COMIENZAN LOS
EJERCICIOS ESPIRITUALES
en la Iglesia del Sagrado
Corazón, en
Málaga.- A las 5’30 de la tarde
Liturgia
Vuelve hoy el tema de la ORACIÓN como ejercicio propio
cuaresmal. Pero con un matiz muy distinto al de hace unos días, en la oración de
la reina Ester. Porque Ester oraba ante una catástrofe que se venía encima del
pueblo de Dios, y ella suplicaba la ayuda de Dios. Era una oración de petición.
Hoy, el libro de Daniel (9, 4-10) nos pone la oración de un
pecador que siente el dolor de sus pecados y de los pecados del pueblo, y
suplica el perdón, la gracia del arrepentimiento y la misericordia de un Dios
compasivo. Hay conciencia de pecado: hemos
cometido iniquidad, hemos sido malos, nos hemos rebelado y nos hemos apartado
de tus mandamientos. Por tanto es una oración de contrición. Tanto más
sentida cuanto que en frente descubre a un Dios que es santo y bueno, piadoso y
abierto al perdón, cuya voz no han escuchado.
Se trata, pues, de una oración confiada y humillada por la
que no se da ninguna razón por la que uno ha de ser escuchado –porque no lo
merece-, si no es apoyándose solamente en la compasión de Dios, que es un Dios
abierto al perdón y a la acogida del pecador.
Enlaza perfectamente con el evangelio, esta vez tomado de
San Lucas (6, 36-38) en la que el evangelista “traduce” a una expresión más
comprensible el “sed perfectos” de
San Mateo. Aquí es ser compasivos como
vuestro Padre es compasivo. Ni quita ni añade a la otra expresión, sino que
nos la pone en otro lenguaje que parece más cercano, porque parece que se nos
hace más asequible eso de ser compasivos y misericordiosos. En el momento
litúrgico en que nos viene hoy, hay una acentuación de la primera lectura:
recurrimos a Dios por ser misericordioso y nos incita a ser nosotros compasivos
con los demás, porque la concreción a la que llega es a que no condenéis y no seréis condenados;
perdonad y seréis perdonados. Dios nos va a responder con esa medida que
nosotros usemos con los demás. A su vez, los demás nos van a responder con la
misma medida que nosotros usemos con ellos. Y por parte de Dios, no hay medida,
porque Él siempre da con creces: con generosidad, una medida rebosante de su
perdón y de su abrazo de buen Padre.
Hoy hace 4 años que el Papa Francisco llegó al pontificado.
Son 4 años de gracia en la Iglesia, con acentos muy definidos en el corazón abierto
para con la parte más herida de la humanidad. Lejos de pretender una ortodoxia
por delante de todo, el Papa ha puesto su mira en trasmitir sentimientos de
misericordia y de acogida. Y precisamente de acogida de aquellos que menos
espacio podían esperar por su situación. Francisco no ha entrado en
modificaciones de doctrina sino en la modificación del corazón. Se trata de
tener entrañas de misericordia, que no cambian los principios sino las
actitudes. Que donde estuvo el acento en la ley cumplida o dejada de cumplir,
hoy se haga foco directo en las actitudes mismas de Jesucristo en el evangelio
y que sean esas actitudes de Cristo las que vayan marcando un nuevo periplo de
la Iglesia, como Iglesia acogedora y abierta de corazón al más necesitado.
No fue aquello lo que granjeó más adhesiones de los “jefes”
con los que se encontró Jesús. Pero Jesús se encontró con un pueblo volcado en
su escucha, que era donde podía desarrollar su labor mesiánica y salvadora. El
pueblo lo entendió y lo rodeo y lo siguió y halló en Jesús a su valedor en
medio de las penurias de aquella vida en la que se desenvolvían las gentes
sencillas.
Quiera Dios que la labor del Papa pueda fructificar en la
Iglesia del siglo XXI, en este mundo tan disparatado, y que la presencia de una
Iglesia abierta a la acogida produzca sus frutos y vaya recobrando la confianza
en el Dios misericordioso.
Parece ser que el corazón guarda para siempre el recuerdo de todo lo que ha vivido. Será misericordioso el hombre que pueda recordar con cariño a las personas de su vida y se mantiene fiel a u recuerdo. Jesus nos pide que seamos misericordiosos como nuestro Padre Celestial que permanece fiel y ama a su Pueblo aunque éste le dé la espalda. Dios conoce nuestros puntos flojos y, aún así, nos ama y cuenta con nosotros. Jesús nos pide que seamos buenos como Él, que dejemos de juzgar a los demás según los esquemas de nuestra pretendida bondad.
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