ESCUELA DE ORACIÓN.- Málaga.-
5’30 tarde
LITURGIA
El autor del Génesis necesita tener una
explicación a los males que está padeciendo Israel. No es compatible que Dios
“hizo todo bien” con las penurias que el pueblo está padeciendo. Eso le llevó a
redactar estos 5 primeros capítulos –en los que estamos- cuando ya se habían
escrito parte de los siguientes.
Necesita encontrar una explicación, porque esa situación
que padecen no puede venir de Dios. Y por eso en medio de toda la belleza de lo
narrado hasta aquí en esa “historia” anovelada de la creación, ha de encontrar
un algo o alguien que ha roto el proyecto de Dios.
Y comienza el capítulo 3 (1-8) con la descripción de un
principio maligno, todo tan fantástico como lo anterior. Se trata de la serpiente más astuta que las demás bestias
del campo. Elije la imagen de la serpiente como animal que serpea en el
silencio para captar a sus victimas, y que le representa gráficamente lo que es
la tentación al mal bajo la capa de bien.
Y “el hecho” que narra es precisamente el engaño a la mujer,
que empieza ya por presentar una verdad manipulada: ¿Conque Dios os ha dicho que no comáis de ningún árbol del jardín?
Eva cae en la trampa de dialogar con la tentación, pretendiendo poner las cosas
en su sitio: Podemos comer los frutos de
los árboles del jardín; sólo del fruto del árbol que está en mitad del jardín
nos ha dicho: ¡No comáis ni lo toquéis, bajo pena de muerte!
Ya ha empezado la conversación. Y la serpiente es astuta y
saca sus armas: hacer dudar de Dios: No
es verdad que tengáis que morir. Bien sabe Dios que cuando comáis de él, se os
abrirán los ojos y seréis como Dios en el conocimiento del bien y del mal.
Ya ha sembrado el veneno. Eva mira al árbol y se deja atraer
por la belleza de ese fruto apetitoso, y olvidando a Dios, alarga la mano, come
y le da a su marido, que también come. ¡Y vaya si se les abrieron los ojos!
Ahora se dan cuenta de que están desnudos y se cubren con hojas de higuera: ha
surgido en ellos la concupiscencia, y se esconden de la vista del Señor entre
los árboles del jardín.
Ahora sabe el autor qué es lo que ha ocurrido. Ha surgido
la fuerza del mal. Se ha roto el equilibrio. Se viene abajo el orden pretendido
por Dios. Dios no ha hecho el mal. El mal proviene de la ruptura del proyecto
de Dios, por parte de su criatura, la pareja humana.
Mc.7,31-37. Jesús ha dejado aquellos parajes limítrofes con
Tiro y Sidón y se ha venido a Genesaret, pasando por la Decápolis. Y vienen y
le presentan a un sordomudo, y le ruegan que haga algo por él: que le imponga
las manos. Jesús lo va a hacer más a su manera, con un modo más personal hacia
el paciente.
Empieza por apartarlo de la gente, y entonces le mete el
dedo en el oído y toca su lengua con saliva, y el sordo empieza a oír y el mudo
empieza a hablar, seguramente unos sonidos inicialmente ininteligibles. Le
queda por delante aprender a hablar cuando ahora empieza también a oír. Y Jesús
le encarga que nadie se entere. Y lo mismo se lo dice a la gente que se lo
había traído.
Petición inútil porque el hombre curado quiere expresar su
emoción y alegría, y la gente se hace lenguas de lo que acaba de hacer Jesús. Y
en el colmo del asombro, decían todo lo ha hecho bien: ha hecho oír a
los sordos y hablar a los mudos. Una vez más sale a relucir algo de
importancia capital, y que debemos llegar a incorporar al lenguaje diario:
Jesús, el Hijo de Dios, todo lo ha hecho
bien. De él no surge el mal, ningún mal. Dios no ha creado el mal. No
quiere el mal. Otra cosa es que el mal se ha desencadenado por la soberbia del
hombre que, ya en el Paraíso, quiso saber tanto como Dios. Y acabó descubriendo
su desnudez.
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