BAUTISMO DE JESÚS
Ayer quedó
cerrado el período litúrgico de la Navidad.
Hoy entramos en la VIDA PÚBLICA DE JESÚS. Ha quedado en medio ese rico y
amplio tiempo de NAZARET –( en el que seguiremos aún en el blog)- y nos topamos
con otro momento tan igualmente misterioso como la salida de Jesús hacia el
Jordán, allí donde tomaba auge el movimiento penitencial que llevaba a cabo
Juan Bautista, Precursor que prepara los
caminos al Señor, que prepara la llegada del Mesías Salvador, desde esa
predicación que busca sacar al pueblo de su indiferencia, o pasividad, o
abusos... Sin embargo Jesús no aparece en esa figura de Salvador, sino como uno
que se mete en la fila de los pecadores y se encamina hacia las aguas del
Jordán para ser bautizado por Juan.
Juan –con inspiración de Dios-
descubre en ese hombre que se acerca al agua al que es el Mesías –esto no lo
recoge el evangelio de Lucas que leemos hoy- y se resiste. Porque “yo debo ser bautizado por ti, y Tú vienes a
mí”. Jesús, sin embargo, le insta: “Bautízame tú, porque es necesario para
realizar la justicia total”. “Justicia”:
un término que en la Palabra de Dios tiene un sentido absolutamente diferente
al que tiene en nuestro vocabulario. Mientras en nosotros “la justicia” expresa
un sentido justiciero, reivindicativo, en el sentido bíblico expresa santidad, justificación, bondad. A lo que ha venido Jesús al Jordán es a
apropiarse de los pecados de toda esa humanidad representada en los que iban a
recibir el bautismo de penitencia de Juan, y con ese “saco” de nuestros
pecados, irse Jesús a ser bautizado con
otro bautismo, el bautismo de sus sangre. De ahí que Pablo muestre a Cristo
como el que ha clavado en la cruz el pliego de multa de nuestros propios
pecados, y ahora, con su muerte, Él d vida al mundo. Morirá Él en lugar de todos;
será sepultado, y cuando resucite, habrá dejado muerto el mal y la maldad y
saldrá glorioso para dirigirse hacia el Padre.
Nuestro Bautismo, imita la muerte
de Cristo (muerte a nuestra condición de pecadores), sepultados en las aguas
bautismales, donde el “enemigo” queda ahogado [como los egipcios en el Mar Rojo],
mientras el Pueblo de Dios –nosotros- salimos libres de esclavitud, y nos
dirigimos ya al encuentro con Dios, siguiendo al Cristo Salvador…, y por tanto para
que ahora sea nuestra vida un proceso de imitación de Jesucristo en justicia y santidad (como lo define
San Pablo). O para repetir nosotros
ahora lo que San Pedro expresa en la 2! Lectura de hoy: que Jesús pasó por el mundo haciendo el bien,
curando a los oprimidos por el pecado [diablo=esclavitud].
Por eso la primera lectura presenta
esa elección que hace Dios de su Mesías, para destinarlo a llevar al mundo la
bondad, la santidad, la misericordia.
Porque no quebrará Él la caña ya
cascada, ni apagará la mecha que titila a punto de apagarse… No ha venido a destruir sino a consolidar y
salvar. Por eso no voceará, no gritará, no amenazará. Conducido por la mano
misericordiosa de Dios, viene a abrir los
ojos del que no ve, los oídos al que no oye, a abrir la prisión al que está
cautivo todavía, atrapado por su pecado.
Viene con la fuera del Espíritu de
Dios, que se hace presente en el Jordán, mientras Dios mismo lo proclama
Mesías, Hijo predilecto, al que hay que escuchar.
Y el Salmo vendrá a darnos una
pauta esencial para discernir de qué manera actúa Dios: “El Señor bendice a su pueblo con LA PAZ”. De donde hemos de tener como señal inequívoca
de la acción de Dios en nosotros, en la paz que anide en nuestra alma. Sea en medio del sufrimiento y la
contrariedad…, sea en el pecado mismo, sea en la situación que sea, Dios se expresa solamente en la paz. Jamás en la inquietud, la angustia, la
ansiedad, la tristeza… Cuando se da la
tristeza o la angustia, aunque fuera por haber pecado, no es Dios quien está
moviéndonos. Él puede darnos
arrepentimiento, ansias pacíficas de volver al Él. Y cuando no es así…, cuando permanece un
clima interno de impaciencia, malestar, no pacificación del alma, no es Dios quien está moviéndonos. Será el amor propio, la no aceptación de
nuestra realidad o la realidad que nos rodea, será el orgullo o será una
alteración de nuestra psicología. Pero
no será de Dios. Porque Dios no puede estar nunca en la falta de paz.
El Bautismo en mi Sangre que deseó
Jesús, es su muerte. Nosotros nos encaminamos
a vivirla y dejarnos bañar por esa sangre redentora cuando ahora participamos
de la Eucaristía, plenitud del Bautismo cristiano, que no nos deja sepultados
en las aguas ni en la sangre sino que explosiona en gozo, consuelo y alegría en
la Resurrección de Jesucristo. Y esa es nuestra propia resurrección. Y nuestra máxima exigencia. Porque cuando
salgamos hoy, debe clamar dentro de nosotros el mandato de Jesús de ir al
mundo a vivir nuestro bautismo y a contagiar por donde vayamos, esta
paz y esta alegría y este testimonio cristiano de quienes hemos sido elegidos para ir por el mundo haciendo el
bien… Que para eso hemos sido llamados.
En la Iglesia nadie es un cristiano aislado.A partir del Bautismo,el cristiano forma parte de un pueblo,y la Iglesia se le presenta como la verdadera familia de los hijos de Dios.Fue voluntad de Dios santificar y salvar a los hombres,no aisladamente,sin conexión alguna de unos con otros,sino constituyendo un pueblo que le confesara en verdad y le sirviera santamente.Y el Bautismo es la puerta por donde se entra a la Iglesia.
ResponderEliminarHemos de agradecer a nuestros padres,que quizá a los pocos días de nacer ,nos llevaran a recibir este santo sacramento y pedir por aquellos padres que por ignorancia o por una fe dormida privan a sus hijos del mayor don de su vida.