Liturgia:
Vamos viendo cómo Pablo aborda en su
primera carta a los corintios una serie de temas concretos, en los que trata de
corregir defectos e incluso abusos de aquella comunidad que, al vivir en medio
de paganos, se le han pegado (o han conservado) una serie de costumbres de
aquellos.
Hoy aborda un tema muy de la época: 8,1-7.11-13 y que ya
había sufrido Jesús por parte de los fariseos: la comida. La comida se
consideraba una manera de comunión. Los que comen una misma comida son miembros
de una misma idea y estilo. Y Pablo empieza estableciendo que el alimento
substancial es el amor mutuo. A uno
que ama, Dios lo reconoce. En la Eucaristía se come un mismo pan, que es el
sacrificio de Cristo, y eso une a Cristo y une entre sí a los que comulgan.
Pero surgen los problemas en comidas donde la carne se ha
sacrificado en honor de un falso dios, porque supondría tener parte con ese
falso dios. Y Pablo dice que no pueden participar de esas comidas cuando son
advertidos de que se ofrecieron a los ídolos, porque para nosotros no hay más que un Dios, el Padre, de quien procede el
universo y a quien estamos destinados nosotros. Y hay un solo Señor Jesucristo.
En el argumento de Pablo, de suyo esas carnes no son ni
buenas ni malas. Y se podrían comer con sana conciencia como alimento normal.
Pero si son advertidos que fueron sacrificio ofrecido a los ídolos, ya no dejan
esa buena conciencia, y no deben comerse para no crear escándalo.
De ahí que, aun a sabiendas de que la carne ofrecida al
ídolo no es nada, porque el ídolo no es nada, y por tanto puede comerse, ha de
considerarse si el hermano puede sufrir escándalo. En ese caso ha de tenerse en
cuenta el peligro de escandalizar, y sencillamente es mejor dejar de comer esa
carne para no poner en peligro la conciencia del hermano.
El evangelio corresponde a la redacción de Lucas sobre el
Sermón del llano, que es una síntesis muy condensada del Sermón del Monte de
Mateo. La verdad es que no se presta a una explicación sino más bien a
transcribir las afirmaciones que hace Jesús.
«A vosotros los que me escucháis os digo: amad a
vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os
maldicen, orad por los que os calumnian. Podemos
decir que es al pie de la letra el mismo texto de Mateo, la misma esencia del
cristianismo, el “segundo mandamiento” semejante al primero, que es el amor a
Dios sobre todas las cosas. Pero el valor de este párrafo es que Jesús se ha
decantado por ello como primera afirmación, y que expresamente lo ha referido a
los enemigos.
Tiene una aplicación concreta: Al
que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, no le
impidas que tome también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo
tuyo, no se lo reclames. No cabe ni la sombra de la venganza, del desamor.
Antes bien hay que ceder de lo propio para acoger al prójimo aun enemigo.
Una regla de oro y regla práctica para toda ocasión: Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. ¡Cuántos casos
se resolverían favorablemente si se practicara esa “ley”! Y Jesús lo desmenuza
en un razonamiento: Pues, si amáis a los
que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman.
Y si hacéis bien solo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los
pecadores hacen lo mismo. Y si prestáis a aquellos de los que esperáis cobrar,
¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con
intención de cobrárselo. Digamos que “más claro, agua”, para entender el
pensamiento de Jesús.
Que llevado al extremo: Por el
contrario, amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada;
será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno
con los malvados y desagradecidos.
Lo que en Mateo es “sed perfectos”, en Lucas es: Sed compasivos como vuestro Padre es misericordioso (lo que es muy
inteligible y a lo que hay que tender y aspirar). Y eso tiene también
concreciones que están al alcance de todo creyente que quiere imitar a Jesús y
llegar a ser un poco semejante a Dios: no
juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad,
y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa,
colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midiereis se os medirá
a vosotros».
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