Liturgia:
Llegamos a un texto muy conocido del
libro del Eclesiastés: 3,1-11, en el que el autor, con su realismo ya
manifestado en la lectura de ayer, nos lleva a esa realidad de que en la vida
hay un tiempo para cada cosa, y lo que hace falta es vivir cada situación en su
momento oportuno, y no pretender forzar los tiempos y los ritmos y no pretender
quemar etapas en las que se quiere alterar la realidad de la vida.
Hoy es muy corriente, enfermizo diría yo, pretender que las
soluciones a cualquier problema se den “YA”. Hay un verdadero vicio de
inmediatez, cuando la realidad es que las cosas requieren su tiempo, y que no
se puede resolver en el instante lo que lleva tiempo sin poder resolverse.
De ahí que el Predicador y autor de este libro nos lleve a
esa enumeración prolija de los tiempos de cada eventualidad: tiempo de nacer, tiempo de morir. Y como
eso, todo lo demás que depende de la voluntad del hombre: tiempo de sembrar, tiempo de arrancar, y ni puede precipitarse el
principio ni el final. Tiempo de
construir y tiempo de derruir…, y así todo el conjunto de posibilidades que
detalla el autor, queriendo con ello darnos pie a que no tengamos las prisas
del “YA”, porque no ha llegado la hora de ese punto que se reclamaba.
Y termina ese largo párrafo diciendo: no temáis… Dadle a cada cosa su tiempo, y los resultados irán
llegando.
¿Qué saca el obrero de sus afanes? Todo lo hizo Dios hermoso para que pensaran, pero el hombre no puede
abarcar la obra de Dios del principio al fin. A todo hay que irle dando sus
tiempos, y que el hombre tenga ocasión de pensar e ir avanzando poco a poco al
modo que le es factible y que las cosas requieren.
Aterrizamos una vez más en ese evangelio en el que Jesus
indaga lo que se piensa de él. La descripción de Lucas es más corta y no se
mete en detalles posteriores: 9,18-22. Jesús pregunta a sus discípulos: ¿quién dice la gente que soy yo? Y las
respuestas, en una sociedad religiosa e imbuida de Escrituras Santas, se queda
en los personajes más llamativos: unos
dicen que es Juan Bautista; otros, que Elías; otros que uno de los antiguos
profetas.
Podía ser que a Jesús le interesara saber lo que opinaba la
gente. Pero también pienso que fue una manera de llegar a lo que realmente
quería él llegar: Y vosotros ¿quién decís
que soy Yo? Eso era lo que de veras interesaba a Jesús, porque eran sus
seguidores y los que estaban llevando adelante la obra de Jesús. Pero
verdaderamente ¿qué idea tienen de Jesús?
Podían haber ido respondiendo poco a poco y que cada cual
expusiera su idea de Jesús. Hoy nos sería muy interesante, y en esas respuestas
podríamos habernos sentido identificados nosotros. Pero Simón Pedro nos privó
de ese conocimiento porque él se adelantó y respondió en nombre de todos y con
contundencia: El Mesías de Dios.
Jesús prohibió determinadamente que eso lo publicaran a las
gentes, porque Jesús pretendía realizar su obra mesiánica y ser descubierto por
las obras, y no por el posible contagio emocional de que alguien lanzara el
grito de que “tú eres el Mesías”.
Lo que sí hizo Jesús fue concretar lo que eso suponía: ser
el Mesías no era un título de triunfo ni de dominio. Tenían las gentes que irlo
descubriendo desde las obras mesiánicas que realizaba y que ya estaban
anunciadas desde siglos atrás. Pero lo que Jesús sí quiso que sus discípulos
conociesen al detalle, era la realidad que suponía ser el “Mesías de Dios”: tiene que padecer mucho, ser desechado por
los ancianos, sumos sacerdotes y doctores de la ley, ser ejecutado y resucitar
al tercer día.
El texto no nos dice la reacción que aquello provocó en los
discípulos. Mañana, con la fiesta de los Arcángeles, no seguiremos la lectura
continuada. Pero si la adelantamos, encontraremos que los apóstoles no se enteraron o no se quisieron
enterar. Y tiene Jesús que martillearles la idea: Meteos esto bien en la cabeza: al Hijo del hombre lo van a entregar en
manos de los hombres. Ellos no
entendían este lenguaje y les resultaba tan oscuro que no cogían su sentido.
Les escandalizaba. Huían de conocer esa realidad. Casi que pensaban que no lo
habían oído bien. Pero les daba miedo
preguntarle sobre el asunto, y se metían dentro de su caparazón,
pretendiendo ignorar lo que habían oído. Era difícil aceptar lo que Jesús les
estaba anunciando sobre su verdadero mesianismo. El eterno tema: pretender
manipular a Jesús.
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