Liturgia: los santos arcángeles
La fiesta de hoy junta a los tres santos arcángeles que tienen más
protagonismo en la Sagrada Escritura: Miguel, Rafael y Gabriel. Miguel como el
defensor de la gloria de Dios, que lucha contra Lucifer y lo vence. Rafael, que
expresa la sanación de la enfermedad y el acompañante de viaje. Gabriel, el
arcángel que Dios se reserva para los grandes anuncios.
La 1ª lectura está tomada del Apocalipsis en ese triunfal
capítulo 12 en el que Miguel y sus ángeles derrotan al dragón infernal,
Satanás, y lo precipita a la tierra con sus ángeles rebeldes. Y se proclama
solemnemente la victoria de Dios y de su Mesías.
En el evangelio de San Juan (1, 47-51) se hace alusión a
los ángeles de Dios en la visión del cielo y en el reconocimiento del Mesías.
No hay una referencia expresa a ninguno, pero está tomado como texto
significativo para esta fiesta.
La Iglesia de hoy necesita mucho de la labor de estos
santos arcángeles: de Miguel, para salir adelante en las luchas contra los
enemigos que la acosan. De Rafael, en su caminar interno entre los que somos la
Iglesia y necesitamos sanar de muchas cosas. De Gabriel, que nos anuncie una y
otra vez a Jesucristo, Mesías y Señor.
La lectura
continua (que hoy no se lee) va a grandes saltos. Del capítulo 9 hemos pasado al 19 (21-27)
donde Job pide a sus amigos que no lo mortifiquen más. Él sabe que Dios es un
Dios vivo y que acabará triunfando aunque sea tras la muerte de Job. Sabe que
verá a Dios con sus propios ojos, y que desfallece de ansias por ese momento.
El problema del mal se va clarificando y al mal se le ve el
fin, que se producirá por ese encuentro que Job tendrá con Dios.
El evangelio de Lucas (10, 1-12) trae el envío que hace
Jesús de 72 discípulos para que vayan delante de él a preparar el terreno en
los lugares a los que luego irá Jesús. Les exhorta a pedir a Dios, dueño de la
mies, que envíe obreros a su mies, porque la mies que hay que recoger es
abundante, pero los segadores son pocos.
Sabe Jesús que los envía a un mundo de lobos y que van a
ser corderos víctimas, pero han de ir desprendidos de todo: sin talega, ni alforja,
ni sandalias…; que vayan decididamente a cada lugar sin perderse en típicas interminables
conversaciones con los que se cruzan por el camino.
Cuando entren en un lugar, saluden con un saludo de paz,
porque realmente van en son de paz: Paz a
esta casa. Que si hay gente de paz allí deben quedarse, allí deben comer y
beber de lo que tengan. La respuesta de ellos, los discípulos, debe ser tan
confortadora como el anuncio de la proximidad
del Reino de Dios. Y hacerlo curando a sus enfermos.
¿Y cuando no los reciban? Salid a la plaza y decid: hasta el polvo de vuestra tierra que se nos
ha pegado a los pies, nos lo sacudimos. De
todos modos, sabed que está cerca el Reino de Dios. Esto es lo
llamativo de aquella misión: acogidos o no, hay algo muy cierto, y eso es la
cercanía del Reino. O dicho en personal: que va a venir a presentarse ante
vosotros el mismo Jesús. En el comienza y en él se polariza ese reinado de Dios
en su pueblo.
La palabra de Jesús a aquellos hombres y la que ellos han
de sentir como suya y trasmitir a los demás, sigue siendo perfectamente actual:
La mies es mucha y los obreros, pocos;
rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies. Es un grito
inmenso de la Iglesia y de los cristianos de este siglo XXI. El panorama que se
dibuja en el horizonte es muy penoso. Los “obreros” de la Iglesia están muy
ancianos. Mueren muchos por ley de vida. No tienen repuesto en el momento
actual. Esa realidad se desangra en el clero, en la vida religiosa masculina y
femenina. Y lo terrible es que se desinfla en el pueblo fiel del que salen muy
pocas vocaciones. Un pueblo que se ha materializado y se ha situado en la
comodidad de la vida, desde los padres que ya no comprometen su vigor en
engendrar más hijos y en educarlos en la radicalidad de la fe, y en esos hijos
que están muellemente criados, faltos de formación profunda en la fe, sobrados
de comodidades, y carentes del sentido del sacrificio.
Por eso sería necesario recuperar la autenticidad de la
conciencia para poder enfrentar la responsabilidad de ese pueblo, de esas
familias, de esos educadores, y que sientan resonar en su interior la llamada
acuciante de Jesús: “La mies es mucha…; pedid al dueño de la mies…” Y que como
el profeta, respondan: Aquí estoy;
envíame.
Los santos arcángeles Miguel,Gabriel y Rafael son unos signos de la presencia de Dios, sobretodo, son signos de su misericordia y de su Amor.Se celebran dede muy antiguo. Antes se celebraban por separado. Miguel, ¿quién como Dios?, Gabriel, como embajador, "fuerza de Dios" y Rafael"medicina de Dios". San Miguel es el gran comunicador de la noticia más importante: María va a ser la madre del Hijo de Dios.Ver abierto el cielo significa que el Reino está cerca. La mayor proximidad de Dios la tenemos en Jesús; a través de Él, Dios y nosotros somos una misma familia, unida íntimamente por una alianza indestructible. Los ángeles nos curan, defienden o nos protegen del mal. Dios siempre está cerca de los hombresarlos.
ResponderEliminarTodos hemos comprendido que ha sido un pequeño lapsus y que quería decir: San Gabriel es el gran comunicador..."
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