ESCUELA DE ORACIÓN,
en el Grupo de Málaga,
de la Iglesia del Sagrado Corazón.
5’30 de la tarde. SALÓN DE ACTOS.
San Juan, capítulo 21
La liturgia ha dejado para el domingo una parte substancial
del evangelio de San Juan, y se ha pasado al capítulo 21 para ponernos delante
el episodio de la pesca milagrosa y el
descubrimiento de un grupo de apóstoles que encuentran a Jesús. Es un episodio
muy dramatizado y bellamente descrito por el evangelista.
Por lo pronto surge de la manera más simple y casi crematística
que puede surgir: Simón Pedro está con 6
compañeros y decide irse a pescar sin más preguntar. Y con la mayor sencillez
acceden y se suman a la idea los compañeros. Lo que ocurre es que no encuentran
pesca y se encuentran con una noche sin más distracción que hablar, dormir y
reintentar. Lo que no aparece para nada es un mal modo, una protesta, una
queja. Y así pasa la noche entera, ¡que ya es un dato!
De madrugada, por la orilla, camina un individuo que se
acerca al agua a preguntar si tienen pescado. Mal momento para unos pescadores fracasados,
que responden con un seco: No, que bien expresa lo que llevan
dentro. Pero he aquí que el personaje de la orilla les dice que echen las redes
a la derecha de la barca y encontrarán pescado, fenómeno que dicen que es fácil
que suceda porque desde la playa se vislumbra el banco de peces que no observan
los que están en la barca. Y como poco había que perder, nuestros hombres echan
el copo y hallan una pesca abundantísima y de peces grandes, que sacan llenos de
alegría y sin pensar de momento en otra cosa que en aprovechar la pesca que han
encontrado a última hora.
Pero el discípulo avispado, que tiene de pronto el recuerdo
de otro caso semejante que él ha vivido, levanta la voz y dice: ES EL
SEÑOR. Nadie lo ha reconocido. Nadie lo ve con los ojos de la cara. Es
una convicción total de la fe. Aquello que están viviendo aquella noche y
aquella pesca así de pronto, no puede ser otra cosa que la presencia del Señor.
Pedro se echa
al agua para llegar antes y no descubre la figura de Jesús, pero está seguro
que es él. Llegan los compañeros con la barca, sacan los peces, los cuentan y
se llevan la sorpresa de que unos metros más allá, unos peces están asándose ya
sobre unas brasas.
Y llega lo a que es para mí una de las expresiones más
enigmáticas de todo el relato; Ninguno de
los discípulos se atrevía a preguntarle: ‘¿tú, quién eres?’, porque sabían bien que era Jesús. Mi
enigma está en que “ninguno se atrevía a preguntar”… ¿Para qué preguntar si
sabían? Y si sabían, ¿a qué viene el “atrevimiento” o no atrevimiento?
Yo digo que ninguno estaba en la evidencia de que aquel
personaje era Jesús, pero todos están en la certeza de que lo que estaba
ocurriendo no podía ser más que la presencia de Jesús. No deja de ser curioso
que tanto en el evangelio de Lucas (en Emaús), como aquí con las brasas y el
pescado (símbolo eucarístico antiquísimo), los descubrimientos de Jesús que nos
han presentado hasta ahora está relacionados con la Eucaristía.
Para mí, pues, ese “enigma” que he constatado no es una
reflexión mía inútil Para mí es lo más exacto a nuestra experiencia de fe.
“Sabemos que es el Señor” el que está detrás de tantos acontecimientos de
nuestra vida. Y sin embargo no estamos viendo al Señor, y hasta se oscurece de
alguna manera su presencia. “Sabemos” pero con la sabiduría de la fe. Y
acertamos porque Jesús es el que viene a repartirnos ese pan y ese pescado y el
que nos dice en el secreto de la fe: Vamos,
comed. Sí, en efecto: Tomad y comed porque
esto es mi cuerpo, mientras sólo la fe nos asegura que aquel Pan que
recibimos es el Cuerpo del Señor. Y no tenemos que preguntar porque sabemos que es EL SEÑOR. Y
sabemos también que está velado por las especies sacramentales. Pero allí ESTA
EL SEÑOR, ¡ES EL SEÑOR!
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