Liturgia: LA SANTA CRUZ
El Viernes Santo es el gran momento
de la adoración de la Cruz. Es el día en que la liturgia gira alrededor de la
Cruz Redentora en la que se conmemora el momento sublime de la historia en que
Jesús fue crucificado y murió en la Cruz.
Pero esa Cruz no es sólo un instrumento de suplicio y
tragedia, ni sólo expresa una muerte. Es Cruz donde se verifica el triunfo de
la vida. Es cruz que presenta otra vertiente: la de la luminosidad de la
salvación del género humano. Es Cruz gloriosa.
Pues esa es la FIESTA litúrgica que celebramos hoy, en la
EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ, que ya se tenía en Jerusalén en el siglo V. [No
fue fácil asimilar el sentido glorioso de la cruz. Para un judío era un
escándalo; para uno no judío una necedad, el signo del fracaso, del tormento
más espantoso. Tuvo que darse un tiempo de asimilación del signo como el que
mejor representaba el triunfo de la vida sobre la muerte, de Dios sobre el
pecado, de Cristo sobre el demonio].
La liturgia ha expresado el sentido de la fiesta a través
de lecturas que manifiestan el poder salvador de la Cruz. En Num.21,4-9 tenemos
el episodio de las serpientes venenosas que encontró en su marcha por el
desierto el pueblo de Israel. Muchos israelitas perecieron como consecuencia de
las picadoras de aquellas serpientes, y el pueblo recurrió a Moisés para que
orara a Dios y les liberara de aquel peligro.
Dios le dice a Moisés que haga una imagen de serpiente de
bronce y la ponga en un mástil, y que los picados de serpientes miren aquella
imagen para quedar sanados. Y en efecto así es.
La serpiente puesta en alto es el símbolo primero de la
Cruz de Jesús, quien crucificado y puesto en alto, ha de ser mirado por las
gentes que se encuentran picadas por el veneno del pecado. Y la Cruz de
Jesucristo será la redentora que salva de la muerte.
Una segunda lectura alternativa es el gran himno
cristológico de la carta a los Filipenses (2,6-11) en los que se hace la
síntesis del misterio pascual: Cristo, a
pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al
contrario, tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así,
actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de Cruz.
Por eso Dios lo levantó sobre todo y
le concedió el nombre sobre todo nombre, de modo que al nombre de Jesús, toda
rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua
proclame: “Jesucristo es Señor”,
para gloria de Dios Padre.
He dejado sin tocar esa maravilla que nos dejó San Pablo, y
que expresa la síntesis más completa del misterio de la salvación, ese misterio
que se realiza precisamente por la muerte de cruz, en obediencia plena al
designio de Dios.
Finalmente tenemos el evangelio de Juan (3,13-17) en la
conversación de Jesús con Nicodemo, aquel rabino que se acercó a Jesús con
deseos de aprender, y al que Jesús fue llevando a los misterios más hondos del
evangelio. Uno de ellos es la referencia a lo que hemos visto en la 1ª lectura,
en una aplicación autorizada del sentido mesiánico de aquel suceso. Como Moisés
elevó a la serpiente en el desierto, así
tiene que ser elevado el Hijo del hombre para que todo el que cree en él, tenga
vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que
le entregó su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él,
sino que tengan vida eterna.
Y concluye con una ratificación de tal afirmación, como una
síntesis de lo que significa esta celebración: Porque Dios no mandó a su Hijo al
mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
De ahí sacará Pablo esa convicción de que no quiere saber
otra cosa que a Cristo, y éste crucificado.
O la otra afirmación de la carta a los gálatas (aplicada a
la liturgia de la Misa), en la que dice: Nosotros
hemos de gloriarnos en la Cruz de nuestro Señor Jesucristo; en él está nuestra
salvación, vida y resurrección; él nos ha salvado y libertado.
De esta manera, la muerte que tuvo su origen en el árbol
del Paraíso, encuentra su réplica definitiva en ese otro árbol; y el hombre,
que fue vencido en aquel árbol, ahora queda vencedor por la fuerza de N. S.
Jesucristo. Y donde tuvo origen la muerte, ahora resurja la vida.
Ésta es la razón de esta fiesta litúrgica que hoy
celebramos.
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