LITURGIA
Heb.13,15-17.20-21: El mejor
sacrificio de alabanza que podemos ofrecer a Dios son unos labios que profesan su nombre.
Pero eso va acompañado de hacer el
bien y ayudarse mutuamente. Siempre basculando entre las dos riberas: Dios
y el prójimo.
Que el Dios de la paz
que hizo subir de entre los muertos al gran pastor de la ovejas, nuestro Señor
Jesús, os ponga a punto en todo para que cumpláis su voluntad. Para ello se
ha dado una alianza eterna que Jesús ha
firmado con su sangre. Nos queda que se realice en nosotros lo que es del
agrado de Dios, por medio de Jesucristo.
Mc.6,30-34: Regresan los Doce de su misión apostólica.
Vienen eufóricos, queriendo contar lo que han hecho, y que para ellos era un
verdadero misterio: habían echado demonios, ellos, los pobres pescadores o
gentes del pueblo. Han enseñado y las gentes les han escuchado. Han curado enfermos. Y todo ello
para aquellos hombres es algo admirable, y vienen con grandes deseos de contar
sus cosas, aunque fuera atropellándose unos a otros, en el ansia de contar lo
que cada uno había hecho.
Pero eran tantas las personas que venían en busca de Jesús
que no les dejaban tiempo ni para comer. Y Jesús, comprendiendo que sus
apóstoles necesitaban explayarse, les invita a pasar al otro lado del Lago y
buscar un sitio tranquilo donde estén ellos solos con Jesús y puedan también
descansar un poco. Y con las mismas se embarcaron.
Pero la muchedumbre no se avenía a aquello y rodeando el
Lago e intuyendo la dirección de la barca, vinieron a estar adonde iba Jesús
con los suyos. Incluso más personas que las que estaban antes, porque conforme
iban de camino, comunicaban a las gentes del lugar que Jesús iba seguramente a
un descampado que había por allí. Y en efecto se adelantaron a la llegada de
Jesús.
No es extraño que aquellos llegaran antes, aun teniendo que
rodear, pues los Doce estaban tan entusiasmados con su reciente misión, que a
ratos dejaban de remar para contarle al Maestro todo lo que cada uno había
hecho.
Lo que sucedió es que, cuando desembarcaron, se toparon con
la realidad: la muchedumbre esperaba y en más número de lo que habían dejado.
Jesús no pudo resistirse a poner en práctica su compasión por aquellas gentes
y, olvidándose del descanso, y por encima de lo que había pensado para sus
discípulos, optó por irse a la gente. No es difícil imaginar la decepción de
los apóstoles, para quienes se les había acabado el descanso y la tranquilidad.
Pero para Jesús era más importante atender a aquella muchedumbre que venía a
buscarlo a él.
El punto que no puede pasar desapercibido es la fuerza de
atracción que ejercía Jesús. Cierto que una persona que cura enfermos es ya
suficiente para que se vayan tras él. Pero todos no tenían enfermos. Había algo
más que la conveniencia de curaciones. Era la misma persona de Jesús que tenía
una delicadeza, una bondad, unos modos exteriores de trato, que la gente lo
captaba y se sentía movida a buscarlo.
De hecho, en cualquier circunstancia, la persona amable
atrae aunque no se lo proponga. Pero se agradece tanto la buena acogida, que
sin pretenderlo se lleva de calle al que trata. Y puede ser que no haya ninguna
otra ventaja o beneficio. Pero la dulzura, la comprensión, la sencillez…, son
ya factores que atraen y gustan del favor de los atendidos.
Los niños, que son tan primarios, se apegan fácilmente al
que los trata con cariño, y huyen del que es adusto y no sabe acercarse a ellos
con la ternura que el niño requiere.
Con Jesús pasaba igual. Su presencia ya era un imán para la
gente. Cuando llama a sus primeros discípulos, le basta un “venid y veis”, o un
simple: “Sígueme”, y como atraídos por una fuerza superior, aquellos hombres se
van tras él. Y con las muchedumbres le pasa igual: no le dejaban ni tiempo para
comer porque él estaba siempre dispuesto a recibir con la sonrisa en los labios
y el corazón abierto. Y eso, aunque no curara enfermos, ya es suficiente para
ejercer una atracción singular. Si encima de eso, cura al enfermo, pone la mano
sobre el leproso, sale a favor del hombre paralítico de una mano o da vista a
un ciego de nacimiento, los efectos se multiplican exponencialmente. Luego
pretendía él que no se supiese lo que hacía. Era algo imposible de cumplir,
porque la gente se admiraba y proclamaba a los cuatro vientos los favores que
de él había recibido.
Gracias por acercarnos con tus magnificos comentarios a Jesús.Que nuestro Padre celestial te de salud y longevidad.Saludos Juan de Osuna
ResponderEliminarGracias, Juan, por tu participación. Y gracias por tus palabras y peticiones
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