(ZENIT- Roma, 1º marzo 2017).- El papa Francisco inició por la
tarde de este miércoles de ceniza en la basílica de San Anselmo, los ritos de
la cuaresma, vistiendo paramentos color violeta y con una ceremonia que
comenzó con el canto en gregoriano.
En la basílica situada en la casa generalicia de los
benedictinos, en el monte Aventino de Roma, estaban junto al Papa,
cardenales, obispos, monjes benedictinos y padres dominicos con su hábito
color blanco y negro. Todos se dirigieron en procesión penitencial hacia la
iglesia de Santa Sabina a unos trescientos metros de allí, mientras se
cantaban las letanías de todos los santos.
Ya en la basílica de Santa Sabina el Coro Pontificio de la
Capilla Sixtina entonó el ‘Atende
Domine et Miserere’, seguido por la santa misa. Después de la
homilía el Santo Padre bendijo las cenizas, que a continuación impartió
a los cardenales y a algunos monjes y fieles.
Texto de la homilia:
«Volved a mí de todo corazón… volved a mí» (Jl 2,12), es el
clamor con el que el profeta Joel se dirige al pueblo en nombre del Señor;
nadie podía sentirse excluido: llamad a los ancianos, reunid a los pequeños y
a los niños de pecho y al recién casado (cf. v. 6).
Todo el Pueblo fiel es convocado para ponerse en marcha y
adorar a su Dios que es «compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico
en piedad» (v.13). También nosotros queremos hacernos eco de este llamado;
queremos volver al corazón misericordioso del Padre.
En este tiempo de gracia que hoy comenzamos, fijamos una vez
más nuestra mirada en su misericordia. La cuaresma es un camino: nos conduce
a la victoria de la misericordia sobre todo aquello que busca aplastarnos o
rebajarnos a cualquier cosa que no sea digna de un hijo de Dios.
La cuaresma es el camino de la esclavitud a la libertad, del
sufrimiento a la alegría, de la muerte a la vida. El gesto de las cenizas,
con el que nos ponemos en marcha, nos recuerda nuestra condición original:
hemos sido tomados de la tierra, somos de barro.
Sí, pero barro en las manos amorosas de Dios que sopló su
espíritu de vida sobre cada uno de nosotros y lo quiere seguir haciendo;
quiere seguir dándonos ese aliento de vida que nos salva de otro tipo de
aliento: la asfixia sofocante provocada por nuestros egoísmos; asfixia
sofocante generada por mezquinas ambiciones y silenciosas indiferencias,
asfixia que ahoga el espíritu, reduce el horizonte y anestesia el palpitar
del corazón.
El aliento de la vida de Dios nos salva de esta asfixia que
apaga nuestra fe, enfría nuestra caridad y cancela nuestra esperanza. Vivir
la cuaresma es anhelar ese aliento de vida que nuestro Padre no deja de
ofrecernos en el fango de nuestra historia.
El aliento de la vida de Dios nos libera de esa asfixia de la
que muchas veces no somos conscientes y que, incluso, nos hemos acostumbrado
a «normalizar», aunque sus signos se hacen sentir; y nos parece «normal»
porque nos hemos acostumbrado a respirar un aire cargado de falta de
esperanza, aire de tristeza y de resignación, aire sofocante de pánico y
aversión.
Cuaresma es el tiempo para decir «no». No, a la asfixia del
espíritu por la polución que provoca la indiferencia, la negligencia de
pensar que la vida del otro no me pertenece por lo que intento banalizar la
vida especialmente la de aquellos que cargan en su carne el peso de tanta
superficialidad.
La cuaresma quiere decir «no» a la polución intoxicante de las
palabras vacías y sin sentido, de la crítica burda y rápida, de los análisis
simplistas que no logran abrazar la complejidad de los problemas humanos,
especialmente los problemas de quienes más sufren. La cuaresma es el tiempo
de decir «no»; no, a la asfixia de una oración que nos tranquilice la
conciencia, de una limosna que nos deje satisfechos, de un ayuno que nos haga
sentir que hemos cumplido.
Cuaresma es el tiempo de decir no a la asfixia que nace de
intimismos excluyentes que quieren llegar a Dios saltándose las llagas de
Cristo presentes en las llagas de sus hermanos: esas espiritualidades que
reducen la fe a culturas de gueto y exclusión.
Cuaresma es tiempo de memoria, es el tiempo de pensar y
preguntarnos: ¿Qué sería de nosotros si Dios nos hubiese cerrado las puertas?
¿Qué sería de nosotros sin su misericordia que no se ha cansado de
perdonarnos y nos dio siempre una oportunidad para volver a empezar?
Cuaresma es el tiempo de preguntarnos: ¿Dónde estaríamos sin
la ayuda de tantos rostros silenciosos que de mil maneras nos tendieron la
mano y con acciones muy concretas nos devolvieron la esperanza y nos ayudaron
a volver a empezar?
Cuaresma es el tiempo para volver a respirar, es el tiempo
para abrir el corazón al aliento del único capaz de transformar nuestro barro
en humanidad.
No es el tiempo de rasgar las vestiduras ante el mal que nos
rodea sino de abrir espacio en nuestra vida para todo el bien que podemos
generar, despojándonos de aquello que nos aísla, encierra y paraliza.
Cuaresma es el tiempo de la compasión para decir con el
salmista: «Devuélvenos Señor la alegría de la salvación, afiánzanos con
espíritu generoso para que con nuestra vida proclamemos tu alabanza»; y
nuestro barro –por la fuerza de tu aliento de vida– se convierta en «barro
enamorado».
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(ZENIT- Ciudad del Vaticano, 1 marzo 2017).- El papa Francisco
invitó en este Miércoles de Ceniza y comienzo de la cuaresma, a vivir este
período como un camino que sea signo sacramental de nuestra conversión.
Lo dijo en la catequesis de la audiencia que realizó en la
plaza de San Pedro, en un día soleado del final del invierno europeo. El
Santo Padre al ingresar en el jeep abierto, pasó por los corredores donde le
aguardaban miles de peregrinos, quienes le han recibido saludando,
agitando pañuelos o banderas. El Pontífice hizo detener varias veces el
vehículo para bendecir a niños y a enfermos.
“Hoy, miércoles de ceniza, los invito a reflexionar sobre la
cuaresma como tiempo de esperanza” dijo Francisco en sus palabras en español
y recordó: “Al igual que el Pueblo de Israel que sufrió la esclavitud en
Egipto, cada uno de nosotros está llamado a hacer experiencia de liberación y
a caminar por el desierto de la vida para llegar a la tierra prometida”.
“Jesús nos abre –prosiguió el Pontífice– el camino al cielo a
través de su pasión, muerte y resurrección. Él ha debido humillarse y hacerse
obediente hasta la muerte, vertiendo su sangre para librarnos de la
esclavitud del pecado”.
“Es el beneficio que recibimos de él, que debe corresponderse
con nuestra acogida libre y sincera. Estamos llamados a seguir el ejemplo de
Nuestro Señor. Él venció al tentador y ahora nosotros debemos también
afrontar la tentación y superarla. Él nos dio el agua viva de su Espíritu y
nosotros debemos ir a buscarla a la fuente de los sacramentos y la oración”,
dijo.
El Papa aseguró que Jesús “es la luz que vence las tinieblas y
nos pide a nosotros alimentar la llama que se nos confió el día de nuestro
bautismo. De este modo, nuestro camino cuaresmal será signo sacramental de
nuestra conversión”.
Al concluir su resumen de la catequesis en español, el Santo
Padre saludó cordialmente a los peregrinos de lengua española, “en particular
a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Los exhorto a caminar en
esperanza y con empeño en este camino de amor, que Dios nos propone”.
“Que nuestro esfuerzo –concluyó– forje una esperanza sólida,
como la de María, que continuó a creer y a esperar incluso cuando se
encontraba junto a la cruz de su Hijo”.
En la catequesis invitó también a entrar “con corazón
abierto” en la cuaresma. Y “sintiéndonos parte del pueblo santo de Dios,
iniciamos con alegría hoy este camino de esperanza”.
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