LITURGIA
La 1ª lectura (1Sam.26,2.7-9.12-13) nos pone
una parte de la historia de David. Perseguido por Saúl, David podría haberse
defendido definitivamente en esa ocasión en que ha cogido profundamente
dormidos a todos los que van acompañando a Saúl en su persecución a David. Pero
David no quiere atentar contra el rey, que es un ungido del Señor. Lo que hace
es una acción que demuestra su buen corazón y nobleza de espíritu: se lleva la
prueba de que ha podido acabar con Saúl, y se la presenta al rey. Queda claro
que le ha perdonado la vida, y que es hombre de buen corazón.
Todo esto viene a prepararnos para el evangelio
(Lc.6,27-38), que es un canto al amor y al perdón. Pertenece al Sermón del
Llano, equivalente al Sermón del Monte de San Mateo, y contiene una serie de
principios esenciales de las relaciones humanas, no sólo con los amigos sino
incluso con los enemigos: Amad a vuestros
enemigos y haced bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen y orad
por los que os injurian. No está todo esto alejado de la realidad. No es
infrecuente que se den animadversiones en las relaciones humanas, incluso en las
familiares. Existen antipatías, recelos, actitudes encontradas, que no se
solucionan con buenas intenciones ni palabras. ¿Qué hacer entonces, cuando algo
nos separa anímicamente de otra persona? –Jesús da la pauta: orad por los os injurian; orar por esas
personas contra las que tenemos algo o que ellas nos muestran animadversión. Y
aunque de momento no se pueda salvar la distancia afectiva, al menos esa
oración hecha de corazón por tal persona, irá predisponiendo favorablemente.
Lo que Jesús expresamente enseña que no puede ser es
devolver mal por mal, guardar rencor, tomar venganza. Por el contrario, con una
imagen muy propia de Jesús, que le gusta irse a los extremos, nos dice: al que te pegue en la mejilla derecha,
preséntale también la otra. Que está queriendo enseñar que no se devuelva
el golpe, sino todo lo contrario.
Lo que se resume en un principio fundamental de
convivencia: Tratad a los demás, como
queréis que ellos os traten. Y según esa norma práctica de vida, se
recibirá la respuesta de la otra persona. A la violencia se responde con la
violencia. A la misericordia le corresponderá misericordia. Aunque lo bueno que
uno da, debe darlo a fondo perdido, sin esperar correspondencia. Que al final,
lo que nos importa es la mirada de Dios.
Estos son los principios cristianos. Que para responder a
los demás en su mismo lenguaje, eso ya lo hacen los paganos y los que no tienen
fe. Si sólo se hace el bien a quien nos hace el bien, no hay mérito. En cambio
en devolver el bien donde recibimos un mal, estamos siendo verdaderamente hijos
de nuestros Padre del Cielo. Por eso: sed
compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis y no seréis juzgados;
no condenéis y no seréis condenados: perdonad y seréis perdonados. La medida
que uséis, la usaran con vosotros. Eso ya se da en el mismo plano humano,
en que somos considerados al modo en que nosotros usamos de consideración con
los demás.
La 2ª lectura (1Cor.15,45-49) nos insiste en esa misma
línea. Podemos ser hombres terrenos
que respondemos al modo terreno, u hombres
celestiales que respondemos al modo que nos enseña Jesús y que agrada a
Dios. Estamos llamados a reproducir en nosotros la imagen de Jesús, el hombre
celestial. Y eso se hace en las actitudes de la vida diaria, que es donde
realmente nos retratamos cada uno. En lo espiritual podemos ser hasta sublimes.
Pero si nuestra realidad cristiana no se demuestra en lo pequeño, quedarán
dudas sobre nuestras espiritualidades.
Es la experiencia que nos debe quedar de la participación
en la EUCARISTÍA. Que realmente va más allá del momento de participarla aquí.
Que nos mueve a vivir la enseñanza del evangelio, porque es el mismo Cristo el
que dijo aquello y el que viene a nosotros, y sus palabras deben resonarnos
hondamente al comulgar, como palabras del evangelio que ahora son dichas
expresamente a cada uno en su interior.
Elevamos al Señor nuestras peticiones y anhelos de este día.
-
Por la Iglesia, que se hace para nosotros sacramento de perdón. Roguemos al Señor.
-
Para que sepamos hacer oraciones por nuestros parientes y los amigos, o
los enemigos, si los hay. Roguemos al
Señor.
-
Para que seamos compasivos con la grandeza del corazón de Dios. Roguemos al Señor.
-
Para que la Eucaristía nos lleve a vivir nuestra fe en las cosas
pequeñas de cada día. Roguemos al Señor.
Abre, Señor, nuestro corazón para que siempre sea capaz de
responder con el bien, aunque nos hicieran el mal.
Lo pedimos por medio de Jesucristo N.S.
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