PRIMER VIERNES. No hay actos en Málaga, en
el Grupo del Sagrado Corazón.
El Boletín de septiembre está a
disposición.
Liturgia:
Que la gente sólo vea en nosotros servidores
de Cristo y administradores de los misterios de Dios. (1Co.4,1-5). Es
un planteamiento de vida, que Pablo propone a los fieles de Corinto. Es una
llamada a vivir una forma de vida. No se proponen muchas cosas: una sola,
desdoblada en dos afirmaciones. Aquello de que “quien me mire te vea”; que mirándonos las gentes, encuentren que todo
nuestro ser expresa esa realidad; ¡servimos a Jesús!, no tenemos más sentido
que estar en la línea de Jesús. Y eso supone que en todo nos comportamos como
“administradores de los misterios de Dios”, haciendo todo según su beneplácito,
y no saliéndose del modo de Dios, del estilo que Dios nos marca en Cristo y nos
enseña la Madre Iglesia.
Para Pablo, lo de menos es que lo juzguen desde fuera. Él
responde a su conciencia, que refleja la verdad de Dios. Ni nosotros debemos
juzgar rápidamente. Hay que dejar el juicio al Señor, que él iluminará lo que esconden las tinieblas y pondrá al descubierto los
designios del corazón, que deben ser ese vivir como “servidores de Cristo y
administradores de los misterios de Dios”. Y recibirá de Dios lo que merece.
Del evangelio de hoy (Lc.5,33-39) me voy directamente a la
segunda parte porque es una gran lección que a todos nos incumbe: hemos de
vivir la fe, la doctrina de Jesús, en su esencia misma. La religiosidad admite
muchos añadidos. De hecho hay un gran número de gentes que se quedan en los
detalles externos y confunden la fe con aspectos secundarios que son añadidos
superficiales.
Nos encontramos con campañas que vuelven cíclicamente sobre
la palestra: que si la comunión en la mano o en la boca; que si comulgar de pie
o de rodillas; que si “se oye misa” llegando al evangelio, que si se puede
comulgar cuando faltan 5 minutos para el ayuno eucarístico; que si bendecir un
bolígrafo o un libro; que si se ha hecho una promesa que no se ha cumplido…, y
así sucesivamente.
No se ha planteado si se participa de la Misa con sentido
de celebración de la resurrección de Cristo y por tanto como una fiesta central
con la que “no se cumple” sino que se vive. No se ha planteado si se frecuenta
el Sacramento de la Penitencia y si se hace un sincero propósito práctico para
mejorar determinado aspecto de la vida personal, y que la confesión ha de mirar
muy expresamente la relación que se vive con las otras personas, no sólo en
actos sino en palabras y pensamientos y juicios. No se ha planteado seriamente
el tema del perdón al prójimo, sin cuyo requisito no podemos ser perdonados por
Dios. ¿Y se han tomado en serio los 10 mandamientos? ¿Y se ha entrado en las
llamadas de Jesús en sus enseñanzas evangélicas? Etc., etc., etc.
Sencillamente se trata de que vivir la vida de fe es una
novedad substancial con la que no se puede jugar a un medio vivir, a un ir
resbalando sobre unas actitudes básicas que suponen un mundo nuevo que se abre
ante la persona. Que el Reino de Dios es un vino nuevo que hay que
acoger como algo nuevo y no como parches sobre los mismos defectos de siempre,
y que –a la hora de la verdad- no se les pone ningún remedio.
El fariseísmo vivía el mundo religioso a base de anécdotas
externas, en las que ponía toda la fuerza, mientras se olvidaba de los
preceptos de Dios. Por eso no bastaría con unos remiendos más o menos sino que
se pedía un cambio substancial: había que ir a lo central en el amor a Dios y
al prójimo. Y eso era un vino nuevo al
que no le bastaban los odres viejos. Reventaba todo el sistema farisaico.
No podía arreglarse con una pieza de
evangelio sobre el paño pasado de las costumbres fariseas. Hacían falta
odres nuevos, nuevas disposiciones interiores, vestidos nuevos con toda la
novedad del Reino de Dios.
Eso, y no los ayunos rituales de los fariseos o de los
discípulos de Juan, era lo que a Jesús le preocupaba, y lo que había venido a
instituir.
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