LITURGIA
No es de los temas que nos resultan más agradables, sobre todo
en un tiempo en que nos hemos hecho tan sensibles. La carta a los Hebreos nos
enseña hoy (12,4-7.11-15) el valor de la corrección. Y precisamente la
corrección por parte de Dios. Nos afirma el autor que habéis olvidado la exhortación paternal que os dieron: “Hijo mío, no
rechaces el castigo del Señor; no te enfades por su reprensión, porque el Señor reprende a los que ama, y
castiga a sus hijos preferidos”. Y explica que en la educación humana,
los padres tienen que reprender y castigar a sus hijos para formar y educar. ¿Qué padre no corrige a sus hijos?
Cierto que ningún castigo gusta cuando se recibe, pero luego dará el fruto de una vida honrada y en paz.
Y –dando un salto de versículos- saca las consecuencias:
hay que fortalecer la personalidad: robustecer
la rodillas vacilantes y las manos débiles, para caminar por una senda llana.
No puede ser el creyente un ser de mantequilla, que se viene abajo en cuanto
hay una exigencia. Hay que caminar codo con codo y buscar la paz con todos y la
santificación, sin la cual, nadie verá al Señor.
En positivo: Procurad
que nadie se quede sin la gracia de Dios.
Volvemos en la lectura continua, a encontrarnos con un
texto ya desarrollado el pasado domingo en la versión más amplia y detallada de
San Lucas.
Mc.6,1-6, es la presencia de Jesús en su ciudad de Nazaret.
Jesús había ido a su pueblo y es evidente que llevaba todo el deseo de volcar
en sus paisanos la fuerza de sus palabras y sus hechos. Cuando llegó el sábado
y fue a la sinagoga, como cualquier buen judío, se puso a enseñar. Los
paisanos, que lo conocían de tantos años por sus calles, se quedaban asombrados
de ver al Jesús de siempre tan elevado de pensamientos. Y precisamente por eso se preguntaban: ¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado? ¿Y
esos milagros de sus manos? Era lógico que todo esto les resultaba muy
extraño y admirable.
Cabían dos reacciones: la de la admiración en positivo porque
aun sin saber ellos de dónde le venía todo aquello, la realidad era lo que
estaban viendo y oyendo, y por tanto rendirse ante la evidencia, o admirarse
críticamente, con suspicacia, porque lo tenían más que conocido: ¿No es éste el hijo del carpintero, hijo de
María y pariente de Santiago y José, Judas y Simón? ¿Y sus hermanas no viven
entre nosotros aquí? Todo reducido a recuerdos de lo anterior. O sea: lejos
de admitir lo que estaban viendo y oyendo, surge la postura destructiva de las
referencias al pasado. Y como todo lo que es crítica, mina el terreno. En
consecuencia desconfiaban de él.
Jesús les recordaba entonces aquel dicho popular de que “no desprecian a un profeta más que en su
tierra, entre sus parientes y en su casa”. Y las consecuencias de aquellas
críticas, Jesús no pudo hacer allí ningún
milagro. Jesús supeditaba siempre sus milagros a la fe de las gentes. Aquí
no hay fe en él. Por el contrario “desconfiaban”. Por eso se extrañó de su
falta de fe. Curó a algunos enfermos que sí mostraron su asentimiento, pero
casi como casos muy particulares. La actitud de aquellos paisanos había secado
la fuente de sus obras curativas.
Y recorría los
pueblos de alrededor enseñando. Quiere decir que Jesús se ha salido de
Nazaret, sin haber tenido acogida. Y no puedo dejar de pensar en su madre, que
tuvo que sufrir aquello en su alma, como si se materializara ya la “espada de
dolor” que le anunció Simeón. Porque ella misma podía ser una de las personas
admiradas por la nueva realidad de su Hijo. Pero ella acogía aquella realidad
sin sospechar ni discutir. Sencillamente veía los hechos y se gozaba en ellos.
Todo esto nos suscita una cuestión práctica en la forma en
que hemos de acoger a los otros que nos causan extrañeza por algún motivo. En
vez de la postura crítica negativa, el reconocimiento de sus bondades y la
acogida.
Lo que expresado en su modo negativo, es caer en la cuenta
del daño que causa la crítica, capaz de destruir lo más sagrado. Y por supuesto
poner a la otra persona en la picota, trasmitiendo a los demás el propio veneno
que encierra el que critica.
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