Liturgia:
“¿Qué
Dios hay como tú, que perdonas el pecado y absuelves de la culpa al resto de tu
heredad? No mantendrá por siempre la ira, pues se complace en la misericordia.
Volverá a compadecerse y extinguirá nuestras culpas, arrojará a lo hondo del mar
todos nuestros delitos. Serás fiel, compasivo, como juraste a nuestros padres
en tiempos remotos” (Miq,7,14-15.18-20).
He dejado el texto del profeta, que hace de pórtico al
evangelio de hoy. Y no necesita comentario sino gozarse en el mismo texto y abandonarse
en esa misericordia compasiva de Dios. El resto lo hace ya el evangelio del
PADRE BUENO, que hoy nos toca, como joya de la Cuaresma, como síntesis de todo
lo que podemos meditar sobre nuestra conversión. Sólo que en vez de mirarla
desde nuestro quehacer, lo dejamos en manos del amor perdonador de Dios.
Hay una expresión en San Pablo que ahora se ha dado en
traducir de otra manera, y que sin embargo tiene pleno sentido en su
tradicional expresión: “Dejaos
reconciliar por Dios”. Algo que deja la iniciativa a Dios, que es quien
realmente reconcilia y se abre a la criatura. Y ese es el contenido de la
parábola de la misericordia, en Lc.15,1-3.11-32.
La pronuncia Jesús a propósito de lo cuadriculados que eran
los fariseos, que apartaban de su ámbito a los publicanos o los que ellos
señalaban como pecadores. Y Jesús quiere mostrarles el muy distinto rasero de
Dios que, sin embargo no desecha a nadie, ni siquiera a los fariseos, aunque
tiene que corregirles su modo de enfilar la vida. Y por eso Jesús presenta a un
padre que ama igualmente a sus dos hijos, con ser tan distintos uno y otro: uno
es un cabeza loca (“un pecador”) y el otro un cumplidor cuadriculado…, pero con
resabios que escupe contra su padre en el momento que se le vienen a la boca.
Los dos son hijos y a los dos los ama su padre.
El primero acaba por pedir su parte y se lanza a una vida
licenciosa, libertina, lejos del ámbito de influencia de su padre. Acabará
cayendo muy bajo, incluso pasando hambre, porque ha perdido todo el dinero de
su herencia, que había pretendido disfrutar a su manera.
El otro se mantiene firme en la hacienda familiar, fiel
cumplidor de todas sus obligaciones…, y más allá de ellas. Pero vomitando
rencor hacia su hermano y quejoso de su mismo padre. Es el aparente hijo
modelo, pero con el corazón sucio.
El padre lo observa y sabe cómo es y los pensamientos que
lleva dentro. Pero lo respeta. No lo vigila. No le gusta su manera de
reaccionar. Pero es su hijo.
Del otro experimenta mucha compasión. Ha sido un hijo loco,
un hijo desagradecido. Un desgraciado, al fin de cuentas. Y por eso le atrae la
atención y hasta cada día sale el padre al camino a ver si lo ve volver. Porque
no le guarda recelo. Le tiene lástima. Le tiene amor, ese que se hace más
sensible cuanto más desgraciado es el hijo.
Y el día que barrunta que aquel desharrapado individuo que
viene por el camino puede ser su hijo, el padre se echa a correr hacia él y
cuando lo tiene delante se le vuelca en besos y abrazos, agarrado a su cuello,
sin dejarlo siquiera hablar cuando el hijo quiere disculparse. Pretendía
humillarse ante su padre, y el padre no lo deja. Para ese padre lo que vale es
que era un hijo perdido y lo ha
encontrado.
Ahora, sin mediar más palabras, lo que quiere es que los
criados lo pongan en planta con todos sus derechos, desde el vestido al anillo,
desde las sandalias al banquete. Dejaos
reconciliar por Dios. Sólo le queda que hacer eso a aquel hijo: dejarse
querer, dejarse perdonar, dejarse agasajar, ser restituido a la dignidad de
hijo.
No lo entendió así el otro hijo, el “cuadriculado”, el
“perfecto” el que nunca había faltado en nada…, pero que ahora echa por esa
boca toda la bilis acumulada: ese hijo
tuyo, al que le matas el carnero cebado, y a mí no me has dado un cabrito para
holgar con mis amigos… Ahí se retrata. El “hijo modelo” no era tan modelo.
No sólo carga contra “ese hijo tuyo” sino contra el padre: “a mí que te he
servido no me has dado un cabrito…”
El padre, que es tan padre del uno como del otro, le
corrige amorosamente: Hijo mío (ya es
un toque de delicadeza); todo lo mío es
tuyo (no hacía falta que yo te diera el cabrito; lo tenías ahí y podías
cogerlo); ese hermano tuyo
(advertencia de que “el malo” es tan hijo como él) ha vuelto y había que festejarlo. Para Dios lo importante es estar
en la “casa paterna”; dos hijos diferentes, pero los dos bajo la mano paternal.
Cada uno a su manera, pero con humildad por parte de los dos, aunque con
historias tan diferentes.
La parábola del "Hijo Pródigo" es sin duda, uno de los más claros ejemplos de que Dios es bueno, paciente, amoroso, misericordioso; lento a la cólera y rico en piedad;
ResponderEliminarLa figura del hijo descarriado, es un claro ejemplo de cómo la rectificación en su tiempo tiene una recompensa, y que a veces no hay mal que por bien no venga.
También me muestra que siempre hay alguien que mira con recelo al hijo que regresa. Se me viene ahora a la mente el caso de San Pablo y su conversión, como costó trabajo que otros apóstoles lo aceptaran.
Pero tanto uno como otro están bajo la paternal mirada de la misericordia, no exento de corrección al protestón que le desagradó el regreso del hermano.
Papá Dios esperaba a su hijo asomado a la ventana...El hijo se dejó llevar por un pecado muy común: el egoísmo; no luchó y, encerrado en sí mismo,tomó el peor de los caminos que le obligó a romper sus relaciones con el padre y con el hermano...está sólo, el sentido de la realidad lo ha perdido; gasta en francachelas todo su dinero; porque ha perdido su dignidad y está en una situación en la que no es capaz de hacer valoraciones...Desde la más profunda de las depresiones le sacó el AMOR del Padre. El AMOR de PAPÁ DIOS SIEMPRE NOS REINCORPORA A LA COMUNIDAD. El Señor es nuestra fortaleza.
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