Liturgia
Una parada y una reflexión en medio de la Cuaresma, con un
toque de atención muy fuerte: somos capaces de no escuchar la voz de Dios. El
mundo está cerrando los oídos a la voz de Dios y el mundo se está destruyendo a
sí mismo. Las tensiones, la violencia desmesurada, el odio que se alberga en
los corazones –incluso en el de los niños-, la hostilidad que se genera a la
primera de cambio, muchas veces irreductible y cerrada al olvido y al perdón de
lo sufrido, dan una panorámica de espanto a la realidad presente.
Lo advirtió Jeremías (7,23-28). Por una parte Dios se
ofrece gratuitamente a ser el Dios de ese pueblo y a que ese pueblo lo acepte
como su Dios. Lo que eso implica es una escucha de la voz de Dios para caminar
según el pensamiento de Dios.
Pero no escucharon ni
prestaron oído, caminaban según sus ideas, según la maldad de su corazón
obstinado, y daban la espalda a Dios. He ahí el panorama de un pueblo que
llevaba a favor todas las papeletas y las ha dejado perder porque las ha vuelto
contra sí mismo, no queriendo oír la voz de Dios, que era voz salvadora y
benéfica.
De ahí que una vez más el SALMO que acompaña a esa lectura
venga a ser el 94, con esa llamada tan concreta
a escuchar HOY la voz de Dios,
sin dejarlo para mañana ni siquiera para luego, porque la voz de Dios ha de ser
escuchada en el momento en que se produce: entremos
en su presencia dándole gracias.
El evangelio de hoy (en Lc 11,14-23) es un claro exponente
de los que se cierran en banda culpablemente a escuchar la voz de Dios. Jesús
acaba de liberar a un poseso, del que sale un demonio dando gritos, y que deja
en paz al poseído, a quien tenía mudo sin poder expresarse, y que ahora, de
pronto, habla al ser liberado de esa traba que le impedía.
No había mucho que inventar: estaba mudo y poseído.
Interviene Jesús y expulsa al demonio. Habla el hombre que parecía o estaba
mudo. La explicación se hace muy sencilla: Jesús ha intervenido en una curación
y con su invención ha hecho patente el poder de Dios, que salva.
Pero algunos de entre
la gente (la realidad es que toca directamente a la manera de ser de los
fariseos), dijeron: Si echa los demonios
es por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios. Era una lógica
absurda, porque supondría a Satanás contra sí mismo. Pero a la hora de no
querer aceptar a Jesús, todo les es válido, aunque se estén echando tierra
encima. No sólo es no aceptar lo que Jesús ha hecho (está hecho y eso hay) sino
no aceptar a Jesús mismo. Es no sólo ignorarlo sino destruirlo. Y para ello, la
calumnia, la negación…, la falsa interpretación… [Podemos comprender que el
proceso al que estamos asistiendo en los momentos actuales no se diferencia
mucho de lo que vivió en directo el propio Jesucristo. Es un burdo
razonamiento, amparado y acogido al altavoz de los medios de comunicación, por
el que se silencia todo lo bueno y se amplía todo lo que puede minar el terreno
de un conocimiento objetivo de la obra de Cristo y de la Iglesia. Es evidente
que esto no se fragua en una cabeza sino en una verdadera mafia perfectamente
organizada para derruir los cimientos de los valores fundamentales: Patria,
Ejército, familia, Iglesia, Cristo y Dios, que es la manera de poder manipular
a un pueblo aborregado y sin principios ni puntos de referencia. Y de esos polvos, esos lodos, que son ese
mundo absolutamente perdido y a la deriva al que estamos asistiendo como
espectadores –desgraciadamente pasivos e impotentes-].
Jesús leyó aquellos pensamientos y aquel intento de minarle
el terreno y respondió con una frase lapidaria: Si Satanás está en guerra civil, ¿cómo se mantendrá su reino? Pero si yo echo los demonios con el dedo de Dios,
entonces es que Dios ha llegado a vosotros.
Lo que tenemos que pedir a Jesucristo, con inmensas ansias,
es que sea ya la hora del fuerte bien armado
que guarda sus bienes seguros, asalta al enemigo y lo vence y le quita las
armas y reparte el botín. Que equivale a la petición del Padrenuestro: Venga tu Reino. Porque sólo Dios puede
ya hacer en medio de este campo de ortigas y cadáveres vivientes en que se ha
transformado la historia diaria.
Se nos está endureciendo el corazón, porque no sabemos escuchar la voz del Señor, lo mismo que en los tiempos de Jeremías.El Señor no deja de hacer milagros pero si nos empeñamos en ir por libre no importa que seamos "su pueblo elegido"y que veamos milagro tras milagro, nuestra soberbia nos vuelve mudos y nuestra respuesta es de una ingratitud insolente y muy negativa.. Ante las situaciones dolorosas que nos toca vivir, podemos responder con anor y compasión, actitud liberadora; pero si no acertamos a responder con generosidad y preferimos adoptar una postura de resentimiento y nos encerramos en nosotros mismos,nuestra vida será de reclusión en nuestro propio dolor.Hemos llegado ya a una situación límite en la que el hombre nada podrá hacer sin la intervención de Dios.
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