos pedirle ayuda para las personas que todavia no lo conocen.
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