Comienza HOY en Málaga
la ESCUELA DE ORACIÓN,
con su formato habitual de TEMA, seguido de EUCARISTÍA,
a las 5’30 de la tarde en el Salón de actos de la casa de los jesuitas.
ABIERTO A TODO EL QUE QUIERA ORAR MEJOR.
Liturgia:
Seguimos con el capítulo 15 de la
primera carta de Pablo a los fieles de Corinto, que es uno de los capítulos
más importantes de la fe cristiana. Ayer
lo veíamos en la proclamación del kerigma,
que abarca los puntos esenciales de la doctrina cristiana. Hoy, en 12-20 Pablo
fundamenta la fe en el hecho de la resurrección de Jesús, porque si Cristo no hubiera resucitado, nuestra fe
sería vana y seriamos los más desgraciados de todos los humanos porque
habríamos puesto nuestra fe en lo que no existe.
Pero hay que ir más a la base: algunos decís que los muertos no resucitan. Si eso fuera así,
tampoco Cristo habría resucitado lógicamente. Y entonces, ¿nuestra fe dónde se
apoyaría? ¿A quién estaríamos siguiendo? ¿A un muerto?
Pero vamos a otras consecuencias: decimos que los cristianos
somos testigos de Dios. ¿Testigos de qué? Damos testimonio de una resurrección
que no sería realidad… Resultaríamos unos embusteros y en algo tan básico y
fundamental.
Y más todavía: si los muertos no resucitan y Cristo no ha
resucitado, estamos en nuestros pecados sin haber sido redimidos, y los que
murieron antes que nosotros se han perdido.
Para una comunidad cristiana –y a ella se dirige Pablo- no
cabe pensar –ni remotamente- que los muertos no resucitan, porque nuestra fe
está fundamentada sobre la resurrección de Jesucristo. Y Jesucristo ha ido
delante como primicia, y los demás seguimos sus pasos. Cristo resucitó de entre los
muertos el primero de todos.
Es curioso que el SALMO (16) escrito tantos siglos antes de
Jesucristo, ya apunta la esperanza de la resurrección: Al despertar, me saciaré de tu semblante. Habrá ciertamente un
“despertar” que no sólo será volver a la vida sino que pondrá de cara al
encuentro de Dios, a ver el semblante de
Dios. Para lo cual, ya ahora aquí en vida, necesita el salmista que Dios le
guarde como a las niñas de sus ojos…, a
la sombra de sus alas, de manera que haya un paso hacia ese despertar en la
presencia de Dios.
El evangelio de hoy no da mucho juego para un desarrollo.
Lc.8, 1-3, nos narra con toda simplicidad que Jesús iba recorriendo pueblos y
ciudades y aldeas predicando la Buena
Noticia del reino de Dios. La novedad que nos ofrece el breve texto de hoy
es que no era una obra que desarrollaba
él solo, y ni siquiera él con sus apóstoles, sino que se había formado un grupo
más amplio en el que entraban unas
mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades. Esto es muy
típico de Lucas, que suele meter a la mujer en muchas ocasiones en que ha
contado algo de los varones. Aquí ha nombrado a los apóstoles que acompañaban a
Jesús, y pone entonces a algunas mujeres que le servían y ayudaban. Aquellas
mujeres, en las que Jesús había obrado sus obras de sanación, servían de
testimonio abierto de la obra de Jesús. Y tiene un valor especial que el
evangelista nombre a esas mujeres con sus propios nombres, porque eso da una
prestancia a su presencia en aquel grupo. Iba María Magdalena, de la que Jesús había echado siete demonios; Juana, la
mujer de Cusa, intendente de Herodes; y Susana. Y otras muchas de las que
dice expresamente que ayudaban “con sus
bienes”. La mujer, pues, tiene una misión en la obra de Cristo, y eso
quedará patente a través de la historia en la vida de la Iglesia, donde la
mujer ha tenido una importancia en ese papel de ayuda para la expansión del
Reino de Dios.
Otra línea de la
LITURGIA iría por la fiesta de hoy, día del apóstol y evangelista San Mateo.
Véase detrás.
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