Mañana es PRIMER VIERNES,
Jornada Mundial de Oracion del Papa
Liturgia:
Yo establecería como paradigma de la
liturgia de este día la 2ª parte de la primera lectura (Jer.17,5-10) en la que
se afirma la bendición de Dios en todo
el que confía en él. Y se le compara –con imagen bella oriental- con el árbol plantado junto a la acequia que,
junto a la corriente echa raíces y cuando llegue el estío su hoja estará verde.
El que pone su vida en la mano de Dios y a él se confía, tiene toda la lozanía
y vitalidad de ese árbol que recibe la frescura constante del agua que riega
sus raíces. Confía en el Señor y no teme. No tiene de qué temer. El Señor está
con él y él está con el Señor. Ese corazón está regado por la savia divina,
Dios lo penetra, sondea sus entrañas y da al hombre el premio de su conducta.
Pero advierte juntamente que nada más falso y enfermo que
el corazón, porque el corazón puede apegarse a lo humano, a lo material, y
abandonar a Dios. De ahí la primera parte de esa lectura, en la que se declara
la maldición que sobreviene al que pone
toda su confianza en el hombre y en sus riquezas, y en lo humano busca su
fuerza, apartándose del Señor. La comparación es todo lo contrario de la
anterior: ni agua, ni frescura para las raíces, ni terreno húmedo: el que se
apoya en el hombre y en los valores humanos es como un cardo en la estepa que se seca con los ardores del desierto.
Son las dos imágenes: de la persona espiritual y de la
persona carnal (”carnaval”) que se enfrentan en la experiencia popular de la
cuaresma. Persona que pone su sentido en Dios y por lo tanto camina en un
intento de elevación; y persona que se echa a las espaldas el valor mismo de la
persona para sólo divertirse y buscar lo que le es placentero y deja a un lado
su dimensión de persona.
El evangelio es elocuente para dar el juicio sobre esos dos
tipos de personas (Lc.16,19-31): El rico –sin nombre- es el carnal, el que ha
puesto toda su confianza en su diversión y su comodidad, y ha perdido la
dimensión humana, sensible, caritativa. Vive sólo para él y para gozar él. Su
destino es la muerte y entonces no tener más reconocimiento que el enterramiento.
Ahí se le acaba todo. Porque lo que le viene a continuación es la maldición del
que sólo puso su confianza en el hombre, y ahora se conformaría con que el pobre al que
despreció en vida, le pusiese una gota de agua fresca en la lengua, porque la
herencia que ha ganado es abrasarse en aquellas llamas.
Al otro lado está el mendigo Lázaro, un hombre al que se le
ha negado hasta el desperdicio de la mesa del rico. Pero que a su muerte,
vienen los ángeles para llevarlo al seno de Abrahán. Una persona que así es
bendecida por Dios porque no se apoyó en lo humano y padeció la carencia sin
revolverse contra los abusos del ricachón. Su vida ahora es una vida fecunda:
sus raíces han recibido la humedad de esa acequia de Dios, que le hace mantener
sus ramas verdes en el estío.
Son nuevamente dos imágenes de cómo se afronta la Cuaresma.
Ahora Lázaro goza en el seno de Abrahán porque su padecer en vida (y padecer
paciente y humilde) le ha granjeado ese nuevo estado. El rico recoge lo que
sembró: soledad y no tener ahora ni la posibilidad de la gota de agua fresca en
su lengua. Pero ni la posibilidad de que ahora su fracaso pueda hacerlo conocer
a los suyos, para que no vengan a este lugar de tormento. Antes le bastaba
mover un dedo para tener a sus órdenes a toda la servidumbre. Ahora no tiene ni
la posibilidad de hacer que el pobre avise a sus hermanos… Ahora es un don
nadie. Ahora vive la maldición del que sólo pensó en sí y puso su confianza en
la materia.
Esta terrible imagen es la que se va a encontrar este mundo
de hoy asentado en el placer y en el dinero y en la soberbia. Ahora cree
tenerlo todo, dominarlo todo y vivir la plenitud del que no echa nada en falta
porque parece disfrutar todo lo que desea. Pero la vida tiene una línea
divisoria que separa claramente la mentira de la verdad. Y la verdad está a la
otra parte, que es cuando se hace el balance real de lo que cada cual lleva
entre manos. El hombre espiritual ha vivido estrechándose, dominándose,
careciendo de muchas cosas. Se encontrará con el tesoro multiplicado al ciento
por uno. El hombre “carnaval” se ha divertido y ha convertido su vida en
diversión, en paja. Y eso es lo que se va a encontrar: la carencia misma. ¡Y la
carencia de Dios!, la paja que sólo sirve ya para arder.
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