LITURGIA
Empezamos a constatar las consecuencias del
pecado. Había dicho el Señor que tronchar el árbol de la vida crearía muerte, y
Adán y Eva lo sufren ahora en sus mismos hijos. Habían tenido un primer hijo,
al que pusieron por nombre Caín. (Gen.4,1-15.25). Luego vino Abel. Caín y Abel
ofrecieron en su momento ofrendas al Señor, pero mientras que Abel ofrecía lo
mejor de su rebaño, Caín no había ofrecido lo mejor de su labranza del terreno.
Y Dios bendijo a Abel y no a Caín.
Esto levantó una reacción de envidia en Caín que andaba
cabizbajo, pero con el veneno dentro del cuerpo. Y un día llama al campo a Abel
y allí lo mata. Y donde la palabra de Dios había sido la de “creced y
multiplicaos”, la realidad que se produce –consecuencia del pecado primero- es
dividir en vez de multiplicar.
La envidia mata. Pero no sólo la envidia. Más de una vez se
oye aquello: “para mí esa persona ha muerto”. Porque entonces es que la ha
matado en su corazón. El pecado siempre mata el amor.
Dios salió al paso de Caín y le preguntó por su hermano.
Caín pretendió no darse por aludido, y –despectivo- respondió a Dios: No lo sé; ¿acaso son yo el guardián de mi
hermano? Y Dios le hace saber que será maldecido en sus empresas y
desterrado.
También aquí el pecador acaba culpando a Dios, porque ahora
echa la responsabilidad sobre Dios, porque
cualquiera que me encuentre, me matará. No deja de ser muy simple todo esto
porque ¿quién lo iba a encontrar si sólo él y sus padres estaban sobre la
tierra? Pero el autor nos lo quiere generalizar para advertir la queja de ese
hombre de mal corazón.
Y Dios le protege con una señal o salvoconducto para que
nadie mate a Caín. Ni la muerte de Abel era querida por Dios, ni ninguna otra
muerte. La muerte es fruto del pecado, y Dios no quiere el pecado de nadie.
Adán se llegó a Eva y Eva dio a Luz a Set, nombre que
expresaba que venía a llenar el hueco que había dejado Abel. Más adelante nos
dirá que engendraron hijos e hijas.
Evangelio breve y casi diríamos que ya nos lo sabemos:
Mc.8,11-13. Los fariseos vienen a discutir con Jesús y a pedir un signo del
cielo. Nada nuevo, pues. Para ellos no eran signos del cielo sus curaciones y
expulsiones de malos espíritus. Por eso Jesús ya no les discute, y opta por no
darles respuesta. Jesucristo opta por no hacerles mas caso. Y les asegura que no se les dará un signo a esta
generación. A mí es de las respuestas que me causa más escalofrío porque
terrible es cuando Jesús se enfrenta, pero al fin y al cabo es que tiene algo
que decir o corregir. Cuando ya no responde ni aporta una explicación sino que
sencillamente deja la cosa perdida, es algo espantoso.
Dura es la reprensión, pero es que se espera algo del
reprendido; se confía en que puede reaccionar; se le corrige. Cuando ya no hay
nada que decir, es la cosa más tremenda que le puede pasar a un alma.
Puede venir un pecador con todo el saco de pecados y los
más grandes. Si admite palabras de corrección y aliento, incluso de reprensión,
ese pecador puede quedar salvado. El que se
pertrecha en que él no ha hecho nada y no tiene que arrepentirse de
nada, ese queda perdido en su pecado.
Al que le remuerde la conciencia por un mal que ha hecho,
se puede decir que esta salvado porque tiene conciencia. El que ya vive su vida
al margen de todo principio moral, y se queda tan tranquilo, es una persona que
ha perdido el recurso esencial de su comportamiento como ser racional.
El pecado de los fariseos estaba ahí. No creen ni se
plantean su error. No dudan de sí y de su verdad. Atacan todo lo que no
coincide con su pensamiento. A Jesús lo rechazan porque no ha entrado por sus
modos de concebir el mundo religioso. No tendrán por dónde entrarles. Es inútil
todo lo que se les quiere abrir sobre su concepción de la vida. ¿Para qué,
pues, darles explicaciones? Con razón Jesús les habló a ellos precisamente de
lo que era el pecado de blasfemia contra
el Espíritu Santo, ese pecado sin redención, que no se podrá perdonar.
Ellos acabarán por darle la muerte a Jesús, y pensaran que están dando gloria a
Dios. Lo peor que puede pasar en la vida, que es pretender tener a Dios aliado
en el mal, pues entonces no habrá razones algunas capaces de convencer de lo
contrario.
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