Liturgia:
El tema que hoy se desarrolla en las
lecturas es el de la fidelidad a los mandatos y preceptos del Señor.
Deut,4,1.5-9 nos pone la exhortación de Moisés al pueblo sobre esa voluntad de Dios que está
expresada en mandatos y decretos que yo
os enseño, y así viviréis, entraréis y tomaréis posesión de la tierra que el
Señor, Dios de vuestros padres, os va a dar.
No son invenciones de Moisés: son los decretos y mandatos
que ordenó el Señor para que obréis según
ellos en la tierra que vais a entrar para tomarla en posesión. Guardadlos y
cumplidlos porque ellos son vuestra sabiduría y vuestra prudencia entre los
demás pueblos. Es un hecho que la legislación de Israel era la más perfecta
y adelantada, con orientaciones que no se habían cocido en mente humana, sino
que trasmitían la sabiduría, la prudencia y el toque de la mano de Dios. Los
demás pueblos decían: “Es un pueblo sabio y prudente esta gran nación”, porque
no había nación que tuviera sus dioses tan cercanos, con unos decretos y
mandatos tan justos como toda esta ley.
Una vez más hay que acudir a la experiencia actual para
descubrir que allí donde la Ley de Dios está en vigor, allí hay un orden y un
equilibrio superior que se sobrepone a todos los demás modos de dirigirse en la
vida. Aun admitiendo como real todo el desajuste que hay entre los criterios y
la vida (en muchísimos casos), los principios que se deducen de los
mandamientos de Dios son un seguro de equilibrio y de respeto propio y ajeno. Y
que bastaría aplicar a los noticiarios la criba de los diez mandamientos, para
ir encontrando a derecha e izquierda que un 99% de las noticias no serían si se
hubieran puesto en práctica los decretos y mandatos del Señor. Es la ruptura de
esos principios lo que origina esas noticias violentas, corruptas, tensas y
belicosas, de abusos de todo tipo…, lo que origina que el mundo vaya de cráneo
y se haya hecho una realidad que “el hombre es un lobo para el otro hombre”.
Cuando Jesús viene a llevar a plenitud la Ley de Dios
(Mt.5,17-19), advierte claramente que él no ha venido a anular los mandamientos
de la Ley de Dios, que siguen siendo el Decálogo de la justicia/santidad en las
tres direcciones de Dios-Yo-prójimos. Él los cumple y nadie puede echarle en
cara que ha pecado. Pero también es cierto que Jesús no se queda en la
materialidad de los preceptos primitivos, sino que los lleva a plenitud
interiorizándolos y poniendo a cada uno de cara a su propio interior para no
engañarse.
Jesús predica que hay que cumplir hasta el punto de la i en
lo que se refiere a esa Ley de Dios. Pero el “punto de la i” es mucho más que
un punto o un detalle (una tilde). Se trata de todo lo que hay bajo ese
“punto”…: y ahí queda el evangelio como desarrollo de toda esa ley de Dios, que
ya no tiene que enseñarse porque brota íntimamente en el corazón mismo de la
persona. Brota de su amor a Dios, de su plantearse la vida no como un
cumplimiento de mandatos sino como un intento continuado de agradar a Dios, cosa que siempre pide
un punto más. El amor es insaciable y todo el que ama o es amado quiere un
detalle más de ese amor. A Dios se le ha de agradar y entonces sus mandatos se
convierten en besos de respuesta al mucho amor que él nos muestra a cada
momento.
Dice Jesús que quien
cumple los mandamientos y enseña a cumplirlos es el más grande. Él es el
paradigma de esa afirmación. Por eso él es el más grande. Y el que no los cumple o enseña a no
cumplirlos, es el más pequeño. Por eso vivimos en una sociedad enana que ha
perdido su dimensión de altura y repta a nivel del suelo con tanta facilidad y
con tanta desvergüenza: porque la moda
ha sido abandonar a Dios, alejarse de la religión de Dios, y darse a lo
fácil y placentero a todos los niveles, y que la vida se convierta en
mantequilla.
Afirma Jesús, y es nuestro consuelo –aunque no lo veremos-
que antes pasarán el cielo y la tierra
que el que deje de cumplirse hasta la última letra de la ley. Yo me
congratulo en esa afirmación de Jesús. Repito que no lo veré, pero me da una
enorme satisfacción saber que Jesucristo será vencedor y que la ley de Dios
acabará siendo la norma que dirija la vida, o que la juzgue en última
instancia. Y que la verdad de que los preceptos y mandatos de Dios son los más
perfectos, acabará imponiéndose en el fin de los tiempos.
Jesús nos pide un poco más; es verdad que no matamos pero en nuestro corazón hay odio, .antipatía y desprecio. Cumplimos la Ley; pero en nuestro corazón no reina la ley del amor Los celos, la envidia, el deseo de imponernos a los demás destruye la convivencia. Jesús, esto lo ve y nos pide que demos ejemplo y que no haya guerras entre nosotros, nos pide que seamos mensajeros de su paz.
ResponderEliminarLa victoria final de la Iglesia llegará. Y dice San Juan que el que tiene esta esperanza (refiriéndose a la venida de Jesús) se purifica como el es puro.
ResponderEliminarNo hay duda, todo va a empeorar antes de la victoria final, porque así sucede siempre en la humanidad. Primero la crisis, luego el conflicto, y luego la ruina antes de la reconstrucción de las cenizas que quedaron, y la penuria y el sufrimiento de hacer las cosas contrarias que Dios enseña.
Pero Cristo Rey triunfa, ayer, hoy y por los siglos de los siglos. Amén.