LITURGIA
Me viene el evangelio como anillo al dedo para
explicarme actitudes que se observan en algunas personas celosas de sí mismas.
Personas que quieren ser dueños y señores pero lo proyectan hacia otras que
pretenden servir con humildad y sencillez, a las que se atreven a enjuiciar
como manipuladoras. Y la realidad es totalmente distinta de esa visión; no sólo
distinta sino contraria. Los que dominan y quieren dominar son los que no
admiten que nadie se ingiera en lo que ellos consideran “sus dominios”, sin
advertir que sólo se pretende colaborar y ofrecer soluciones.
¿Qué hay en el fondo de eso? –Un complejo que se arrastra,
un no aceptar la propia situación –en si misma digna- pero que no ha llegado al
máximo, mientras que otros sí. Y se ha producido un ataque de celos y
enviduelas por las que no se acepta de buen grado que alguien pueda tener
afecto a otra persona más que a ellos mismos los acomplejados.
Leamos el evangelio (Mc.9,37-39): Juan viene a Jesús a
quejarse de que hay uno que no es del grupo de los apóstoles que está echando
demonios en nombre de Jesús. Y viene a decirle a Jesús que se lo han querido
impedir: porque no es de los nuestros.
¡Ese es “el pecado”: no ser de “los nuestros”! Porque, por lo demás, lo que
está haciendo, lo hace bien, y lo hace, además, en nombre de Jesús. Puros celos
de Juan. Puro personalismo. Lo que no es “mío” o “nuestro”, no es bueno y hay
que impedirlo. Es lo que comentaba yo en el párrafo anterior.
Jesús tuvo que corregirlo: No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede
luego hablar mal de mí. Esa es la actitud de un corazón grande. Más allá de
“lo mío”, está el hecho bueno, venga de quien venga. El principio de Jesús es
muy claro: el que no está contra
nosotros, está a favor nuestro. Eso es tener la mente clara y el corazón
sencillo. Es lo que hoy me grita desde el fondo del alma y desde la experiencia
concreta de situaciones vividas en las que la pequeñez de miras, la carencia de
propios valores, se viene a proyectar impidiendo que otros puedan hacer el
bien. En el fondo, el problema es “no ser de los nuestros” y ser “de otros”,
porque las envidias comen mucho e impiden bienes más generales que podrían hacerse y ser útiles para otros momentos en
que el celoso no puede tener dominado el cotarro a su propia manera, y otros
podrían echar una mano oportuna con su mejor voluntad.
La 1ª lectura (Ecclo.4,12-22) es un nuevo elogio de la
sabiduría, vista primero –diríamos- en “tercera persona”, con una descripción
de sus efectos: estimula a los que la
comprenden; los que la aman, aman la vida; los que la buscan, alcanzan el favor
de Dios; los que la retienen consiguen gloria del Señor; los que la sirven,
sirven al Santo y Dios ama a los que la aman. Una bella descripción de lo
que lleva en sí esa sabiduría. Por supuesto no es nada de la sabiduría humana
que se estudia en los libros y se aprende con el esfuerzo de hincar los codos.
Esta otra sabiduría es la que hace posible entender las cosas de Dios, elevarse
sobre lo meramente humano y viene dada por Dios.
Luego pasa a hablar en “primera persona”: Quien me escucha juzgará rectamente; quien
me hace caso habitará en mis atrios; disimulada caminaré con él. Es Dios
que se hace así presente en las almas.
Y ahora da un salto hacia una expresión de la sabiduría
verdadera que viene a ser aquella de Pablo que no quería saber otra cosa que a Jesucristo crucificado, porque dice
el texto que esa sabiduría prueba al alma con la tentación, precisamente para
hacer más sensible la necesidad que tenemos de apegarnos a Dios, que quiere
revelar sus secretos pero prueba la fidelidad de los corazones. También eso es
sabiduría y a ella hay que responder en el día a día y en los momentos
difíciles como en los fáciles. Vivir la sabiduría de Dios es libertad.
Contradecir esa sabiduría es una prisión, una ruina.
Ya se conoce la letrilla popular que decía: Al final, de la jornada, aquel que se salva,
sabe, y el que no, no sabe nada. La sabiduría de los sabios verdaderos es
la que conduce a la salvación. Y la necedad es no seguir los caminos de Dios y
tomar el camino equivocado.
Pues si. Eso coincide con un pensamiento que tuve esta mañana acerca de que muchas veces las personas se ofuscan o nos ofuscamos con prejuicios sobre otras, y decimos tener razón o razones, pero realmente no se razona ni se busca el bien común (el bien del otro), sino el nuestro propio. La verdad es verdad venga de donde venga. Como dice Jesús con otras palabras. (Javier Madueño)
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