Liturgia: EN TUS MANOS ME ENTREGO
Cuando
todo está acabado, completo, perfecto, cuando –aun en medio de esa tortura de
la muerte inminente- puede tener constatado que ha hecho cuanto debía de hacer,
según los misteriosos proyectos de Dios-, Jesús se sabe ya en la última
hora. Pero nadie me quita la vida, sino que Yo la doy. Y en plena conciencia
de ello, toma su vida en sus manos (por decirlo así) y lo deposita en las del
Padre: En tus manos pongo mi espíritu. Todavía no es la muerte. Ahora, da un grito tan fuerte, impropio e
imposible en un crucificado, que queda admirado el centurión que estaba al
frente de aquella patrulla de vigilancia (y tan acostumbrado a ver morir
crucificados, con casi leves suspiros, sin poder sacar ya fuerzas de sus
pechos). E inclinó la cabeza, como
gesto previo del que se va a echar a dormir cuando “ha llegado SU HORA”, y expiró. Dueño total de la vida y de la muerte. El centurión, pasmado, exclama: Verdaderamente este hombre era HIJO DE DIOS. Había abierto San Marcos su Evangelio
diciendo: “Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios”. Concluye ahora el centurión romano afirmando que
“verdaderamente
era Hijo de Dios”.
Y por
si fuera a quedar duda, la naturaleza entera se conmueve ante la muerte de su
Creador. El sol de mediodía se eclipsa totalmente y suceden las tinieblas; un
terremoto hace chocar las piedras y abre los sepulcros. Los muertos salen
deambulando por Jerusalén. Y las gentes
se aterrorizan y echan a correr en aquella oscuridad hacia la ciudad dándose
golpes de pecho. Si el demonio había dejado a Jesús “para otra ocasión”
pensando entonces vencerlo, y se había creído vencedor en la muerte de su
adversario Jesús, ahora también ha perdido la partida. La estampida de aquellas turbas que se habían
mofado de Jesús, es la confesión más clara de que –por decirlo así- “el Hijo de
Dios ha bajado de la Cruz”, porque realmente ese Hombre, Jesús, ha aplastado la cabeza de la serpiente, y las
lenguas viperinas y blasfemas que se valieron del anonimato de la masa para
retar al propio Dios, tiene que golpearse el pecho en actitud de
arrepentimiento estremecido.
Todavía
hay una señal más fuerte que todas éstas. El
velo del Templo se rasgó por medio. ¡Aquello tocaba de lleno en los jefes
religiosos que promovieron la injusticia! Ellos, los defensores” del Dios
Yawhé, a quien guardaban celosamente en sus símbolos más sagrados contenidos en
el Arca, en el Santuario, oculto a las miradas profanas con aquel velo, ven
rasgarse su Presencia sublime, como el Dios mismo que rasga el misterio porque
ahora se ha hecho patente y tangible en la persona de aquel Crucificado que
ellos han despreciado y han pretendido quitar de en medio. Lo que ahora ha quedado superado ha sido el
período de la Alianza Antigua, y Jesús ha inaugurado una nueva y ya eterna Alianza de Dios con la humanidad, en la persona
de Jesús, Hijo de Dios. El “velo” que era Jesús-Hombre ha quedado desvelado y
Dios ha quedado al descubierto en JESÚS. Se aterrorizarán los demonios y los
que le hicieron de diablos humanos. Descansará Jesús en los brazos de su Padre.
Y María –con el grupo de incondicionales-, abrazada ahora a los pies de ese
hijo muerto, dejando correr sus lágrimas serenas por sus mejillas, también
entran en ese regazo de serena paz que da el final de unos tormentos tan
terribles de la persona querida. Ni huyen ni se asustan, ni se sorprenden. Allí
están contemplando la gloria de Dios.
Los
malhechores crucificados también guardan imponente silencio. Hasta el que había
atacado con sus palabras. Ahora está callado. Mirando en todas direcciones como
quien está viendo lo que nunca pudo sospechar. El otro sabe ahora que es hoy
mismo cuando volverá a encontrarse con ese “Rey de los judíos” que está
desplomado en la cruz de al lado, pero que tiene un Reino diferente. Los soldados, pasmados. Sin atreverse a moverse de donde están. El
centurión, anonadado. El silencio, que
sólo rompe el jadear agónico de los otros crucificados, y quizás los sollozos
más expresivos de María Magdalena, es la adoración del mundo hacia aquel JESÚS
NAZARENO, QUE VERDADERAMENTE ERA EL HIJO
DE DIOS.
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