Liturgia
La historia de la liberación del pueblo hebreo a través de
los años de peregrinación por desierto, se cuenta simultáneamente por las
protestas del pueblo contra Dios, y las manifestaciones del poder de Dios para
irles solucionando sus carencias. Lo más doloroso es que aquel pueblo se volvía
una y otra vez a Egipto con su pensamiento, como si la liberación maravillosa
que Dios hizo en ellos se les hubiera ido de la mente. Las cebollas, los ajos,
la carne que comían en el país que los tenía esclavizados, les valía más que la
libertad hacia la que les llevaba Dios a través de aquel camino hacia la tierra
prometida.
Como propio de una historia sagrada de un pueblo
profundamente religioso, en todo momento se va poniendo ante los ojos del
lector un Dios que actúa en un sentido o en otro. Y aunque siempre acaba en
liberación, sin embargo narra la vida como una acción directa de Dios, aunque
sean situaciones completamente ajenas a esa acción de Dios.
Es el caso concreto que hoy se nos pone delante con aquel
paraje del desierto plagado de serpientes venenosas, que acabaron con la vida
de muchos. (Núm. 21,4-9). El pueblo lo atribuye a un castigo de Dios por las
quejas que le presentaban continuamente a Moisés, porque en el desierto no
tienen pan ni agua y ya sienten nauseas del maná, alimento que les acompañaba
tantos años. Y cuando ven los males que les han venido en las serpientes,
recurren a Moisés para pedir la protección. Entonces es cuando caen en la
cuenta de que hemos pecado hablando
contra el Señor y contra ti; reza al
Señor para que aparte de nosotros las serpientes. Ahora es cuando
advierten su pecado de continuada protesta, que –en el fondo- es pecado de
ingratitud contra el Dios que los conduce.
Moisés se dirige a Dios, intercede por el pueblo, y recibe
de Dios una solución: haz una serpiente y
colócala en un estandarte; los mordidos de serpiente quedarán sanos al mirarla.
Moisés lo hace como el Señor le ha dicho y los mordidos de las serpientes
curaban al mirar a aquella representación en bronce de una serpiente venenosa.
Jesús va a tomar la imagen aquella para referirla a sí
mismo: él, que puesto en alto en el
patíbulo de la cruz, va a ser la sanación de todos los mordidos de la
serpiente, aquella serpiente del Paraíso, que destruyó los planes del Dios
Creador. Pero que ahora, cuando levantéis
al Hijo del hombre, sabréis que yo soy.
(Jn. 8,21-30). En efecto: será la cruz, estandarte de la misericordia de Dios,
el que –mirado cada vez que muerde la serpiente- da nueva salud y abre de nuevo
la puerta a la esperanza.
Pero no se queda ese “estandarte” para liberar del pecado.
Hay mucho más en esa fuerza sanadora de la cruz: enseñar a las gentes que la
verdadera actitud de sanación se produce cuando el alma ha dado el salto a una
finura espiritual, que busca imitar a Jesucristo, quien se manifiesta al mundo
como quien hace siempre lo que a Dios le agrada. Esto es mucho más y va
mucho más lejos. Esto es lo que nos hace comprender más a fondo quién es Jesús, y cómo su vida no se
quedó en manifestar la misericordia del corazón de Dios, sino que acercó a las
personas a esa fuente de bondad, haciendo siempre lo que agrada a Dios. De
parte de Dios y de Jesucristo, la compasión la misericordia, el perdón, la
salud, De parte de la criatura (con la mirada puesta en Jesucristo), hacer lo
que agrada a Dios.
Hay otro aspecto en el que quiero fijarme en este
evangelio. Le han preguntado a Jesus quién
es él. Y Jesús parece estar ya cansado de esa pregunta, de ese constante
intento de pedir señales o demostraciones. Jesús acaba diciéndoles: ¿Para qué seguir hablándoos? Podría decir
muchas cosas de vosotros y condenarlas, pero el que me envió es veraz y yo
comunico al mundo lo que he aprendido de él. Es una respuesta que me
impresiona (y diré que me aterra) porque supone el hartazgo de Jesús ante tanta
repetición de pregunta. Y me aterra pensar que a base de no escuchar la
respuesta de Jesús, puede un día decir el Señor: ¿Para qué seguir hablándoos? Y
siempre le pido que tenga conmigo la paciencia de explicarme mil veces lo
mismo, si es que yo me empeño en no enterarme.
Curiosamente después de este discurso no hubo la consabida
reacción de querer matar a Jesús, sino otra diferente: muchos creyeron en él. Es precisamente la fuerza sanadora del
estandarte de la cruz la que ha producido este efecto.
Aceptar que Dios se anonadó para hacerse uno de nosotros, nos cuesta un poco, porque nos pasamos la vida luchando para sobresalir, para brillar en la sociedad , luchamos por un buen puesto de trabajo. Nuestro pecado principal es el endiosamiento, sobresalir de la forma que sea. A los judíos, les pasaba lo mismo Mientras no nos sentimos necesitados de amor y perdón no aceptamos nuestra condición humana y seguimos pecando.No nos acordamos de agradecer al Señor que esté siempre a nuestro lado.
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