LITURGIA
Sigue una semana más la carta a los Hebreos. (11,32-40), hoy con
un tema distinto: el tema de la fe. Y va señalando personajes del Antiguo
Testamento que se distinguieron por su fe en diversas batallas de su vida,
padeciendo persecuciones y sufrimientos. Sin embargo –concluye la lectura- aun acreditados por su fe, no consiguieron
lo prometido. Dios tenía preparado algo mejor para nosotros, para que no
llegaran sin nosotros a la perfección.
De hecho los grandes Patriarcas y Profetas y grandes hombres y mujeres del tiempo
anterior a Jesucristo, hubieron de esperar a la venida de Cristo para alcanzar el
premio a su vida y obra ejemplar. El descenso de Jesús “a los infiernos” es
precisamente el encuentro de Jesús con aquellos que esperaban la venida del
Señor para participar también ellos de los frutos de la redención. [“Los
infiernos” no es el Infierno de los condenados. Ahí Cristo no baja ni puede
bajar. “Los infiernos” es lo que también se llama “el seno de Abrahán”, lugar
que no es aún el cielo, sino lugar de espera, hasta que Jesús con su muerte y
resurrección abriera las puertas del cielo].
Mc.5,1-20 es la descripción de aquel encuentro de Jesús con
el endemoniado de Gerasa, un hombre enfurecido por los efectos diabólicos, que no
había podido ser dominado con los elementos de fuerzas humanas. Ante Jesús se
quiere envalentonar y hasta quiere poseer a Jesús nombrándolo: Jesús, Hijo de Dios Altísimo, a la vez
que se encara con él porque Jesús lo va a expulsar: espíritu inmundo, sal de este hombre.
En la lucha, el demonio se sabe vencido y acaba cediendo y
suplicando: Si nos vas a expulsar,
envíanos a los cerdos. Hablaba en plural, porque –obligado por Jesús a
identificarse- declara que no es uno sino una legión de demonios: Me llamo Legión. Y ahora, cuando ya no
tiene poder, dominado por Jesús, Jesús le permite ir a los cerdos.
La pregunta que muchos suscitan es cómo el Señor permite
que vayan a los cerdos, cuando es previsible la estampida y el desastre de la
gran piara, que hozaba en el monte cercano, y que el evangelista cifra en
2,000. Todos sabemos que el cerdo es animal prohibido entre los judíos. Aquel
negocio de los cerdos era un negocio clandestino prohibido por la ley, y que de
hecho ofendía el sentimiento popular general. Por eso Jesús no tiene empacho en
lo que pueda suceder con esa ida de los demonios a los cerdos.
Y sucedió que la piara, movida por aquella fuerza
diabólica, se acaba lanzando acantilado abajo y yendo a ahogarse en el Lago.
Los porquerizos se quedaron de piedra. Era parte de su responsabilidad el
cuidar de aquellos animales, y no tenían más remedio de ir a avisar al pueblo
lo que había ocurrido.
Cuando llegaron los del pueblo se encontraron al hombre que
había estado endemoniado y al que no habían podido nunca dominar ni vestir, que
ahora estaba sentado tranquilo y vestido. Y a los cerdos ahogados en el mar.
Eran dos focos de atención y debían serlo de reflexión. Pero podía más la parte
económica que se les había venido abajo, que la satisfacción de ver al paisano
que estaba sano y sereno. Y optaron por pedirle a Jesús que se marchara de
aquel lugar.
El que había sido curado quería irse con Jesús, pero Jesús
no quiso. Lo que tenía ahora es que ser una señal viva ante su pueblo de la
bondad y poder de aquel que no habían querido aceptar en su territorio.
Todo esto se presta a una reflexión fuerte: en la vida hay
elecciones que hacer, en las que de una parte se ofrece lo material, lo
placentero, lo cómodo…, y muchas veces lo pecaminoso. A la otra parte, Jesús,
su enseñanza, su exigencia, su presencia y, posiblemente, su sacrificio.
¿Adónde se inclina la persona? ¿Quién pierde la batalla?
Lo que sabemos del episodio narrado es que Jesús tuvo que
volver grupas y dirigirse a la barca y marcharse. Se había hecho la elección
mala. No había tenido fuerza la bondad y la lealtad del Señor. Siempre es más
difícil elegir el bien, porque el bien es exigente y requiere un dominio de sí
mismo. Pero merece la pena la reflexión personal porque nosotros nos vamos a
encontrar más de una vez en la necesidad de tomar decisiones, y hemos de contar
con la lucha que se entabla en nuestro Yo. Al final debemos ser testigos ante
todos, de que Jesucristo ha expulsado de nosotros los demonios del amor propio.
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