LITURGIA
Heb.12,18-19.21-24 nos hace
una contraposición entre aquel pueblo hebreo que se acercó –con Moisés- al
Monte, con densos nubarrones, fuego
encendido, sonido de trompeta y tormenta, y el distinto modo de presentarse
Jesús. Y advierte que en este período de la historia no habéis oído aquella voz que el pueblo tuvo miedo al oírla y pidió
que no le siguiera hablando, con aquel terrible espectáculo que le hizo
exclamar a Moisés: Estoy temblando de
miedo.
Nosotros nos hemos acercado al Mediador de la Nueva
Alianza, Jesús, el monte Sión, ciudad del
Dios vivo, asamblea de innumerables ángeles, al Dios de todos los justos que
han llegado a su destino.
Es la diferencia que ya se marca entre el Sinaí y el monte
de las bienaventuranzas, donde lejos de truenos y fuego, presenta a Jesús
sentado entre la gente, y desplegando sus labios para pronunciar el nuevo orden
de las bienaventuranzas, que no produce terror aunque requiere de respuestas
por parte del seguidor de Jesús, el mediador de la Nueva Alianza.
En efecto: con Jesús no hay fuego ni truenos; envía a sus
discípulos –hombres sencillos- de dos en dos para que enseñen el camino de
Jesús, y –por consiguiente- echando los espíritus malos.
Para esa labor deben ir sin más apoyatura que la de un
bastón y nada más. Pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto; podían llevar
sandalias para el camino pero no una túnica de repuesto. Y añadió: quedaos en la casa donde entréis hasta que os vayáis de aquel
sitio.
Lo que Jesús tiene muy claro es que no deben forzar
situaciones. Si en algún sitio no los reciben, sencillamente se salen de allí,
sacuden el polvo de sus pues para no quedarse con nada, y que quede claro que
la culpa estuvo en los que no recibieron
Constata el evangelista que ellos cumplieron lo que Jesús
les había dicho, y que echaron demonios y curaron enfermos, ungiéndolos con aceite. Este detalle
movió a algunos estudiosos a pensar si tendríamos aquí un presagio de la unción
de enfermos. Pero la realidad es mucho más simple: el aceite se usaba como
prevención de infecciones. Cuando Jesus cuenta la parábola del buen samaritano,
también el hombre limpió con vino las heridas (para desinfectarlas) y le echó
aceite.
Dos datos sí salen de esas recomendaciones de Jesús: uno,
que los discípulos debían ir en actitud pobre, y que por tanto la expansión del
mensaje de Jesús no se hacía en tono de fuerza. Las sandalias y el bastón
facilitaban la labor de ida de un sitio a otro, para una más amplia difusión de
la enseñanza, para que llegara a más sitios.
La otra lección que se deduce es que la palabra de Dios y
la misión apostólica han de ir presididas por una actitud de paz. No se
violenta a nadie: si quieren recibir el mensaje, allí están los enviados de
Jesús. Si no quieren recibirlo, ellos se marchan de aquella casa, sin más gesto
que sacudir el polvo de los pies que sea doblemente significativo: no se llevan
de allí ni el polvo, y para probar su
culpa, dice Jesús.
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