Liturgia
Dios sale en defensa de los que son fieles. En la historia
del pueblo de Dios se produce el desastre de la invasión de Nabucodonosor y el
posterior destierro del pueblo a Babilonia. Los jóvenes judíos que
Nabucodonosor había tomado a su servicio, caen en desgracia cuando son
delatados de no ofrecer sacrificios a los dioses extranjeros, y el rey los
conmina a que lo hagan (Dan 3,14-20. 91-92. 95). Y si no lo hacen, serán
arrojados al horno de fuego. ¿Y qué dios
podrá libraros de mi mano? Misac, Sidrac y Abdénago –nombres extranjeros
que el rey les impone- le dicen que no tienen que responder porque hay un Dios
en el Cielo que saldrá por ellos. Y
aunque no lo haga, no damos culto a tus dioses ni adoramos la estatua que has
mandado erigir.
El rey monta en cólera y da la sentencia, con un horno
siete veces más fuerte que lo ordinario. Y allí echan a los tres jóvenes
atados.
Pero contra toda la bravuconería del rey, se encuentra con
que en el horno se están paseando los tres jóvenes sin quemarse, y hay un
cuarto personaje que parece un ángel.
En efecto ha habido un Dios que es capaz de liberar a los jóvenes de la
sentencia del rey.
Y Nabucodonosor acaba bendiciendo al Dios del Cielo, que envió su ángel a liberar a sus siervos
que, confiando en Él, depreciaron la orden real, antes que dar culto a otro
dios que el suyo.
La lección clara es la fidelidad hasta el posible martirio.
Aquellos jóvenes no se chamuscaron siquiera. Dios bajó en forma de ángel y los
liberó de la muerte. La historia de siglos ha repetido la misma situación con
muy diversas sentencias, castigos y maldades, bajo las que han caído miles de
mártires. No apareció Dios en la forma milagrosa que en el horno de fuego, pero
esos mártires constituyen esa prueba de fuego que resulta incombustible para que
puedan creer los enemigos de la fe.
Lo normal y habitual es que a tanto no llega la realidad
nuestra, pero la Cuaresma nos sitúa ante una actitud. Y lo que no es amenaza de
muerte y tortura se ha de traducir en la fidelidad a machamartillo con la que
hemos de vivir nuestra fidelidad a Dios. Y no es de poca monta plantearse
actitudes serias por las que habría que arrostrar esos otros fuegos pasionales
que dejan en entredicho la toma en conciencia de tales decisiones que deben
marcar la vida del verdadero creyente. Y seríamos entonces verdaderos testigos
para que otros, como Nabucodonosor, acabaran reconociendo que no hay un Dios
como el Dios de los cristianos.
El evangelio de san Juan (8,31-42) debe ir enfocado en
esa misma línea. Jesús habla de lo que hace verdaderamente libres. Frente a la
esclavitud que supone el pecado. Y en el fondo está nada menos que la actitud
de verdad que hay en la persona.
Los judíos pretenden aparecer como libres porque son
linaje de Abrahán y nunca hemos sido
esclavos de nadie. Con lo que no están contando es con la esclavitud que
produce la cerrazón de las ideas. Y Jesús les responde que quien comete pecado es esclavo. [Esta afirmación debe tener más eco
en el alma de cada cual, pues ahí donde hay un pecado se está viviendo una esclavitud].
Y si el Hijo os hace libres, seréis
realmente libres. Sólo entonces, cuando la fidelidad a la palabra de Jesús
mantiene a la persona en su verdadera libertad.
Y Jesús les entra por derecho y les hace caer en que
ellos no están procediendo como hijos de Abrahán, porque Abrahán no hizo las
cosas que ellos hacen. Yo hablo de lo que
he visto junto a mi Padre, pero vosotros hacéis lo que le habéis visto a
“vuestro padre”. Iba con honda. Y acusaron el golpe rápidamente, declarando
que ellos no son hijos de prostituta.
Jesús les toca más a fondo: Si fuerais hijos de Abrahán no pretenderíais matarme porque os he
hablado la verdad, y eso no lo hizo Abrahán. Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais, porque yo salí de Dios y aquí
estoy.
Yo me quiero imaginar esta conversación entre Jesucristo
y cada uno de nosotros, así con la penetración de los ojos de Jesús que mira a
nuestro interior y que nos está poniendo ante LA VERDAD de nuestra vida, de
nuestras actitudes, de nuestros entresijos, de nuestras fáciles esclavitudes. Y
como entonces, habrá quien entre dentro de sí y reflexione y quienes se pongan
a la defensiva, como aquellos oyentes. La verdad es la que nos hará libres.
La fe intrépida de los tres jóvenes se vió premiada porque pudieron pasear muy tranquilos al tiempo que alababan a Dios. Ante semejante milagro, el rey se convirtió.Reconoció su error que es el primer paso para convertirse. La gran equivocación de los judíos y la nuestra es pensar que "nunca hemos sido esclavos"; este es nuestro deseo pero, de pronto, sentimos la presión de la sociedad, del que dirán y muchas cosas más y caemos...La condición que Cristo pone a los hombres para librarse de la esclavitud del pecado es que tengan fe en Él, que lo crean...Sólo la verdadera entrega a Jesús nos hace realmente libres.
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