Liturgia
Desde que se empieza la lectura de Miqueas 7, 14-15. 18-20
está uno yéndose con el pensamiento a la gran parábola del evangelio donde se
retrata al amor de Dios. Señor Dios
nuestro, pastorea a tu pueblo…; ¿qué Dios hay como tú, que perdonas el pecado y
absuelves de la culpa al resto de tu heredad?
Y sigue Miqueas haciendo su retrato de Dios, ¡y esto ya en
el Antiguo Testamento!: No mantendrá por
siempre la ira, pues se complace en la misericordia. Volverá a compadecerse y
extinguirá nuestras culpas. ¡Extinguirá nuestras culpas!, las hará
desaparecer. No las volverá a ver. Nuestras culpas NO EXISTIRÁN. Han sido
extinguidas porque Dios es Dios y no sabe hacer las cosas a medias: arrojará al fondo del mar todos nuestros
delitos.
¡Cómo se me vienen delante esas almas atormentadas que
están siempre dando vueltas sobre sus pecados y el miedo a su condenación!
¡Cómo queda dado un mentís absoluto a esa visión tan negativa y absurda de lo
que es el Corazón de Dios!
Cuando Jesús contó la gran parábola del padre bueno (alguna vez tendremos que no
poner la atención en el hijo y sí en el corazón del padre), rizó el rizo de
manera magistral para dejarnos una imagen de Dios que dibujó con verdadero
encaje de bolillos.
El padre tiene un enorme respeto al hijo. El hijo es lo
suficientemente mayor como para saber lo que hace y para tomar la decisión que
toma. Y de hecho la toma con el tiempo por delante para haber podido
recapacitar antes de dar el paso… Pidió su herencia y no muchos días después (pero sí con días por medio), optó por
abandonar lo mejor de su herencia, que era su propio padre.
La vida que describe Jesús en aquel hijo es un fracaso
humano encima del otro: país lejano
(alejado de su padre), donde derrochó su
fortuna, vivió mala vida, se
encontró con un período de hambre y necesidad, y acabó teniendo que ocuparse en
el más abyecto trabajo (y trabajo en negocio prohibido) de apacentar cerdos. Por si faltaba detalle, ¡ni las algarrobas de los
cerdos se las daban!
Es la descripción de lo que es vivir lejos de la casa
paterna, de haber abandonado el tesoro que tenía en su casa. En su casa tenía a
su padre y con él, todo lo que podía desear. Ahora no tiene ni lo necesario. Y
es el momento en que la necesidad –verdadera gracia- le hace recapacitar aunque
sea de momento en plano más egoísta: ¡Cuántos
jornaleros en casa de mi padre tienen pan de sobra, mientras yo AQUÍ (lejos
de mi padre) me muero de hambre! [Es
dolor de atrición: por los males que padece].
De ahí pasa a un sentimiento más noble: Me levantaré, iré a mi padre y le diré:
Padre (palabra que empieza a ser liberadora): he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no merezco ser llamado hijo
tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros. (Entramos en la contrición:
pecado contra el padre y contra Dios).
No sabía todavía que su padre era el que era, y que su
padre seguía día a día esperando su vuelta. Y oteaba el camino en la esperanza
de recuperarlo. Por eso cuando el hijo aparece y le pesan los pies por sus
propias culpas, se encuentra con la gran sorpresa de que el padre es el que corre hacia él y el que se le echa al cuello y el
que se lo come a besos. Y el que sin querer más explicaciones da la orden
de que pongan al hijo en condiciones de vivir de nuevo la vida de familia, con
sus vestidos y su anillo y sus sandalias, y el banquete de fiesta.
Así es el perdón que otorga Dios. Así es la reacción de
Dios ante el pecado del hombre. Puro amor, pura donación. Puro olvido del mal.
Gozo por el encuentro y corazón abierto a la misericordia.
Quedaba el hijo mayor, la representación de los fariseos
puritanos, escandalizados porque Jesús acoge a los pecadores. Ese hijo mayor
que se disgusta por la vuelta del hermano y la fiesta que le da su padre… Hijo
mayor que reivindica “sus derechos” y le echa en cara a su padre que no le dio
un cabrito para festejar con sus amigos…
Y la respuesta genial, que no puede perder ni una sola
frase: Hijo (porque es igualmente
hijo ante el corazón del padre). Tú estás siempre conmigo (ese es tu tesoro).
Todo lo mío es tuyo (no tenía yo que
darte el cabrito; lo tenías todo a tu disposición). Deberías alegrarte porque ese hermano tuyo estaba perdido y lo hemos
encontrado.
Una pieza maestra salida del corazón mismo de Jesucristo,
¡que tenía el CORAZÓN DE DIOS!
También yo me he sentido "hermano mayor" alguna vez. Yo era la mayor de mis hermanos y debía dar ejemplo y no siempre era ejemplar.EL hermano, Lucas lo describe como un personaje que crece sólo; ya no tiene un hermano que le puede aconsejar, no se mira nunca por dentro...,necesita agradar; él hace lo que se le pide y no hace más porque no se siente amado. Siente envidia de su hermano pequeño porque ha ido a la suya. El hermano mayor se le ha endurecido el corazón, com a los fariseos de la viña.
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