PASAR EL UMBRAL
Cuando esta
mañana me he puesto a pensar sobre la meditación que pudiera darme –y daros- una
sugerencia para orar, me encontré con que había “comenzado el evangelio de
Jesucristo, hijo de Dios”. Y lo que
comienza es para seguir. Claro: un
comienzo tiene su aventura y su riesgo. La aventura es siempre atrayente por lo
que tiene de desconocido y el deseo innato que llevamos a conocer lo que hay “detrás”.
Es el gusanillo que embarga siempre
aquello que no se conoce. Por supuesto
que abrir esa puerta del “comienzo” entraña simultáneamente un riesgo, porque
puede uno encontrarse con lo que no quisiera.
San Marcos nos hace una entrada
menos atrayente de lo que prometía ese primer título. Porque comenzar el evangelio de Jesucristo nos atrae por
sí mismo: vamos a abrir la puerta y nos vamos a encontrar un jardín donde hay unos
pasillos con flores y enredaderas perfumadas por la Persona de Jesucristo…
Vamos a abrir la puerta y nos vamos a pasmar ante la belleza de un Versalles
que nos embriaga con sus aromas. A
Jesucristo nos lo queremos encontrar así, todo dulzuras y frases bellas, que
nos resulta delicioso meditar y encontrarnos ya en un cielo (postizo) mientras
oramos.
Pero el evangelista nos ha metido
por un primer pasadizo en que aún no aparece el tal jardín. Por el contrario lo
que pone delante es mucho más prosaico. Lo primero es el mensajero. Y el tal
mensajero viene ahora a decirnos que “hay
que aparejar el camino”, que no estamos ante un jardín sino ante un
desierto, y que la voz que resuena en el desierto está pidiendo preparar los caminos, rectificar las sendas. No había acceso directo al jardín sino que
había que poner primero los caminos de entrada… Que el “comienzo” no empieza
por Jesucristo todavía, sino por la preparación del camino para que pueda
entrar Jesucristo. Porque aquel mundo al
que viene Jesus tiene confundidos los términos, y primero hay que poner orden
en ese “comienzo”.
Y habla San Marcos de aquel pueblo
de Dios. Pero no ha escrito el evangelista una historia que se va a cerrar en
un momento histórico. Escribe con un mundo por delante, con un sentido amplio,
universal, profético. Y pronto se toparía Marcos en nuestra realidad presente,
en la que todos queremos disfrutar; todos queremos hacer de la fe nuestra
ventaja…, de la religión nuestra tranquilidad, del evangelio nuestra dulzura. Y
ahora volvería San Marcos a esa advertencia: es que hay que preparar el camino,
hay que enderezar, hay que desbrozar. El
jardín está ahí, ciertamente, pero acceder al jardín requiere una preparación previa.
Y la voz que clama en el desierto está advirtiendo la necesidad de penitencia.
Por eso Juan Bautista comienza por
ahí. HAY QUE CAMBIAR. Hay que “bautizarse” con un bautismo que sea símbolo de
una mirada profunda interior, porque precisamente en e interior de cada uno hay
muchas imperfecciones que reconocer…, muchos polvos pegados a los pies… Y porque ahí donde se vive en el conjunto de
otras personas, no vive la persona a solas sino en dependencia. Y eso acarrea aspectos a remirar, a no dar
por saldados. ¿Pero es que no vamos ya a adentrarnos en el jardín? Pues no.
Vamos primero a pasar por las aguas del “bautismo de penitencia”· y
vamos a confesar los pecados.
Estamos allanando esos paseos de entrada al EVANGELIO, para que no
vayamos a caer en el error garrafal de un pueblo que pretendió tener el reino
de Dios…, pero “a su manera”…, según su idea.
Cuando hoy se repite –pegue o no
peque- la expresión: nueva evangelización,
¡que pocos nos estamos adentrando personalmente la llamada a esa nueva
evangelización, que no está en más predicar, ni en envolver más bonito el
mensaje, ni en llevarlo a más gentes. Lo grueso del problema de nuestra Iglesia
actual y de nosotros –que somos los que hacemos Iglesia- es que andamos
pensando siempre lo que necesita evangelizarse el otro. Y nos quedamos mirando
desde nuestros pensamientos y actitudes antievangélicas internas, sin hincar el
diente en nuestra propia realidad personal, tan llena de sordinas y rodeos para
intentar “comenzar otro evangelio”…
Porque el de Jesucristo se nos queda aún como novela de aventuras
deliciosas en las que nos gozamos “meditando”.
Confesaban sus pecados aquellas
gentes. Luego llegó Jesucristo (que aún
no aparece como el luminoso jardín que deseamos), sino metido en la fila
penitencial e una humanidad, queriendo estar tan en medio que ahora entre en el
agua y sea bautizado él con aquel símbolo…
Lo que no se dieron cuenta los demás es que iba recogiendo pecados de
todos en su red barredera, y que de aquellas aguas de penitencia estaba tejiendo
un madero de cruz que tuviera la consistencia de aguantar su propio cuerpo y el
cargamento de aquella red de todos los pecados que el mundo necesita confesar y
depositar, en actitud penitencial –con decisión
de cambio- para poder pasar al primer parterre de aquel jardín soñado.
Fue Dios quien reveló ese secreto
cuando salía Jesús del agua y la voz se oyó mostrando y advirtiendo: Este
es mi Hijo amado –Mesías Salvador-; ESCUCHADLE. Lo que en labios de María está muy llanamente
traducido: “haced lo que Él os diga”.
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