Liturgia
El primer día de Pascua sigue teniendo eco en la liturgia
de los domingos posteriores, y hoy en el TERCER DOMINGO nos trae uno de los
sucesos que acaecieron el mismo domingo de resurrección, con lo cual quiere
irnos aportando experiencias muy vivas que tuvieron aquellos discípulos del
Señor tras la muerte acaecida el viernes anterior.
Ninguno creyó en la resurrección que Jesús había anunciado.
Las mujeres fueron al sepulcro a embalsamar el cadáver, Magdalena lloró porque no
sabía dónde lo habían escondido. Y dos discípulos del grupo se desaniman
porque, aunque llegan noticias esperanzadoras, sin embargo aún nadie ha visto a
Jesús resucitado. (Lc 24, 13-35)
Estamos con ellos. Son el prototipo de personas hundidas
por la tristeza, que no saben ver más que lo negativo, a pesar de tener una
serie de indicios para poder abrir una luz a la esperanza. Y como propio de
hombres desanimados, optan por quitarse de en medio en vez de indagar y tratar
de acercarse a la verdad.
Tenemos a nuestros dos hombres que caminan hacia una aldea
próxima a Jerusalén, como quien quiere poner tierra por medio y dejar de pensar
en lo que ha sucedido. Porque si ya están en el tercer día desde que aquellas
cosas sucedieron, es señal de que ya no hay nada que esperar.
Y tiene que venir de fuera un enigmático caminante que le
saque de sus pensamientos, y les haga vomitar todas aquellas ideas negativas
que les hunden a los dos, les hacen discutir e ir tan tristes por el camino.
El caminante aquel, con una psicología muy fina, no les
interfiere en sus pensamientos. Pregunta, simplemente. Primero, el por qué de
su tristeza. Luego, un “qué” indeterminado que les obligue a volcar fuera todo
lo que llevan dentro. Y cuando ya han echado fuera su veneno interior, el
caminante les zangarrea fuerte y les dice: necios
y duros de corazón para entender lo que estaba
anunciado por los profetas.
Y entonces él les va desmenuzando los anuncios que había escritos desde antiguo para que se hicieran
cargo de que ha ocurrido todo lo que estaba anunciado que iba a ocurrir. Y
ellos notan –en medio del varapalo que les ha dado- que sus corazones ardían de esperanza y optimismo. La diferencia de
los “hombres tristes” a los “hombres cuyo corazón arde” de emoción, es haber
asimilado el misterio de la cruz y la esperanza que Jesús tantas veces les había
abierto, anunciando que resucitaría al tercer día.
Es el gran mensaje que necesitamos recibir nosotros todos
en nuestros momentos difíciles. La primera reacción puede que sea de tristeza.
Pero un creyente de verdad no se hunde ante la adversidad y acaba siempre
viendo la luz. Tras la cruz que llega, tras la aparente ausencia de Jesús,
queda siempre un anuncio de esperanza. Y no significa –en muchas ocasiones- que
se resuelve el problema sino que hay otra visión diferente sobre el mismo problema.
Y donde antes se ha padecido la cruz que aplasta, está escondida la esperanza
de un Cristo resucitado, de una luz que aparece en el horizonte…, de un
consuelo que nos hace desear que Jesús se quede con nosotros y de un descubrimiento de ese Jesús a través de la
experiencia de la Eucaristía, como aquellos discípulos experimentaron.
Lo importante es que en ese descubrimiento haya no sólo la
satisfacción personal sino la necesidad de darlo a conocer, de comunicar a otros
que verdaderamente Jesucristo ha resucitado y que siempre hay que seguir descubriendo
que por encima de las nubes y de las tormentas de la vida, el sol sigue
luciendo y el cielo permanece azul. Hacerse apóstoles de la alegría,
trasmisores de la fe en el gozo de que Jesús sigue vivo aunque haya tenido que
pasar por la muerte, porque, como dijo aquel peregrino era necesario que el Mesías padeciera para entrar en su gloria..
Fue el mensaje que Pedro pudo dejar a aquellas gentes que
se reunieron el día de Pentecostés, que nos ha dejado la 1ª lectura: Hech 2,
14-22-28), poniéndoles delante el misterio de la pascua del que surgía ese
Pentecostés lleno de esperanza.
Por Cristo, vosotros
creéis en Dios que lo resucitó y le dio gloria, y así habéis puesto en Dios
vuestra esperanza, con que concluye la 2ª lectura de la 1Pedro 1,17-21).
Y que es el misterio que vivimos cada vez completo en la
EUCARISTÍA, donde expresamos y alimentamos nuestra fe y donde hay que seguir descubriendo el misterio de la cruz y la luz.
Con la petición sentida en el alma: “Quédate con nosotros”,
nos acercamos hoy al Corazón de Dios.
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Por los frutos evangélicos del viaje del Papa a Egipto y la unidad de
los creyentes, Roguemos al Señor.
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Para que experimentemos internamente el valor de padecer como camino
para la alegría, Roguemos al Señor.
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Para que Jesús se quede con nosotros y se nos manifieste en el
Evangelio y en la Eucaristía, Roguemos
al Señor.
-
Para que nos hagamos mensajeros de la alegría y comuniquemos así que
Cristo es un resucitado, Roguemos al
Señor.
No permitas,
Señor, que nuestros desánimos hagan decaer nuestra fe y nuestra esperanza.
Te lo pedimos a ti que vives y reinas por los siglos de lo
siglos.
Dos discípulos de Jesús vivieron horas amargas en Jerusalén- la Jerusalén asesina que mata a us Profetas -, ciudad muy peligrosa y alborotadora de la que quieren alejarse para olvidar y curar el alma...Jesús les sale al camino y les va a curar esas heridas. A lo largo del camino, con sus Palabras les va a abrir los ojos de la mente; y, ya en casa, con la fracción del pan, les va abrir los ojos del corazón de par en par y , los de Emaús, recobrarán toda su alegría y todo su entusiasmo porque, ellos, amaban a Jesús.¡Quédate con nosotros, que ya es tarde,quédate, compañero a nuestro lado! El Compañero tomó el pan y lo bendijo, el corazón les ardía¡nuevo Cenáculo!- ¡Oh Dios!, ¡pero si es Él, Jesús Resucitado..! Ya no está.¿Dónde estás, Señor, Jesús, nuestro Mesías Redentor? Jesús está en dónde haga falta...partiendo el pan entre los pobres, está resucitando en cada hermano. Cleofás y el compañero, querían olvidar a Jesús pero no podían. No dejaban de hablar de Él, una cosa buena tenían, entre otras,no habían perdido el amor a Jesús.
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