Liturgia
Las cosas se le pusieron feas a Job. La lectura continua ha saltado
varios capítulos y por tanto no ha recogido el momento en que el mal le viene
directamente a él, no ya –como veíamos ayer- a sus obreros, rebaños, cosechas o
hijos. Su propia esposa le incita para que maldiga a Dios. Pero Job le dice que
ha hablado como necia. Y él, lleno de llagas supurantes y en un estercolero, quitándose
las costras con una teja, no protesta contra Dios.
Pero sí maldice el día de su nacimiento, porque hubiera sufrido
menos muriendo en aquel instante (3, 1-3. 11-17. 20-23). Ahora dormiría tranquilo y descansaría en paz. Y sueña con esa
muerte donde acaba el tumulto de los que sufren.
El PROBLEMA DEL MAL se ha planteado con toda virulencia
porque es padecer en propias carnes. El
hombre no encuentra camino porque Dios le cerró la salida. Pero, ya
veremos, él defiende a Dios, que no es culpable de sus males. Los males están
ahí y le causan mucho dolor, pero Dios no es el causante del mal. Eso va
quedando claro a lo largo del libro. La verdad es que lo vamos a seguir
malamente porque se van saltando capítulos en los diferentes días en que se nos
lee esta gran parábola que intenta resolver un problema que es insoluble. Ya
para nosotros tiene una salida hermosa pensando en la vida del Cielo donde el
mal no existirá y donde los males padecidos habrán sido crisoles de
purificación de las muchas escorias de la vida. Y sin embargo, el problema del
mal sigue siendo tan fuerte como para los tiempos en que se escribió el libro
de Job, y como lo será siempre, tan duro y tan inexplicable. Pero que se salva
desde la fe y el saber echarse en el regazo de Dios.
Lc. 9, 51-56. Se iba
cumpliendo el tiempo. No perdamos de vista que parta Lucas la vida de Jesús
es una permanente subida de Galilea a Jerusalén, donde va a padecer. Por eso
para Lucas la referencia es que “se iba cumpliendo el tiempo”. Intentan pasar
por un pueblo de Samaria, porque el paso por esa región palestina era casi
obligado para todos los que hacían ese trayecto. Y se encontraron con que
aquellos habitantes eran más belicosos y al descubrir que Jesús y los suyos
iban camino de Judea, plantan cara y no les dejan pasar.
Santiago y Juan (ese Juan al que tenemos identificado con
un modosito joven), se excitan de coraje y llegan a preguntarle a Jesús si
pueden pedir que venga sobre aquellos
habitantes el fuego del cielo para que los devore. Eran reminiscencias de
Elías que mandó llover fuego del cielo. Los “hijos del Trueno” no se andaban
con chiquitas, y no se les ocurría otro modo de salvar la situación más que
así.
No sé si Jesús se lo tomó a broma o en serio. Porque
merecía tomarse a broma aquel intento de matar moscas a cañonazos. O se lo tomó
en serio, y vio cómo aquellos sus discípulos seguían sin entenderlo ni de
lejos, y que él no venía a acabar con nadie.
Dice el texto que Jesús les
regañó y les dijo: No sabéis de qué
espíritu sois. Porque el Hijo del hombre no ha venido a perder a los hombres,
sino a salvarlos. Es evidente que no habían ni rozado el espíritu de Jesús,
a pesar de estar con él y de verlo actuar una y otra vez, con las manos
abiertas a la misericordia.
Yo pienso en el mundo que estamos viviendo, tan violento,
donde basta que alguien hable para que salte otro en contra de lo que ha dicho
el primero, y pienso que estamos creando una subcultura de la violencia, del
oponerse por sistema, de no dejar espacio al vecino. Y no sólo en temas de
grandes planteamientos sino también en los niveles más cercanos a nosotros…,
quizás en la misma familia nuclear. Y desde luego queda evidente que no sabemos de qué espíritu somos. Y esto
es extensible a todos los estamentos. Y nos debe bastar examinarnos a nosotros
mismos para descubrir el grado de violencia o disgusto contenido que llevamos a
presión dentro de nosotros mismos, de donde nacen las discusiones, las
críticas, los malentendidos, la enorme dificultad para aunar fuerzas en la
solución de los problemas.
¿Cómo resolvió Jesús aquel caso? Tan simplemente como dar
un pequeño rodeo y pasar por otra aldea. Y no había hecho falta ninguna
solución drástica. Como en la vida, en la que con un poco de buena fe es tan fácil solucionar las
diferencias y salvar las distancias. Y asumir de una vez por todas que poseemos las primicias del Espíritu y
que la vida sería mejor si nos dejáramos guiar por ese Espíritu por el que Dios
habita en nuestro corazón humano. Digo “humano” para expresar que echemos por
delante un poco de más humanidad.
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