LA TERCERA LECCIÓN ES EL TRABAJO
Así lo decía Pablo VI. Nazaret es
una lección de TRABAJO. De trabajo
responsable, de trabajo bien hecho, de un trabajo como colaboración con el
proyecto de Dios.
El trabajo diario, el de una familia que ocupa su tiempo en la labor
que cada uno tiene que hacer. José, bien su carpintería (si es es el sentido
normal de la interpretación del término original…; siempre se dio por válido),
bien buscando trabajo en la Plaza, como honrado obrero que busca ser contratado
para ganar su jornal diario.
María, en su labor doméstica, ese trabajo tantas veces peor valorado y
menos apreciado, y sin embargo de tanta importancia en la vida de una familia. Una
casa bien llevada, unas obligaciones familiares, una limpiea en condiciones, más
los añadidos de ir por leña al campo, o por agua a la fuente del pueblo, o la
atención a alguna persona ue requiere su ayuda. Y lo no menos importante y
trascendental de la educación y cuidado del Niño, que donde mejor aprende y
donde más persona se forma es bajo la atención de su madre, en esos años iniciales
en que el niño es una esponja.
El Niño trabaja. Trabaja
jugando, que es el trabajo principal de un niño. Juega –muchas veces , ayudando en la medida de
su edad y en la pedagogía que sus padres utilizan con él. Y como el mimetismo de un niño es tan
importante, trabaja aprendiendo buenas formas, buenas maneras, buenos ejemplos. Y no se puede dejar a un lado su trabajo en
la escuela, porque Jesús acudiría a las escuelas que tenían montadas los
rabinos. Porque Jesús no era un analfabeto. Es cierto que se le tildó por
algunas gentes de no ser hombre de letras
(es decir un Maestro como los rabinos), pero Jesus leyó en la Sinagoga cuando
le presentaron un texto para explicarlo).
El trabajo de Nazaret es responsable. Ya por la propia cultura de ese
Pueblo, no ni José ni María trabajan con prisas, con agobios. Cada cosa en su
tiempo…, y el tiempo sin reloj. Hacer lo
que hay que hacer, y hacerlo como se debe hacer. Y sin problemas de si una cosa tiene de
posponerse para atender a otra más importante. Por eso María estaba siempre disponible a la
vecina que se presentaba a su puerta con alguna necesidad.
En José sólo había una limitación: cuando trabajaba por cuenta ajena y
había que rendir el debido trabajo con un sentido sagrado del servicio, la
justicia y el deber.
Todo eso era lo que le iba entrando a Jesús, como por ósmosis. Y lo que
iba incorporando a su vida. Y fue
adolescente y empezó a colaborar en tareas que estaban a su alcance y que María
y José le encomendaban. Y fue aprendiendo a hacer labores propias en la casa,
en el taller de José…, eso que podía hacer sin riesgos, y en los que –por otra
parte- la mano más experta de José le iba conduciendo.
Y todo, porque el trabajo ha de estar siempre bien hecho, bien acabado.
Jesús fue teniendo un sentido muy
especial de lo que era el trabajo. Codo
con codo con jóvenes compañeros de sus salidas o trabajos, fue viendo la diferencia
de trabajar a trabajar. Aquí siempre
recuerdo aquel cuentecillo que tuve en mis manos y que me impactó: el transeúnte que se acerca a tres obreros de
una misma construcción, y pregunta al primero qué hace. Y responde mohíno: aquí estamos aperreados levando cemento, ladrillos…, todo el día El otro trabajador, se pone erguido, se
limpia el sudor y dice: aquí estoy ganándole
el pan a mis hijos. El tercero ni se
seca el sudor. Mira con orgullo la obra que se está haciendo y responde: estamos construyendo una Catedral. Esa es la diferencia substancial del sentido
del trabajo y –evidentemente de la calidad del trabajo.
El que hace una catedral sabe que aquel trabajo merece la pena y pone
sus cinco sentidos en hacerlo bien. Y lo
hará muy bien cuando exista además, como en Nazaret, otro estímulo de lo que se
hace: cuando se tiene conciencia de que en esa labor se está completando la
obra de Dios…, se están secundando los proyectos de Dios, que el trabajo no es
el “castigo” que podía pensarse por el sudor de la frente…, sino el espacio
hermoso que Dios mismos nos ha dejado –y encargado- para que vayamos adornando
con las perlas de nuestro sudor esa diadema de Dios que es su propia Creación
maravillosa.
Y Jesús lo ha mamado así en su casa, de sus padres… Por tanto, por decirlo de manera gráfica, lo
que había visto en Maria era que hasta en limpiar un suelo se esmeraba; que del
taller de José no salía una silla coja... Y eso lo llevaba Jesús es su misma sangre: lo
que se hace, se hace bien hecho, como corresponde a quien trabaja con un ideal
superior. Otra anécdota recojo de la
vida de san Ignacio de Loyola. Pasó por una pasillo donde un Hermano Coadjutor
barría a toda prisa, y con esa prisa se dejaba pelusas a la espalda. Ignacio, con su humor serio, se le acerca y le
pregunta: Hermano: ¿por qué barre Vd.? Y el Hermano, ante el Padre Ignacio eleva su
expresión y le dice: “Paternidad: yo
barro por Dios” Ignacio finge una
especial seriedad y le responde. Pues
entonces tengo que darle una penitencia…
Porque si lo hiciera por mero barrer, podría dejarse atrás esas pelusas.
Pero siendo por Dios, no puede
permitirse dejarlas atrás. Éste es
el secreto en Jesus, en María, en José.
Por eso Nazaret es una escuela que enseña a trabajar bien, a trabajar
responsablemente, a dar sentido al trabajo y a sentir en el trabajo el sano orgullo
de estar ”construyendo la gran catedral
de Dios”
Con el trabajo habitual tenemos que ganarnos el Cielo.Para eso debemos tratar de imitar a Jesús,quien dió al trabajo una dignidad sobreeminente,trabajando con sus propias manos.
ResponderEliminarPara santificar nuestras tareas hemos de tener presente,que todo trabajo debe ser realizado con la mayor perfección posible,porque hecho así,por humilde e insignificante que sea se eleva el trabajo al orden de la gracia,se santifica,y se convierte en obra de Dios.