Liturgia
Os. 14,2-10: Partiendo de la reiteración en el tema de la
CONVERSIÓN –el volverse al Señor Dios
tuyo, que formula el propio Dios a su pueblo- hay un recordatorio del
pecado cometido pero no para condenar sino para mover a esa conversión que
abandona toda iniquidad. El pueblo está seguro de que su salvación no va a
venir desde la fuerza humana y se echa en brazos de Dios: En ti encuentra piedad el huérfano
Y Dios se vuelca con ese pueblo: curaré sus extravíos, los amaré aunque no lo merezcan, mi cólera se
apartará de ellos y seré rocío para Israel. Siguen una serie de dones que
Dios se compromete a dar y que son un dechado de favores de parte de Dios.
Vivir, pues, el espíritu cuaresmal desde esa actitud de
cambio interior que va tocando aspectos concretos de la vida de la persona,
tiene unos frutos ciertos. Dios es quien se constituye en ciprés frondoso de donde proceden esos frutos, y el pueblo será sabio que lo entiende. Los justos andan por
esos caminos; los pecadores tropiezan y caen. Es el discernimiento que
distingue a unos de otros.
Mc 12,28-34 nos lleva al núcleo mismo de la verdadera
CONVERSIÓN: la que toma las dos direcciones esenciales: Dios y el prójimo. Para
con Dios, el amor con todo el corazón,
con toda el alma, con toda la mente y con todo el ser. El “corazón” como
centro de lo más noble de la persona, según la concepción hebrea. El “alma” que
representa la vida. La “mente” que es el querer y el obrar. Todo el ser,
recopilando todo en una sola cosa. Para con Dios, pues, queda la persona
depositada en sus manos, de manera que toda la vida de cada uno está puesta a
disposición de Dios.
La formulación breve de “amarás a Dios sobre todas las
cosas” sintetiza perfectamente ese mandamiento que Jesús y el doctor de
la ley recuerdan como el principal y primero. Jesús se lo sabía desde niño: era
la gran herencia que unos padres dejaban a sus hijos, y a Jesús se lo habían
inculcado desde pequeñito.
El caso es que ese mandamiento primero lo hemos mamado también
en nuestra historia personal. Que lo pensamos y que lo queremos. Luego
interfieren muchas cosas y no acaba de ser una realidad tan verdadera como
desearíamos. Siempre que llego a este punto tengo que descubrir el gran rival
que Dios tiene en cada uno de nosotros, que es el “propio YO”, y que –al final-
es el “dios” a quien amamos sobre todas las cosas. Un mínimo examen de
conciencia nos descubre que cuantos fallos hay en nuestro vivir diario, están
colgados de ese culto al YO por el que nos situamos por delante de todo y por
delante, ¡tantas veces! del mismo Dios. Ya es fácil colegir cómo nos ponemos
por delante de nuestros semejantes.
Por eso Jesús, que había sido interrogado sobre “el
principal y primero” de los mandamientos, añade luego “el segundo, semejante a ese: amarás
a tu prójimo como a ti mismo”. Y ahí se hace más evidente todavía esa
pugna del YO y del TÚ, porque cada cual, en relación con el otro, acaba
poniéndose delante por un instinto natural. Quiere decir que ya no ama “como a
mí mismo” sino “detrás de mí”…: primero soy yo, y lo que queda será para ti. Es
el egoísmo recalcitrante que llevamos inoculado.
Cuando Jesús nos puso como condición de seguimiento el negarse a sí mismo, sabía muy bien lo
que estaba diciendo. Y es que el vicio maligno que nos engulle los mejores
deseos es el de reafirmarse cada uno a sí mismo por encima de todo y de todos.
Esa “negación” que Jesús nos pide supone un “controlar” nuestros sentimientos
hasta el punto de dejar espacios para que los otros sean acogidos con la misma
manera en que queremos ser acogidos cada uno. Amar al prójimo como a mí mismo es un ejercicio de perfección del
afecto para que no se encierre nadie en la cápsula de su propio egoísmo.
Y todo eso -dirá Jesús- es lo que pone la verdadera
distancia o cercanía en el Reino de Dios. El fariseo aquel no andaba lejos del
reino de los cielos porque había respondido sensatamente a la pregunta que él
mismo le había hecho a Jesús. Por lo pronto, en la respuesta. Otra cosa será –y
es la hora de la verdad- lo que se vive en efecto en esas dos líneas básicas
del reino: Dios sobre todas las cosas, y el prójimo como a uno mismo.
“Israel: conviértete al Señor”, había sido el punto de
arranque de esta liturgia. Hemos hecho un recorrido y ha dejado clarificada la
línea de conversión concreta a la que apunta este día de Cuaresma.
"Acuérdate de esto, de que eres mi siervo. Te formé y eres mío, Israel. No te olvidaré.He olvidado todos tus pecados: vuelve a Mí que soy tu redentor". (Is.44).Para el cristiano lo verdaderamente importante es su capacidad de envolver en amor todo lo que haga. Ni el saber, ni una vida de sacrificios y cumplimiento de sus deberes son nada si no van aderezados con amor. Esto es posible cuando Dios es el centro de nuestra vida. Cuando amamos a Dios, amamos al prójimo, si no amamos a Dios no podemos amar a sus criaturas.Hoy es un día de conversión...
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