Liturgia: El Nombre de MARÍA
Cuatro días después de celebrar la Natividad de la Virgen,
se celebra el Dulce Nombre de María. Fue en la ciudad española de Cuenca donde,
por primera vez, se autorizó la celebración de esta fiesta en el año 1513. Poco
después se extendió por toda España. 170 años después, en 1683, el Papa
Inocencio XI admitió la fiesta en la iglesia de occidente como acción de
gracias por el levantamiento del sitio a Viena y por la victoria de Juan
Sobieski, rey de Polonia contra los turcos. El Santo Padre introdujo en el
santoral esta fiesta para que se celebrase en toda la Iglesia Universal.
San Bernardino de Siena, muy devoto
de la Virgen, fue uno de los grandes propagadores de esta fiesta. Alfa y Omega
María es un nombre repetido
en escenas del Antiguo Testamento. Hasta ahí era un nombre judío de etimología
variada según las fuentes: Mar, Amarga… Cuando a la hija de Joaquín y Ana se le
impone ese nombre no debió ser precisamente la connotación de “amarga” lo que
llevó a sus padres a llamarla así. No había ninguna razón para la “amargura”.
Luego se aparecerá el ángel del Señor a la jovencita, y el evangelio nos dice
expresamente que “el nombre de la virgen era MARÍA”. Y eso hace pensar si fue
un nombre elegido por sus padres o si de alguna manera constaba la voluntad de
Dios para que su nombre fuera ya de antemano el de María.
El hecho es que su misión en la historia fue una maravilla
de Dios, y que el nombre de MARÍA no sólo es un nombre propio sino todo un
sentido de dulzura personal, un auténtico mar de bondad, que se derrama ya
sobre la Iglesia y sobre cada uno de sus hijos, hasta el punto que nombrar a
MARÍA es ya poner en el corazón del creyente un cargamento de buenas
impresiones. Lo refleja la liturgia con ese calificativo del Dulce Nombre de María, que queda
plasmado en el formulario de la Misa.
Por unos años quedó suprimido del calendario litúrgico, lo
mismo que el nombre de JESÚS, pero hace pocos años fue repuesto en este día 12
de septiembre, pocos días después de la celebración solemne del nacimiento de
María (el pasado día 8).
En la lectura continuada (1Co.7,25-31) San Pablo parte del
hecho que cree cercano el fin de los siglos. Y desde esa perspectiva llega a
elucubrar sobre el hecho del matrimonio, que considera una acción legítima y
que puede aceptarse como una obra buena, aunque traerá sus dificultades. Lo que
pasa es que todo eso lo considera en función de ese fin del mundo, y entonces
concluye que cómo el momento es
apremiante, el que esté casado viva como si no lo estuviera. Será en otra
carta, más adelante, donde él mismo se corrige y reconoce que la vida sigue y
hay que afrontarla con toda normalidad. Si entonces hubiera repetido su
discurso, no hubiera puesto esas limitaciones que deja escritas en esta carta.
Tras la elección de los Doce en la montaña, Jesús baja al
llano y allí se encuentra con la gente y con todo el resto de sus discípulos. Y
allí traza las líneas maestras de su proyecto, el del Reino de Dios. Con
variaciones respecto de Mateo, nos narra Lucas (6,20-26) la quintaesencia de
las bienaventuranzas. Como se dirige a una comunidad que es pobre de verdad, no
explicita la “pobreza de espíritu” sino que va directo a la felicidad del que
es POBRE y vive con dignidad su pobreza. Declara que vuestro es el Reino de Dios. Porque ahora tenéis hambre, carecéis, no tenéis apoyos humanos…, pero quedaréis saciados porque se hace
presente en el pobre la riqueza del Reino, la riqueza de Jesús.
Por eso los que ahora
lloráis, reiréis, porque los que ahora los hombres os odian, os excluyen, os
insultan y proscriben vuestro nombre como infame por causa del hijo del hombre,
os alegraréis y saltaréis de gozo porque
vuestra recompensa será grande en los cielos.
Es evidente que Jesús está considerando dos etapas en la
vida de esos pobres. La vida de aquí es penosa y se ensaña con el débil. Pero
hay otra vida, que sólo se capta desde la fe, en la que esos que ahora padecen
van a ser los elegidos y predilectos de Dios. Lección que se nos queda teórica
si no tenemos mentalidad evangélica y si no le damos a la palabra de Jesús toda
la fuerza que tiene. Queda patente que nuestra inserción en Cristo se va a
realizar desde nuestra realidad de pobres, y que así, pobres, somos
incorporados al Reino de Dios.
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