LITURGIA: La
presentación del niño Jesús
“Hace hoy 40 días que hemos
celebrado, llenos de gozo, la fiesta del Nacimiento del Señor”. Así
comienza la liturgia de este día, que sigue diciendo: “Hoy es el día en que Jesús fue presentado en el templo para cumplir la
ley, pero sobre todo para encontrarse con el pueblo creyente”. De esta
manera queda definida claramente la fiesta litúrgica como fiesta del Señor, tal
como aparece en los libros litúrgicos.
Es la fiesta de LA LUZ, de LAS CANDELAS, en las que la luz
es Cristo, como aparece en el canto de Simeón: Luz para alumbrar a las naciones, y gloria de tu pueblo Israel.
El evangelio (Lc.22-40) pasa de largo sobre la purificación
de María, citándolo sólo como referencia del día en que se produce la
presentación del Niño. Tal como estaba en la Ley, el niño varón debía ser
presentado y ofrecido al Templo “al
cumplirse los días de la purificación de María”. Esos eran los 40 días
desde el nacimiento, que es cuando las madres de hijos varones podían salir de
nuevo en público. La “cuarentena”, que ha llegado casi hasta nuestros días,
sobre todo en pueblos menos avanzados.
Al cumplirse esos días, era obligación de los padres, según
la ley, presentar al hijo en el templo, y allí ofrecer, en su rescate, bien sea
una res mayor (si eran familias pudientes), bien un par de tórtolas o dos
pichones (en familias pobres).
José y María vienen desde Belén a Jerusalén para presentar
a Jesús y ofrecer su contribución a aquel momento, para finalmente llevarse
consigo al niño. [En el caso de ofrecimiento de las primicias de animales, se
sacrificaba al animal. En el caso de humanos, se les rescataba].
Sucedió que cuando entraban en el templo José y María, con
el Niño, se adelanta un anciano y toma en sus brazos al Niño y prorrumpe en un
canto: Ahora, Señor, según tu promesa,
puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu Salvador, luz para alumbrar a las naciones y gloria
de tu pueblo Israel. Es que Simeón, el anciano, tenía una promesa de
Dios de que no moriría hasta ver al Mesías. Ya lo ha visto y ya puede morir en
paz.
Cristo es reconocido como Luz. De ahí la fiesta de la luz,
que se celebra –en modo solemne- con una procesión de luces (candelas) desde
una capilla menor hasta la Iglesia principal, simbolizando la entrada de
Cristo-Luz en el templo.
La 1ª lectura (Malaquías 3,1-4) comienza diciendo: Así dice el Señor: De pronto entrará en el
santuario del Señor, el mensajero de la alianza que vosotros deseáis. Será un
fuego de fundidor, una lejía de lavandero…, fundidor que refina la plata y el
oro…
Es la labor de limpieza que va a desarrollar el Mesías al
entrar en el mundo…, es el Niño que es presentado en el Templo como inicio de
una carrera que acabará en la Cruz.
Y en la 2ª lectura se nos remite a la carta a los Hebreos,
que tenemos recientemente estudiada en la lectura continua. Ahora, volviendo a
2,14-18, nos concluye que tenía que
parecerse en todo a sus hermanos, para
ser compasivo y pontífice fiel, y expiar así los pecados del pueblo. Como él ha pasado por la prueba del dolor,
puede auxiliar a los que ahora pasáis por ella.
Jesús ha querido ser “uno de tantos” para así conducirnos a
la salvación a los que vivimos en la tierra como sus hermanos.
Seguramente se ha preguntado alguien dónde queda el sentido
mariano de la fiesta, popularmente llamada “de la Candelaria”. En los primeros
siglos se vivió así, pero después se centra en el verdadero núcleo de una
espiritualidad cristiana: el protagonismo es de Jesucristo.
Pero “candela” es femenino y la orientación hacia “la
Candelaria” era muy fácil. Y si femenino, se aplicaba más a María. De hecho hay
muchos pueblos que celebran la fiesta como fiesta de la “Virgen Candelaria”, a
la que tienen como su Patrona.
San Lucas ha procurado pasar de largo sobre el hecho de la
“purificación de María” porque el evangelio es de Jesús y sobre Jesús. Y Jesús
es LA LUZ QUE ILUMINA A LAS NACIONES. Y de eso se trata en la pedagogía
litúrgica.
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