Liturgia:
Oseas es el profeta del dolor y la
esperanza, del pecado y la misericordia, de la amenaza y el perdón. Oseas se
expresa en ese doblo tono y representa los sentimientos de Dios ante un pueblo
adúltero que se ha apartado de él, al que finalmente perdona y reproduce con él
“el viaje de novios”.
En 6,1-6 presenta las dos vertientes: El pueblo cuya bondad es como nube mañanera, como
rocío de madrugada, que se evapora, y contra el que se produce la ausencia
de Dios, expresada en imágenes humanas: Os
herí por medio de profetas, os condené con palabras de mi boca.
Ante eso, ante la
aflicción, madrugarán para buscar al Señor y
dirán: ‘Ea, volvamos al Señor; el nos desgarró, él nos curará; él nos
hirió, él nos sanará. Esforcémonos por conocer al Señor: su amanecer es como
aurora y su sentencia surge como la luz’.
Todo va expresado en formas muy humanas, como únicamente
podían entender y expresarse. Pero lo que queda siempre, detrás de esas
expresiones, es el Señor que cura, que venda la herida, que hace de la vida un
amanecer: Misericordia quiero y no
sacrificios, como acaba la lectura en cuestión, y como se repetirá en el
SALMO como un estribillo que inculca lo principal y se hace eco del modo de ser
del Corazón de Dios: Misericordia, Dios
mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa. Lava del todo mi
delito, limpia mi pecado.
Se nos ha dado un proceso de renovación en aquel pueblo, y
se ha abierto el camino que es del agrado de Dios: no los sacrificios de
animales sino el sacrificio del corazón, que se manifiesta en la misericordia.
Esa es la que Dios quiere en nuestros sentimientos.
El evangelio es uno de los textos clásicos que llevan
encerrada más enseñanza del modo de vivir de cara a Dios. Lc.18,9-14 nos
presenta dos personajes con dos modos totalmente opuestos de situarse ante Dios
en el templo.
De una parte, el fariseo. El hombre que más que orar viene
a “cobrar” por sus méritos adquiridos. Viene a presentarse a Dios con sus
“sacrificios y holocaustos”…, erguido en sus bondades y sus derechos: Oh Dios: te doy gracias porque no soy como
los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros… Es posible que fuera un
hombre honrado. Pero su actitud ante Dios es orgullosa y fanfarrona. Y en ese
orgullo de sus propios méritos, llega incluso a compararse y menospreciar al
otro personaje que estaba orando: un publicano. El publicano no se atrevía a
levantar sus ojos del suelo, y su oración es humilde, y humildes sus palabras y
sus sentimientos: Acuérdate de mí, Señor,
que soy un pecador.
El fariseo, mostrando sus méritos. El publicano, sus
pecados. ¿Hacia dónde se va en Corazón de Dios? Indiscutiblemente hacia donde
está la humildad, donde el Señor puede poner misericordia: Misericordia quiero y no sacrificios, que vendría a ser el slogan
de esta liturgia en el día de hoy, para expresar todo el pensamiento de Dios
sobre la vida de su pueblo. Y su pueblo somos nosotros.
Lo expresó Jesús de forma inequívoca cuando emitió su
juicio sobre estos dos personajes de la parábola. El fariseo sale de allí igual
que entró. Hinchado de sí mismo. Engreído. Como quien le hace un favor a Dios.
Se me antoja esas confesiones en las que la persona no
expresa nada de qué arrepentirse sino que saca a relucir todos sus méritos y
cumplimientos. Que no es algo del otro mundo. Se da con una relativa
frecuencia. “Yo no tengo pecados; yo no robo ni mato, yo cumplo; no haga daño a
nadie”. Y cuando se le quiere ayudar a expresar en algún grado un cierto
sentimiento de arrepentimiento, a todo lo que sea falta, dice que “yo no”.
¿Tendrá conciencia final de haber sido perdonado por la absolución del
sacerdote que, quizás le ha avisado del riesgo de invalidez de tal gesto de
apariencia sacramental? Jesús dice que el fariseo salió sin ser justificado
(sin quedar perdonado).
Por el contrario, el publicano, que presenta su vida como
la de un pecador –y de seguro que tenía en su haber muchas cosas buenas-, sale justificado.
Aquí lo verdaderamente importante es ese juicio emitido por
Jesús, que nos deja a las claras que el pecador que se reconoce pecador, es el
que recibe de Dios la misericordia.
El fariseo se sentía muy orgulloso de ser como era. No tenía ningún inconveniente para cumplir y obedecer todo lo que estaba mandado. Al compararse con los demás, se veía superior en todo. El publicano, sin atreverse a levantar los ojos del suelo, estaba en silencio refugiado en la misericordia de Dios. Eterno Padre; por la dolorosa pasión de tu Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, ¡ten piedad del mundo!
ResponderEliminarEl fariseo y el publicano. Dentro de la Iglesia, tenemos estos dos tipos de seres humanos. Por un lado, el que quiere "sacar tajada" de las cosas de Dios, bien para llenar su orgullo personal y dar de comer a su vanidad, para sentirse alguien. Sentirse importante porque aparece ante los demás como alguien que está muy bien en su posición. Por encima de los demás incluso. ¡La posición lo demuestra!. Y se dirige a Dios, sabiéndose bueno y cumplidora. No necesita nada más. Seguir cumpliendo así.
ResponderEliminarEn cambio el publicano, se reconoce necesitado y pobre. Seguramente le han pisado muchas veces, y no entiende bien el motivo. Mira desde lejos, sin atreverse a levantar la mirada, y a pesar de su dolor no se revela, sino que se confía y se introduce bajo el manto protector de María y el Amor de Dios.
Este comentario lo publico poco más de un año después, y muestra que el Evangelio es una fuente inagotable de setenta veces siete matices diferentes:
ResponderEliminarLA PARÁBOLA DEL FARISEO Y EL PUBLICANO
Como todas las parábolas, este era un modo de enseñar de Jesús por medio de una historia a modo de ejemplo.
Cuenta San Lucas en su Evangelio dicha parábola y además es el único evangelista que la registra.
Iba dirigida originalmente a algunas personas que oían a Jesús y que "confiaban en si mismos como justos y menospreciaban a los demás".
Allí posiblemente también había otras personas que al oír a Jesús se daban cuenta de su condición de pecadores y miraban a Dios pidiendo misericordia.
Muestra dos actitudes diferentes dentro de la vida de un cristiano.
El fariseismo: prototipo de persona religiosa y bastante cumplidora de los preceptos y normas, pero que juzga al prójimo con desprecio, y el publicano, que se reconoce pecador delante de Dios y no se complica con juicios a los demás.