Liturgia
Lo esencial de la Cuaresma es vivir acorde con la voluntad
de Dios. Y la voluntad de Dios se conoce desde aquellos mandatos y preceptos
que Dios da, y que nos han llegado a través de aquellos emisarios suyos que
tuvieron su comunicación más directa con Dios: Moisés y los Profetas en el
Antiguo Testamento y Jesucristo en el Nuevo. De Moisés se dice que hablaba cara a cara con Dios, y su labor
para hacer llegar a los israelitas los mandamientos y decretos divinos es de
una importancia decisiva en la constitución del Pueblo de Dios.
Moisés habla al pueblo (Deut. 4,1.5-9): Ahora escucha los mandatos y decretos que yo
te enseño a cumplir; así viviréis, entraréis y tomaréis posesión de la tierra
que el Señor os va a dar. Mirad: yo os enseño unos mandatos y decretos, como me
ordenó el Señor mi Dios para que obréis según ellos… Guardadlos y cumplidlos
porque ellos son vuestra sabiduría y vuestra prudencia ante los demás pueblos…
No he querido cortar la secuencia, aunque la haya acotado
para evitar desparramar ideas. Moisés exhorta a vivir los mandamientos y
preceptos que le ordenó Dios, y ellos serán su aval de sabiduría superior sobre
todos los otros pueblos limítrofes o adonde van a entrar ellos. Y esos pueblos
van a confesar que “cierto es una nación
sabia y prudente”, porque no hay ninguna otra que tenga unas leyes tan
exactas como las que tiene este pueblo de Dios.
Todo lo cual obliga mucho más a cumplir lo que Dios ha
mandado y enseñado. Lo que ha llegado de parte de Dios, no sólo en los
mandamientos, sino en las mismas normas de carácter concreto del “Código de la
Alianza”, eran de una sabiduría que lo que toca es vivirlas. Y eso es lo que
Moisés pone ante los ojos de aquel pueblo para no desdorar la imagen del mismo
Dios que se las ha dado.
Jesucristo (Mt 5. 17-19) rubrica la ley que ha sido dada
por Dios y afirma que él no ha venido a
abolir la Ley y los Profetas, sino a darles plenitud. Es evidente que una
ley y preceptos dados al comienzo de la historia de aquel pueblo, han ido
necesitando de concreción, puesta al día y preservación de añadidos que la
religiosidad les va colgando. Jesucristo conserva la Ley de Dios y su misión es
llevarla a una perfección.
Por otra parte, la Ley que se había dado al pueblo
primitivo insistía directa y expresamente en los actos, sin entrar en otros detalles (en muchas ocasiones). Y que a
medida que aquel pueblo se ha “puesto de largo” y han pasado los siglos, las
mismas normas han de tener otras finuras… La materialidad del cumplimiento debe
dar paso al espíritu con el que se pretendía adornar el futuro reino de Dios. Y
Jesús está realizando ahora esa misión, por la que “llevar a plenitud” es
interiorizar la ley: que la Ley no está plenamente vivida con guardar sus
términos meramente materiales (no matar, no odiar, no robar), sino que hay un
largo recorrido por delante para perfeccionar (=llevar a plenitud) el sentido
de la Ley. A eso es a lo que ha venido Jesucristo. Ya no consiste sólo en
cumplir; ahora hace falta la ley interior
del amor, la que el Espíritu de Dios escribe en el corazón, por la que ya
no hay un punto cenit al que se llega y se ha acabado, sino un trayecto que
nunca está recorrido del todo porque siempre puede un poco más.
Para Jesús hay algo muy claro: que hay que vivir hasta la tilde de la última letra, y hay que enseñar a
cumplirla, porque así es como se es importante en el Reino. Así se
pertenece al Reino. Lo que pasa es que esa “tilde” encierra un mundo de
posibilidades nuevas, que le toca descubrir al seguidor de Jesucristo, mirando
ya más allá de lo establecido y fijándose en su Persona, en sus hechos, en sus
palabras. Y eso llega hasta los últimos detalles, hasta los preceptos menos importantes.
Así es como concibe San Pablo la vida del cristiano: Todas las cosas son vuestras; vosotros de Cristo
y Cristo es de Dios. De modo que el hombre tiene a su disposición el mundo
entero… Y sin embargo no puede disponer a su antojo del mundo entero ni de
muchas de sus partes. Porque sois de
Cristo y Cristo no se puso al mundo por montera sino que lo respetó y usó
de él en forma que cada una de sus obras acabaran siendo gloria del Padre: Cristo es de Dios, y cuanto vivió,
cuanto enseñó o cuanto padeció, siempre fue con la brújula puesta hacia la
voluntad y el agrado del Padre. Y eso fue lo que le dio PLENITUD a su nueva
ley…; nueva y antigua, nueva en la formulación y tan antigua como los
mandamientos y preceptos del Señor.
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