LITURGIA
A punto de concluir la
lectura continua de la carta a los Hebreos, hoy queda en una serie de
instrucciones muy concretas que más bien que otra cosa lo que podemos es
copiar.
Conservad el
amor fraterno y no olvidéis la hospitalidad; por ella algunos, sin saberlo,
“hospedaron” a ángeles.
Acordaos de los presos
como si estuvierais presos con ellos; de los que son maltratados, como si
estuvierais en su carne. Lo que se
traduce en “ponerse en el lugar del otro”
Que todos respeten el
matrimonio, el lecho nupcial que nadie lo mancille, porque a los impuros y
adúlteros Dios los juzgará. Un tema que hoy
tiene mucha más actualidad y mucha mayor importancia, empezando porque al
matrimonio hay que llegar con una madurez y un sentido muy serio de la continuidad
y la fidelidad.
Vivid sin ansía de
dinero, contentándoos con lo que tengáis, pues él mismo dijo: «Nunca te dejaré
ni te abandonaré»; así tendremos valor para decir: «El Señor es mi auxilio:
nada temo; ¿qué podrá hacerme el hombre?». Sería también la recomendación de Jesús: “no os preocupéis por el
mañana; Dios se ocupa de los lirios y lo pájaros. ¡Cuánto más de vosotros,
hombre de poca fe!”
Acordaos de vuestros
guías, que os anunciaron la Palabra de Dios.; fijaos en el desenlace de su vida
e imitad su fe.
Jesucristo es el mismo
ayer y hoy y siempre. Es la razón
esencial y por encima de toda otra razón. Jesucristo no cambia, no se muda. El
mismo que en su vida mortal enseñó unos principios de vida, es el mismo que hoy
inspira a la Iglesia y a los particulares. Y será el mismo mañana y pasado y
siempre. Por eso no debe nunca rebajarse el tono de sus enseñanzas, como si
Jesús ahora, en los tiempos modernos, fuera a decir otra cosa de la que ya
dijo. El evangelio es perenne; es el mismo ahora y fue y será. Por eso, los
principios que señala hoy la carta a los Hebreos, siguen siendo de actualidad y
deben constreñir nuestras conciencias.
Ya he referido alguna vez que los evangelistas narran algún
hecho adyacente, pero no de Jesucristo, cuando Jesús ha quedado solo porque ha
enviado a sus apóstoles a predicar. Ayer veíamos que los Doce se habían
esparcido, de dos en dos, por pueblos y aldeas. Entonces hoy San Marcos
(6,14-29) no cuenta nada de Jesús y nos cuenta el martirio de Juan Bautista, a
manos del tirano Herodes.
Herodes tenía en estima al Bautista. Pero la arpía de Herodías,
su cuñada con la que convivía, no soportaba que Juan recriminase al rey por
vivir en adulterio. Y había instigado al monarca a que detuviese al profeta.
Eso mismo no dejaba tranquilo a Herodes, que tenía sus
pesadillas a propósito de las noticias que le llegaban de Jesús, pensando que
Jesús fuera la reencarnación del Bautista al que él había mandado decapitar.
Y entonces Marcos nos narra las circunstancias de aquella
muerte. Herodes había convocado a los magnates de su reino, a quienes había
invitado a un banquete con motivo de su cumpleaños. Salomé, la hija de Herodías
intervino como animadora de la fiesta, bailando para los convidados. Y entre el
vino y la sensualidad, tanto agradó a Herodes que con la menor prudencia de un
rey, le prometió públicamente a la muchacha darle cualquier cosa que pidiera,
aunque fuera la mitad de su reino.
La muchacha no sabía qué podía pedir, y lo consultó con su
madre, quien vio la gran ocasión de acabar con el Bautista. Y Salomé se
presentó de nuevo en el banquete del rey y le pidió que le diese en una bandeja ahora mismo la cabeza de Juan Bautista.
No se lo esperaba Herodes y quedó contristado por aquello, porque él estimada a
Juan y se dejaba aconsejar por él. Pero por ese juramento que había lanzado tan
ligeramente ante los comensales, acabó dando la orden de que fuera un verdugo a
la cárcel y le trajera la cabeza del Bautista. ¡Qué espectáculo para aquellos
magnates! ¡Qué cosa más repugnante! Pero había sido la promesa del rey y allí
mismo la entregó a Salomé y Salomé se le llevó a su madre, que así salía
vencedora contra el hombre que corregía al rey por su incesto con ella.
Los discípulos de Juan vinieron a recoger su cadáver para
darle sepultura.
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