Liturgia
Con frecuencia se habla del Antiguo Testamento con cierto desdoro,
contraponiéndolo con el Nuevo. Y dentro de que recoge unos tiempos más
primitivos de un pueblo –al que Dios se ha elegido como depositario de sus
promesas-, la verdad es que en su línea esencial es más la antesala de la
revelación plena de Jesús que un período “feo” de la relación de Dios con la
humanidad. Lo que pasa es que encierra muchas historias complejas, de las que
hay que saber sacar el hilo conductor más que la historia en sí misma, en la
que hay mucho de humano, pero a través de lo cual (Dios no prescinde de la realidad
de los hombres, sino que hace historia con ellos o a pesar de ellos), va
entretejiéndose la historia final de la redención. Y la redención no es sólo la
muerte de Jesús por la humanidad, sino toda la enseñanza y acción de Jesús para
elevar la dignidad de la vida en la tierra.
Is 1, 11-17 -1ª lectura- es buena muestra de esa
afirmación. Muy en los comienzos de la historia de Israel, ya se pone ante la
mente del pueblo que a Dios no le importa
el número de los sacrificios que se ofrecen. Más bien lo contrario. Frente
a todos esos sacrificios rituales externos, Dios expresa: Estoy harto de holocaustos de carneros…; la sangre de animales no me
agrada. Todo eso se ha quedado en lo meramente externo, en el paripé de una
relación con Dios. En algo que no compromete a la persona. Y Dios pregunta
entonces: ¿A qué venís a visitarme? No me
traigáis done vacios, incienso execrable. Vuestras fiestas se hacen una carga
que no soporto más.
[Estoy escribiendo y estoy haciendo examen de conciencia,
porque parece que resuenan en mí todas esas palabras, y me llaman a una actitud
mucho más interior]. Y así concluye este texto que leemos hoy: Lavaos, purificaos, apartad de mí vuestras
malas acciones, cesad de obrar mal y
aprended a obrar bien: buscad la justicia, defended al oprimido, sed
abogados del huérfano, defensores de la viuda. [Suena todo esto a lo que
hace podo veíamos en las Bienaventuranzas y el Sermón del Monte: ¡vamos a lo
interno y dejad las manifestaciones puramente externas, que no dicen nada ni
conducen a nada! Vamos al interior de la persona, allí donde ve Dios y donde
habita Dios, y vamos a hacerlo vida de nuestra vida.
Que no dista mucho de la enseñanza de Jesús a sus apóstoles
en el evangelio del día: Mt 10, 34-11, 1. Sigue la instrucción de Jesús a sus apóstoles
(que en realidad nos incumbe a todos).
Jesús es el dador de la paz. Pero la paz interna y la que
procede de la lucha frente a lo que se opone al reinado de Dios. Por eso puede
decir ahora –sin contradecirse- que no he
venido a poner paz sino lucha. Él quiere la paz por encima de todas las
cosas, pero él sabe que no todos están por la rectitud de su doctrina. Y sabe
que dentro de la misma familia unos acogen su palabra y su estilo y otros no;
que el padre se encuentre en oposición a la hija, y la madre al hijo… Sabe que
acoger su palabra va a crear división. Sabe que no todos van a comprender el
primer mandamiento del amor a Dios sobre todas las cosas. Y advierte que quien quiere a su padre o a su madre o a su
hijo o hija más a mí, no es digno de mí. Y por tanto que quiere conservar su
idea y su conveniencia, pierde; y quien está dispuesto a perder por la causa de
Cristo, ese es quien conserva la vida (la verdadera vida).
Y en consecuencia, recibir a un profeta porque es profeta,
tiene paga de profeta; o el que recibe a un justo porque es justo, tiene paga
de justo. Lo que recibe es equivalente a lo que ofrece. Por eso quien da un vaso de agua fresca a un
pobrecillo, sólo por el hecho de que es discípulo mío, no perderá la recompensa…,
recompensa propia de un discípulo de Jesús. Y Jesús se ratifica: Os lo
aseguro.
Y cuando acabó esta larga sesión de enseñanza (que nos ha
llevado varios días), Jesús partió de allí para enseñar por las ciudades de
Palestina. Y la realidad es que no va a enseñar cosas distintas de las que les
ha puesto delante a sus discípulos. De hecho lo que a ellos les enseñaba en
privado, era para que saliera a la luz pública. Y Jesús lo irá predicando ahora
y es la realidad que tenemos que asumir los seguidores de Jesús, los seguidores
de su evangelio. Leámoslo como dicho directamente a nosotros –“a mí”- y
sintamos que estamos en ese plano de la interiorización a la que nos llama la
Palabra de Dios, del Antiguo o del Nuevo Testamento.
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA(Continuación)
ResponderEliminarLA ORACIÓN DEL SEÑOR. EL PADRENUESTRO.
¿QUÉ DICE EL PADRENUESTRO?.-
Padre nuestro que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
El Padrenuestro es la única oración que Jesús mismo enseñó a sus discípulos. Por eso el Padrenuestro se llama también la oración del Señor.
Cristianos de todas las confesiones la rezan a diario en las celebraciones litúrgicas y en privado.
El Padrenuestro surgió por la petición de un discípulo de Jesús, que veía orar a su Maestro y quería aprender del mismo Jesús a orar bien.