LITURGIA
Como decíamos ayer, la narración del Génesis
sobre la Creación es doble. Y lo vemos hoy claramente cuando parece que hay
como una vuelta atrás sobre lo narrado hasta aquí. Lo que hemos visto en los
dos días anteriores ha sido como la presentación global de toda la Creación.
Hoy (2,4-9.15-17) va desdoblando algunos aspectos. No había lluvia, la hierba y
matorrales no crecían por falta de lluvia. Sólo había un manantial que regaba
la superficie del campo.
Ahora Dios modela de
arcilla del suelo al hombre. Por decirlo así, en el principio era como un
muñeco de barro. Y ahora Dios sopló en su
nariz un aliento de vida y el hombre se convirtió en un ser vivo. Dios sopló un aliento de vida, un espíritu,
un alma espiritual. ¿Por qué “en la nariz”? Porque era el orificio por donde
entrar en el interior del muñeco.
Dios pone al hombre vivo en un jardín, un ‘hábitat’
agradable y placentero, con árboles frutales apetitosos. Y en medio el árbol de la vida, el árbol del conocimiento del bien y del
mal. Expresa la libertad que es parte de la esencia del hombre. A partir de
ahora, lo que haga, lo hace libremente. Ya no es un muñeco.
Y Dios muestra su soberanía poniéndole al hombre un
precepto que libremente debe elegir: puede comer de todos los árboles, menos de
ese árbol de LA VIDA. Que si troncha tal árbol, se producirá la muerte.
El hagiógrafo quiere mostrar que lo que sea del hombre,
vendrá por su libre albedrío; no es un autómata, no está predeterminado. Dios
lo ha hecho todo bien, pero el hombre tiene que saber conocer lo que es bueno y
lo que es contrario a lo bueno, y elegir. Ese árbol del CONOCIMIENTO debe ser
respetado para que no se haga el mal.
Continúa en Marcos el hecho que comenzamos a ver ayer.
Mc.7,14-23 viene a concretar algo de lo que quiso expresar cuando dijo que como ésta, hacéis muchas.
A sus apóstoles les explica, ya en la casa, que el corazón es la fuente de donde brota lo
bueno y lo malo. Y que lo que hay que cuidar es el corazón, los propios
sentimientos interiores. Lo de fuera, queda fuera. Lo que sale de dentro, eso es lo que mancha al hombre. Y ahí
comienza una enumeración de realidades que “manchan” y que su gravedad está en
que lo que se implica en ellas es el corazón. Y lo que me llama la atención es
que no establece un gradación de mayor a menor o viceversa, sino que las
entremezcla a todas como indicando que tienen la misma malicia, aun siendo de
materias tan diferentes, porque su maldad proviene no tanto del hecho en sí
cuanto de venir implicadas por el corazón de la persona.
La enumeración es la siguiente: de dentro del corazón del hombre salen los malos propósitos, las
fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes,
desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todo eso es lo que hace
al hombre impuro.
Merece la pena releerse más de una vez, despacio y
reflexivamente. Para los que dicen: “yo no robo ni mato”, le sale al paso “los
malos propósitos, las injusticias, la envidia, la difamación…” Son formas tan
iguales a “los robos y los homicidios”. Y en general para cualquier persona,
nos está tocando el fondo del alma esa enumeración porque “el orgullo” puede
estar haciendo al hombre “impuro”. ¿Y quién puede tirar la primera piedra? A mí siempre me causa
escalofrío este evangelio de Marcos, tan concreto.
Por otra parte, el evangelista toca también el tema de las
“comidas puras o impuras”, y considera que Jesús resuelve el tema con esa misma
explicación. El tema de la carne de cerdo tan
álgido para un judío o un árabe, la verdad es que no tiene entrada en el
aspecto religioso profundo, porque los alimentos no son puros ni impuros por sí
mismos. Aquellos fariseos tan preocupados por ese tema, no están por eso
alabando más a Dios. Jesús, muy gráficamente explica que eso que entra de
fuera, no mancha al hombre, porque entra de fuera por la boca y no va al
corazón sino al vientre, y se expulsa en la letrina. En cambio –vale de nuevo
el argumento- lo que sale de dentro del corazón sí hace daño, o sí sienta bien: depende que sea en sí buen
corazón o corazón maliciado el que queda implicado en las obras.
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