Liturgia:
Pablo insiste a los corintios que
constituyen la comunidad cristiana para que sean sencillos. (1ª,3,18-23). Que nadie os engañe; si alguno de vosotros
se cree sabio en el mundo, que se haga necio para llegar a ser sabio.
Parece un trabalenguas pero es fácil de entender. No vale la sabiduría que usa el mundo. Por eso,
si alguno se viera por ese aspecto como más entendido, que se renuncie a esa
sabiduría del mundo y así se haga necio a los ojos de ese mundo, que será la
manera de entrar en la otra sabiduría de Dios y de los valores cristianos.
La picardía del mundo es necedad y Dios “caza
a los sabios en su astucia” y penetra su sabiduría que es vana,
vacía, huera. Así, pues, que nadie se
gloríe en los hombres. Y la razón es ya de orden mucho más alto: Todo
es vuestro, vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios. Todo es
vuestro: Dios ha puesto en las manos del hombre toda su riqueza, la cual
depende de “ser de Cristo”, de acoger la vida de Cristo y los pensamientos de
Cristo. Y esos pensamientos son nada menos que los pensamientos de Dios. Por lo
que “ser todo nuestro” supone acoger el pensamiento de Dios y actuar acordes
con Dios.
Lc.5,1-11 es un momento básico en la vida de Jesús, y en
definitiva en la vida misma de la futura iglesia. Es el momento en que Jesús
comienza a reclutar gentes para estar a su vera. Aquí comienza lo que será un
día el colegio apostólico, y en definitiva el germen de la Iglesia de
Jesucristo.
Jesús predicaba. Se ha venido de Cafarnaúm y lo tenemos en
la ribera del Lago de Genesaret. Hablaba a las gentes, que se entusiasmaban
tanto con él que ya lo atosigaban y apenas podía hacerse escuchar de las
gentes.
Vio dos barcas que estaban en la orilla, porque sus
propietarios habían bajado a la arena y se dedicaban a recomponer sus redes.
Jesús, para tomar un poco de distancia y poder dirigirse a la gente, se subió a
una barca, que venía a ser la de Simón, ya viejo conocido. Y pidió a Simón y
Andrés que la apartaran un poco de la orilla para así poder dominar mejor con
su voz al amplio auditorio que le había seguido. Se sentó en la barca y habló a
la gente. Y podemos pensar que Simón disfrutaba de ver que su barca servía al
Maestro para su enseñanza. No podemos perder de vista el carácter de Simón, un
tanto simple y deseoso de figurar.
Jesús dejó de hablar. Y lo que menos imaginaba Simón era el
paso siguiente: Jesús le pide que reme un poco mar adentro, y que eche las
redes para pescar. La verdad es que pasaba de ser el Maestro a un hombre un
tanto curioso y que se mete en el terreno del pescador. Y ahí Simón le sale al
paso y le advierte que no hay pesca; que han pasado toda la noche intentándolo
y que esa noche no hay pesca alguna. Con todo, Simón no quiere desairar al
predicador y, bajo su palabra, echará las redes, aunque a sabiendas de que es
inútil.
Y la sorpresa surge cuando hay una pesca abundantísima, que
casi hace reventar la red, y que tiene Simón que llamar a los otros pescadores,
sus socios, los hijos de Zebedeo, para que vengan a ayudar y a aprovechar el
fruto de aquella inesperada pesca. Lo que se traduce en alegría, admiración y
temor. Aquel predicador le ha ido a la mano, y Simón teme que eso puede suponer
algo más que la pesca. Y entonces, pretendiendo curarse en salud, se arroja a
los pies de Jesús y le pide que se aleje…, que lo deje tranquilo…, que le deje
sus pescas y su independencia… El asombro
se había apoderado de Simón y de los que estaban con él, al ver la redada de
peces que habían cogido.
Pero ya era tarde… Jesús, tanto a Simón como a Andres, como
a Santiago y a Juan, les augura otro porvenir que el de la pesca. Y
dirigiéndose directamente a Simón, Jesús le dice: No temas; desde ahora serás pecador de hombres. En realidad era
para los cuatro ese presagio. De tal manera que ellos sacaron las barcas a tierra y dejándolo todo, le siguieron.
Debió ser un momento emocionante, una aventura que se les
abría ante los ojos… Que dejaron barcas, jornaleros y familia, y que se
lanzaron a un misterio total que era el irse tras aquel hombre que les había
subyugado, y que lo que les prometía era igualmente misterioso: ser pescadores
de hombres.
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