LITURGIA
Celebramos con rango de fiesta litúrgica la
Cátedra de San Pedro. Estas celebraciones tenían su origen en una veneración
especial hacia el primero de los apóstoles. En las reuniones litúrgicas se
reservaba un asiento vacío en la presidencia, simbolizando la presencia del
príncipe de los apóstoles y el primer vicario de Cristo en la tierra. Luego han
quedado como recuerdo de la Iglesia hacia el primer Papa.
La 1ª lectura nos trae una exhortación de Pedro en su
primera carta (5,1-4) hacia los otros presbíteros de la Iglesia, testigos de
los sufrimientos de Cristo y partícipes de su gloria. Les pide que sean
pastores del rebaño que han recibido por misión, para orientarlo y gobernarlo como Dios quiere, con generosidad,
convertidos en modelos de ese rebaño que se les ha encomendado. Y así recibirán
la corona de gloria que no se marchita.
Acompaña el SALMO 22: El
Señor es mi Pastor, nada me falta, que es una oración de gran confianza en
Dios, y en Jesucristo, que ha sido el buen Pastor que Dios ha puesto al frente
de su rebaño, y el que conduce y acompaña a los mejores pastos. Tu bondad y misericordia me acompañan todos
los días de mi vida.
El evangelio es el mismo que tuvimos ayer pero en la
versión de san Mateo (16,13-19), que es más completa. En ella tenemos la parte
positiva de esa confesión de Pedro, en la que Jesús le declara que lo que ha
dicho le hace hombre bienaventurado y dichoso porque lo que ha dicho le ha
venido revelado por el mismo Dios. El Mesías que él ha confesado, no es lo que
aparece a primera vista en la realidad que toca y palpa a diario. Sólo puede
haberlo recibido por una revelación del mismo Dios.
Y a esa afirmación de Pedro: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo, le corresponde la alabanza
de Jesús y la misión que le confía: Y yo
a mi vez te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. A
ti te doy las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedara
atado en el cielo y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el Cielo.
Es decir: llevas mi propia autoridad, que es la voluntad de Dios. Tú, el
representante mío en la tierra, tienes mi autoridad para desenvolver tu misión.
En la lectura continua (Gn.11,1-9) tenemos otro episodio
protagonizado por los hombres, que no han aprendido con la lección del diluvio,
y vuelven a las andadas de querer ser como Dios y meterse por la fuerza en los
terrenos de Dios, ya que habían sido echados del Paraíso.
Y la idea que conciben es construir una torre que llegara
hasta el cielo, ladrillo sobre ladrillo. Un absurdo que sólo cabe en la
soberbia del hombre engreído. Dios vuelve a mirar al mundo y ve aquellas
intenciones de los hombres y deja que se cree confusión entre ellos, de tal
manera que no pueden entenderse y se les viene abajo el propósito. El hombre
que actúa frente a Dios, no puede prosperar y acaba por vivir en pura
confusión. Y sin Dios, lo que uno habla no lo entiende el otro. Y tuvieron que
desistir de tal proyecto.
Con ello la Biblia quiere explicar la diversidad de idiomas
y lenguas del género humano.
En el evangelio (Mc.8,34-39) continúa Jesús la enseñanza
comenzada ayer a propósito de explicar en donde está el verdadero mesianismo.
Ayer lo refería a la realidad misma de Él, el Mesías de Dios, y hoy saca las
consecuencias para nosotros: El que
quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me
siga. Ayer había reprendido severamente a Pedro porque lo pretendía apartar
de su camino de lucha y padecimiento. Hoy les aplica a sus propios discípulos
las consecuencias de querer estar con él. También ellos han de aceptar la cruz
en sus vidas. Y la cruz tiene su traducción muy concreta en esa abnegación en
la que deben vivir, ese negarse o
controlarse a sí mismos para ser capaces de aceptar la propia cruz. Y
entonces vendrá la parte triunfal, la victoria, el estar con él, en seguimiento
personal.
La misma idea está expresada en otras expresiones: quien quiera salvar su vida, la perderá.
El que a toda costa quiera sacar su cabeza por encima, acaba perdiendo. Porque ¿de qué le sirve al hombre ganar el
mundo si arruina su vida?
Para acabar con una máxima de suma importancia para
aquellos apóstoles escandalizados (y para todo el que pretende evitar la cruz):
Quien se avergüence de mí y de mis
palabras, en esta época descreída y malvada, el Hijo del hombre se avergonzará
de él cuando venga en su gloria.
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