Liturgia:
Continuando un aspecto de ayer
–domingo “Laetare”, o de alegría- hoy vuelve la 1ª lectura (Is.65,17-21) a
incidir en ese tema del gozo, que proviene de la promesa de Dios de crear un mundo nuevo y una tierra nueva
en la que lo pasado ya no cuenta y lo que viene nuevo es de gozo y alegría
perpetua.
Tiene su importancia para muchas almas esa afirmación de
Dios: “de lo pasado no habrá recuerdo”,
siendo así que hay personas –y no pocas- para quienes el pasado pesa
excesivamente. Y en cierto modo se vive más que el presente, y no con buenos
recuerdos sino con evocaciones angustiosas de lo que se hizo o no se hizo.
El pasado ya no contará, porque lo que Dios plantea es un
mundo nuevo de gozo y alegría.
Y eso se concreta en transformar
a Jerusalén en alegría y su pueblo en gozo, donde no habrá niños malogrados
ni adultos que no colmen sus años. Y con la hipérbole típica oriental, nos
afirma que será joven el que muera a los
cien años. Construirán casas, plantarán viñas y comerán de sus frutos. Una
imagen de esa felicidad que Dios promete y que nos debe llevar a una visión
gozosa de la Cuaresma, demasiado encorsetada muchas veces en el sentimiento de
la mortificación, pero que tiene otras vertientes que nos deben crear
sensaciones de optimismo. Por eso es el mirar hacia adelante y no empecinarse
con el pasado, el cual Dios mismo olvida para crear ese mundo nuevo que ha
prometido.
[La verdad es que hoy
nos hiere la noticia de la muerte del niño Gabriel. Y nos hiere más cuando
hemos leído que “no habrá niños malogrados”. Lo que nos da a sentir la
diferencia del proyecto de Dios y la realidad humana, tan cruel, que es capaz
de anular la palabra de Dios, y toparnos con la tremenda noticia de un niño que
comenzaba a vivir y que le han truncado la vida por causas que más o menos
pueden sospecharse pasionales]
Afianzando el sentimiento de esperanza de la 1ª lectura, el
evangelio (Jn.4,43-54) nos aporta un caso de alegría profunda en aquel
funcionario que había llegado a Jesús con el alma en los pies, porque su hijo
estaba muy grave, y ya no tenía más recurso que Jesús. Jesús acababa de llegar
a Galilea, donde los habitantes lo recibieron muy bien por todo lo que había
hecho allí durante la fiesta. En ese clima de fiesta se presenta compungido el
funcionario porque su hijo está muriéndose.
Jesús comentó que siempre estaban necesitando ver signos, y
el funcionario prescinde ahora de eso e insiste: Baja antes de que se muera mi niño. Y Jesús le afirma con rotundidad:
Anda, tu hijo está curado. El hombre
creyó en la palabra de Jesús. Ésta es una afirmación hermosa. Destrozado
anímicamente como estaba y necesitando –según él- que Jesús bajara a su casa,
le acaba tranquilizando la fe plena en la palabra que le ha dicho Jesús.
Y se fue para su casa y conforme iba bajando le vienen al
encuentro unos criados para comunicarle que su hijo está sano. Y comprobando la
hora de la mejoría, coincide precisamente con la hora en que Jesús le dijo que
su hijo estaba sano.
Concreta el evangelista que éste fue el segundo signo de
Jesús en Galilea. El primero había sido el de la conversión del agua en vino.
Ha sido una confirmación del espíritu de alegría que se
respira en este lunes de Cuaresma. La alegría que se plasma en aquel hombre que
ha pasado de estar rozando la muerte a sentir la vida. La alegría que se vive
cuando la fe es tan grande que se fía uno de la palabra de Jesús sin dudar en
absoluto y fiándose del corazón del hombre bueno que le ha dicho: Tu hijo está
curado.
Como ayer no quedó espacio para otro comentario, no me
detuve en el SALMO, que ciertamente no llena el alma. Esa repetición de “Que se me pegue la lengua al paladar, si no
me acuerdo de ti” equivaldría en una expresión occidental a: “Antes morir
que pecar”. Hay que entender en qué contexto se pronuncian aquellas frases del
Salmo, mucho más llamativo si se lee entero. El pueblo judío estaba deportado y
preso en Babilonia. Los naturales del país le piden a los judíos que les canten
canciones típicas judías. A lo que el pueblo, destrozado responde con esa
expresión: Antes se me peque la lengua al
paladar que cantar canciones de Dios en tierra extranjera.
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