A CORTA DISTANCIA
Hay cosas que puede ser
conveniente saberlas mirar pronto para poderlas mejorar antes. No hemos hecho
más que entrar en el año nuevo. Significa que sólo hace 8 días que las
estábamos celebrando y que las estábamos viendo como un punto de arranque, un
punto de inflexión interesante para crear novedad más coherente hacia adelante.
Sólo con escuchar a Pablo en su carta a Titi, leída en la Misa de Nochebuena,
ya teníamos un programa bien definido, como brotando de los labios de ese NIÑO
(“Niño”, aquí, suponía nacer, novedad, posibilidades
de futuro, planteamientos básicos de arranque; “aparición de la gracia de Dios”
llamaba doble movimiento: de siega que
arrasa cizaña y semilla se buen trigo).
En concreto era: Hay que desterrar
ese “YO” que sigue los postulados del “mundo” sin Dios y sin consideración al
prójimo, y vamos a plantearnos lo que enseña Dios: dominio de sí, apertura al
otro, honradez de planteamiento en el que mueva algo superior (más justo, menos
egoísta, menos personalista y más capaz de empezar a pensar junto al otro…), y
de esa manera hacernos más acordes al estilo de Dios.
Poco tiempo va desde la Nochebuena
hasta a aquí, y no voy a dar por perdida la reflexión tan seria a que se nos
llamaba…, ahondada todavía el día de Navidad por otra reflexión dl mismo
Apóstol para decirnos a qué nos llama y acucia la Navidad. Y nos decía, con una belleza genial de San
Jerónimo al traducir al latín: ha
aparecido LA HUMANIDAD DE DIOS…, expresión que lleva un sentido muy tierno
de Dios que se mete tan de lleno en nuestro mundo, y se mete tan a nuestra manera,
que lo que llama la atención es su
humanidad, su cercanía, su hacerse tan humano de sentimientos y de captación
de nuestras necesidades…, que acaba convirtiéndose en un grito de atención sobre
el valor del nuevo nacimiento que tiene que provocar en nosotros el hecho de
ese Dios tan humano, tan íntimo, tan cercano…
Pues bien: yo invito y me invito a hacer una reflexión
así a la inmediata: ¿realmente se ha
planteado ya en mí una mirada y nueva actitud, en esta doble dirección, que
renuncia a algo a favor de crear otro
algo más humano, más familiar, más noble, que mejor acerque a las personas,
conduzca a un bienestar más común, menos cerrado sobre mí mismo y mis personales
planteamientos?
Esa mirada sobre uno mismo es
siempre lo que tiene que ir delante. Pero no deja de ser aceptable –si no se
hace como crítica sino como aprender en
cabeza ajena- mirar situaciones que son comprobables y concretas, en las
que puede uno decir: “aquí se ha hecho todo lo contrario”. “Aquí se está
separando en vez de uniendo; aquí se está provocando malestar en vez de superar
individualidades y caprichos personales”, “aquí no s está teniendo en cuenta
para nada el pensamiento ajeno”; “aquí se está pasando por encima del bien
común, aunque caiga quien caiga”.
Si hubiera situaciones en las
que algo de eso hay (y puede ser que uno mismo sea el “protagonista” de ello),
podríamos concluir que “el Niño todavía no
nos ha nacido…, todavía no nos hemos dejado salvar; todavía no nos hemos
humanizado”. Y estas cosas no son
para hacerse derrotistas sino para coger pronto el toro entre los cuernos, y –con
el Belén todavía puesto ante nosotros-, volver a repasar esos textos de la
Liturgia de Navidad, y renovar actitudes de novedad en el corazón. Tanto se habla de nueva evangelización que empezaría a sonar a hueco ahí donde –en cosas
tan concretas- no está valiendo ya ni la evangelización ue ya traíamos quienes
vivimos y pretendemos vivir como cristianos y creyentes en la verdad de
Jesucristo.
Pongamos mano a la obra ya. Es todavía un momento perfecto y adecuado
para poder NACER, renovarnos con el baño
del bautismo, con la luz y fuerza del Espíritu Santo. Que nunca es tarde
mientras no sea tarde.
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