Liturgia
Se centra hoy el tema en la práctica penitencial. Para ello
se trae el libro del profeta Jonás (3,1-10) con la predicación que hubo de
hacer él –contra su voluntad- a los habitantes de Nínive, por mandato del
Señor. Nínive estaba viviendo mal y Dios usa con aquella gran ciudad el método
de la amenaza –amenaza avisada de antemano- para que tenga tiempo de hacer su
penitencia. Y ante la predicación de Jonás la ciudad se pone en pie, siguiendo
un edicto del rey que se levantó de su
trono, dejó el manto, se vistió de sayal y se sentó en tierra, mandando
proclamar un ayuno para hombres y animales. Debía cada cual volver atrás de
su mala vida y de sus injusticias. Y quedaban a la expectativa de que Dios
mirara tal conversión y se arrepintiera de su amenaza.
Y así fue: Dios se agradó en aquel cambio realizado por los
habitantes de Nínive y Dios no realizó el castigo con que había conminado a la
gran ciudad.
Jesucristo echa en cara de aquella generación perversa que le pide un signo para creer en él, que
Nínive fue capaz de convertirse por la predicación de Jonás, y la realidad es
que en Cristo tenían mucho más que en Jonás. Esa es la queja de Jesús. Y el
dolor de su corazón. Porque siguen pidiendo señales y ya más señales no van a
tener. Cuando sea juzgada esta generación se levantarán los habitantes de
Nínive y harán que la condenen, porque ellos se convirtieron y esta generación
no se convierte.
Es mensaje claro para la Cuaresma, nuestra Cuaresma. Quiere
ponernos delante una actitud penitencial, de cambio, de mejora. Avisa Dios que
tenemos que convertirnos y nos advierte de realidades en las que hemos de dar
respuesta. El rey de Nínive proclama un ayuno. ¿Por qué un ayuno si los
problemas reales era otros? –Porque el ayuno es una forma penitencial válida
para que caigamos en la cuenta de cosas más de fondo. El ayuno es privación y
bajo la privación se piensa mejor que en la abundancia o la saciedad. El ayuno
de por sí no es una solución pero es vía de solución porque saca a la persona
de sus casillas y le pone en condiciones de reflexionar. Hace cambiar la idea
de ayuno de alimentos por ayuno de otras cosas que posiblemente son las más
reales y hasta las más costosas. Es una manera de hacerse indigente ante Dios
y, por decirlo así, “mostrarle las propias llagas” e incitar su perdón y su
misericordia.
Por eso una cierta privación cuaresmal no debe estar pasada
de moda. Ni infravalorar los mínimos penitenciales que nos quedan en la
Cuaresma. Casi es ridículo que andemos problematizando sobre el ayuno o la abstinencia
que nos queda a los católicos, cuando vemos las muchas privaciones que se
impone un deportista para alcanzar sus metas, o vemos otras confesiones
religiosas con sus prácticas penitenciales. Más bien tendríamos que saber
imponernos libremente otras privaciones “no de regla”, pero a las que
deberíamos sentirnos obligados en aras a un dominio mejor del YO. Si Jesús nos
ha pedido negarnos a nosotros mismos…,
cortar el pie o el brazo que inducen a pecado, sería de cajón hacerle a eso
una “traducción simultánea” para saber dar determinadas soluciones a problemas
reales en nuestra actitud de seguimiento de Jesús y de vivir acordes con el
Evangelio.
La Cuaresma debería notarse. Mientras estemos pasando por
la cuaresma como por cualquier otro momento, algo está fallando. Un determinado
planteamiento, aunque fuera pequeño y no llamativo, debería constituir esa
“señal” de mejora y crecimiento. A veces se comienza por un detalle sin
trascendencia pero que sirve de aviso para otro momento en el que surge el “punto”
que le dice a uno que ahí está la situación real personal en que la abnegación
del YO pide un paso…: quien quiera venir
conmigo, que se niegue a sí mismo, que tome la cruz cada día y me siga. Y
Jesús lo ponderará con esa bella construcción que hizo al advertir ¿de qué le vale a uno ganar el mundo entero
si arruina su propia vida…, ni –una vez arruinada- qué puede dar a cambio para recobrarla?
A Jesús le duele el corazón porque ha muerto para salvar a los hombres y, todavía hay muchos que nolo conocen y que nose convierten.
ResponderEliminarEl profeta Jonás representa a los judíos que pensaban que la bendición de Dios era solo para Israel, el pueblo elegido...Jesús dice a sus seguidores que nadie tiene preferencia y que sólo comprenderá el Mensaje y verá verdaderos milagros el que esté dispuesto a cambiar de vida y ser testigo del Evangelio. Al día de hoy, ser cristiano no es muy valorado, sólo podemos llegar al corazón de esta "generación" por nuestro testimonio y por nuestra capacidad de acogida.
El espíritu de penitencia y mortificación lo manifestamos en nuestra vida corriente, en el quehacer de cada día, sin necesidad de esperar ocasiones extraordinarias.La penitencia está en saber compaginar nuestras obligaciones con Dios, con los demás y con nosotros mismos.
ResponderEliminar