Fiesta de SAN MARCOS
La verdad es que san Marcos se había quedado poco citado en
la semana de Pascua, con solo una referencia rápida –un índice somero- que
recogía todo lo que habíamos conocido por los otros evangelistas a través de la
semana pascual. Hoy, casualmente, a dos días de finalizar esa semana, nos trae
el calendario la fiesta de san Marcos, que ha puesto toda su enseñanza en el
tiempo posterior: en las consecuencias de la Resurrección, en la vida de
aquella comunidad que ha surgido a raíz de la resurrección de Jesucristo.
Se apareció a los
Once y les dijo: Id al mundo entero y
proclamad el evangelio a toda la Creación. Ya no es que se avisen unos
a otros sobre la resurrección de Jesús; ya no es que Jesús aparece para
consolar y fortalecer… Ahora se trata de que todo el misterio que tienen entre
manos es para DARLO, es para PROCLAMARLO, es para llevarlo al mundo, para darlo
a conocer a la Creación.
Y en esa trasmisión del gran suceso de la Resurrección de
Jesucristo, tras su muerte, el que crea y
se bautice, se salvará; el que no crea, se condenará. El que crea en la
Resurrección y además haya sido consagrado por el hecho del bautismo, será
criatura salvada. Pero pude haber quien cree pero no ha tenido oportunidad de
ser bautizado. No por eso no se salva. Pero el que no cree, el que se cierra a
la fe, en que no admite el hecho del Cristo Salvador, ese queda fuera de la
historia de la salvación: el que no cree,
se condenará.
Y los signos del CREYENTE no son meras emociones
espirituales: son signos que acompañan. Y el primero es que los que creyeren, echarán demonios en mi
nombre. San Ignacio nos habla de demonios sutiles que echan “redes”, que
cazan con engaño; que se cae en la red sin advertirlo, y que una vez caídos, ya
está uno cogido. Son los demonios sutiles que no condenan pero que no dejan
crecer; son los demonios que no llevan a pecar pero tampoco permiten dar pasos
adelante. Son los demonios que dejan en candiles a los que éramos llamados a
ser estrellas. Para mí no es despreciable esta consideración, y bien merece la
pena tomarla en consideración, porque es un signo de CRER el estar liberados de
esos “demonios” de la vida diaria. Y un signo de una fe menor es ir caminando
por la vida sin dar la medida que hemos de dar y para la que estábamos
llamados. San Marcos nos está llevando a esa reflexión, y a mí no se me pasa
por alto cuando me descubro –y descubro- a tantas “buenas gentes” que no pasan de
ser eso: “buenas gentes” que no han encontrado su sitio en la verdadera actitud
de CREER: la que echa los demonios en el nombre de Jesús.
No es nada distinto sino una clarificación de lo anterior
el otro signo del que cree: hablarán lenguas
nuevas. La lengua nueva fue la que vino en Pentecostés, lengua de Espíritu
Santo para dar a los apóstoles una luz y una intrepidez y a las gentes un
mensaje novísimo que alcanzó a 3,000 personas de una vez y las metió de lleno
en el nuevo orden de cosas. Lenguas nuevas que hablaban palabra constructiva,
esperanzadora, creativa, abierta a la luz. Lo contrario de la palabra que va reptando a ras de
tierra, cogiendo toda la suciedad y todo el polvo que hay en el camino.
Palabras “aspiradoras” que van
recogiendo toda la suciedad que hay a su paso y parecen alimentarse de ella.
Hablar LENGUAS NUEVAS es otro estilo, otro fondo del alma, otra visión de las
cosas, capaz de no ver lo sucio para quedarse solamente con el brillo que ha
quedado en las personas y en sus hechos. Eso es una firma de CREER, de expresar
que se cree de verdad en el brillo de la resurrección. Por eso San Marcos es
tan rico y por eso merece la pena detenerse en él y meditarlo.
Por eso el veneno que
beben no les hace daño y las serpientes que pican no envenenan Mas claro,
el agua. No es que no hay veneno y que no hay serpientes. No es que no se ve y que no se lo encuentra uno a la
vuelta de la esquina. Pero nada de eso hace daño. Se acaba por no ver, y acaban
por no inocular su veneno. Existen. Pero están a distancia. Ni gustan ni se
quieren. Ni se juzgan más allá que la impresión interna primera que produce en
la persona. Pero como la paloma que no se mete en el barro, así se sobrepasa
todo eso que ha quedado ahí al margen de la propia vida, para seguir uno mirando
hacia arriba, donde el cielo sigue siendo azul.
Por todo lo cual impondrán
las manos en los enfermos y los curaran. Donde quepa poner la mano sanadora,
allí se pone. Donde no quepa poner luz, no se entremezcla uno con la oscuridad.
Somos llamados a iluminar, a sanar. Pero el enfermo tiene que querer sanar y la
persona tiene que querer que le abran las ventanas para ver que hay fuera un
sol radiante.
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