« Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El párrafo del Evangelio de
este domingo, (Lc 9,18-24) nos llama una vez más a
confrontarnos por así decir, cara a cara, con Jesús. En uno de los raros
momentos de tranquilidad, cuando se encontraba con sus discípulos, Él les pide
a ellos: ‘¿Las multitudes, quien dicen que yo sea?’. Y ellos responden: ‘Juan
Bautista; otros dicen Elías; otros, uno de los antiguos profetas que ha
resucitado’.
Por lo tanto la gente tenía estima de Jesús y lo consideraba un
gran profeta, pero no tenían aún la conciencia de su verdadera identidad, o sea
que Él era el Mesías, el Hijo de Dios enviado por el Padre para la salvación de
todos.
Jesús entonces se dirige directamente a los apóstoles –porque es
esto lo que más le interesa– y les pregunta: ‘Pero ustedes quien dicen
que soy?’.
Inmediatamente, en el nombre de todos, Pedro responde: ‘El
Cristo de Dios’. Vale a decir: Tú eres el Mesías, el consagrado de Dios,
enviado por Él a salvar a su pueblo según la Alianza y la promesa. Así Jesús se
da cuenta que los doce, en particular Pedro, han recibido del Padre el don de
la fe; y por ello inicia a hablarles abiertamente de lo que le espera en
Jerusalén: ‘El Hijo del hombre –dice– tiene que sufrir mucho, ser rechazado por
los ancianos, por los jefes de los sacerdotes y de los escribas, ser asesinado
y resucitar el tercer día’.
Estas mismas preguntas se proponen nuevamente a cada uno de
nosotros: “¿Quién es Jesús para la gente de nuestro tiempo? ¿Quién es Jesús
para cada uno de nosotros?”. ¿Para mi, para ti, para ti, para ti…?. ¿Quién es
Jesús para cada uno de nosotros?
Estamos llamados a hacer dea respuesta de Pedro nuestra
respuesta, profesando con alegría que Jesús es el Hijo del Dios, la Palabra
eterna del Padre que se ha hecho hombre para redimir a la humanidad, volcando
sobre ella la abundancia de la misericordia divina.
El mundo más que nunca necesita de Cristo, de su salvación, de
su amor misericordioso. Muchas personas advierten un vacío en torno a sí y
dentro de sí, quizás algunas veces también nosotros; otras viven en la
inquietud y en la inseguridad debido a la precariedad y de los conflictos.
Todos necesitamos respuestas adecuadas a nuestras interrogaciones
existenciales. En Cristo, solamente en Él es posible encontrar la verdadera paz
y el cumplimiento de cada aspiración humana. Jesús conoce el corazón del hombre
como ningún otro. Por ello lo puede sanar, dándole vida y consolación.
Después de haber concluido el diálogo con los apóstoles, Jesús
se dirige a todos diciendo: ‘Si alguien quiere venir detrás de mi, renuncie a
sí mismo, tome su cruz cada día y me siga’.
No se trata de una cruz ornamental o ideológica, pero es la cruz
del propio deber, del sacrificarse en favor de los otros con amor, de los
padres, los hijos, la familia, los amigos y también los enemigos. La cruz de la
disponibilidad de ser solidarios con los pobres, a empeñarse por la justicia y
la paz.
Al asumir estas actitudes, no tenemos nunca que olvidarnos que
‘Quien pierde la propia vida por Cristo la salvará.
Es un perder para ganar. Y acordémonos de nuestros hermanos que
aún hoy ponen en práctica estas palabras de Jesús, ofreciendo su tiempo, su
trabajo, su fatiga e incluso su vida para no renegar su fe en Cristo.
Jesús mediante el Espíritu Santo, nos da la fuerza de ir
adelante en el camino de la fe y del testimonio. Y en este camino siempre está
cerca de nosotros la Virgen: dejemos que Ella nos tome de la mano, cuando
atravesamos los momentos oscuros y difíciles».
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡GRACIAS POR COMENTAR!