Liturgia
¿Qué mandamiento es el
primero de todos?, preguntaba un letrado a Jesús. Y Jesús respondió la gran respuesta que
llevaba en el alma todo buen judío: Escucha,
Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor: amarás al Señor tu Dios con
todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser. Y el
alma de Jesús se llenaba de gozo y emoción recitando ese inmenso precepto. Para
Jesús suponía explayar su corazón en lo que más podía llenarle, no sólo porque
lo sentía así dentro de él, sino porque podía comunicarlo y dar gloria a ese
único Dios del Cielo.
La sorpresa del letrado es que Jesús no se quedó en aquello
que era patrimonio de todo judío. Jesús añadió por su cuenta un segundo mandamiento: amarás a tu prójimo
como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que éstos. Y Jesús había seguido
así proyectando los sentimientos de su corazón, poniendo a los semejantes en
ese “mandamiento” desdoblado y que es parte del primero. Porque el que ama a
Dios, ama a su hermano, o se convierte en un mentiroso.
El doctor de la ley volvió a repetir ese doble mandamiento
que Jesús había revivido en su alma con tanta fruición, reconociendo que valía más que todos los holocaustos y
sacrificios. Jesús alabó al buen hombre, porque había hablado sensatamente.
Y le hizo una alabanza muy substancial: No
estás lejos del reino de Dios. Lo que, trasladado a nosotros, en tanto
estamos en el Reino cuanto que amemos a Dios con toda nuestra alma y nuestra
mente y nuestro ser, y al prójimo lo amemos como a nosotros mismos. De momento,
así. Porque más adelante Jesús va a dar un paso mucho más largo, pidiendo a los
suyos que no sólo amen al prójimo como a sí mismos, sino que lo amen como Yo os he amado. El Corazón
de Jesucristo, que tanto ha amado a los hombres que ha dado su vida, está
pidiendo que no sólo se llegue a querer para los otros lo que queremos para
nosotros mismos, sino que –como Jesús- seamos capaces de amarlos más que a
nosotros mismos. La medida es el amor del propio Corazón de Jesús, quien nos
amó cuando éramos pecadores (cuando éramos enemigos).
Así es como no estamos lejos del Reino de Dios. Y de lo
contrario estamos a distancia de ese reino. Porque
si sólo amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Amad a vuestros enemigos.
Amad cuando os hagan mal y hablen todo género de maldad contra vosotros.
Amad al hambriento y al sediento… Al enfermo y al preso…
(ya empieza a ponerse la cosa más difícil…). Amad al pecador y a la prostituta.
[como yo he amado…: es la norma. Y Jesús llegó al extremo del amor o al amor
extremoso amando donde el natural tira para atrás en tantas ocasiones].
En la 1ª lectura (2 Tim 2, 8-15) encontramos a Pablo
prisionero. Pero no se le ocurre entonces otro pensamiento que exhortar a su
discípulo a mirar a Cristo resucitado, que nunca puede ser apresado. Ni la
Palabra de Dios está presa. Por ello lo
aguanto todo y lo ofrezco por los elegidos para que perseveren en la verdad.
Porque el que persevera es reconocido por Jesús. Predica la verdad sin desviaciones y no te pierdas en discusiones
de palabras y dichos, porque eso no lleva a ninguna parte.
Posiblemente sea una recomendación muy útil en los tiempos
actuales. La palabrería de los enemigos de la fe (o de los que pretenden
discutirla para justificar su propia desviación) es absolutamente inútil. A
palabrería siempre lleva las de ganar el que habla y habla y saca mil nimios
detalles con los que atacar. No entrará nunca en el núcleo de la cuestión. No
abordará nunca su propia realidad personal. Siempre echará tinta de calamar
para ocultar o disimular sus verdaderas razones y situaciones personales. Pero
parecerá que gana siempre la partida porque se maneja en un campo sin barreras –que
pasa incluso al ataque personal-, cosa que un cristiano no hace ni debe hacer
porque vivimos dentro de unos principios esenciales, con el respeto al otro
aunque sea adversario y contrincante.
No perderse en palabrerías. Pero ser TESTIGOS CLAROS DE LA
VERDAD con una vida ejemplar, unos modales educados y respetuosos y unas
convicciones profundas que se llevan a la realidad y se viven contra viento y
marea. Que a la larga, eso es lo que muestra dónde está la verdad.
catecismo de la iglesia católica (Continuación)
ResponderEliminarOCTAVO MANDAMIENTO: "NO DIRÁS FALSOS TESTIMONIOS NI MENTIRÁS"
" El hombre es el ser que necesita absolutamente de la verdad y, al revés , la verdad es lo único que esencialmente necesita el hombre, su única necesidad incondicional".(José Ortega y Gasset).
¿QUÉ NOS EXIGE EL OCTAVO MANDAMIENTO?.-El octavo mandamiento nos exige a no mentir.Mentir significa hablar u obrar consciente y voluntarimente contra la verdad. Quien miente se engaña a sí mismo y conduce al error a otros que tienen derecho a no ser engañados.
Toda mentira atenta contra la justicia y la caridad. La mentira es una forma de violencia; introduce el germen de la división en una comunidad y socava la confianza sobre la que se funda toda comunidad humana.
¿QUË TIENE QUE VER CON DIOS NUESTRA RELACIÖN CON LA VERDAD?:_Vivir en el respeto a la verdad no significa únicamente ser fiel a uno mismo . Mirado de cerca,ser veraz significa ser fiel ante Dios, pues él es la fuente de toda verdad. La verdad sobre Dios y toda la realidad la encontramos directamente en Jesús, que es "el camino y la verdad y la vida"(Jn 14,6).
Quien sigue realmente a Jesús es cada vez más veraz en su vida.Suprime toda mentira , falsedad, fingimiento y ambigüedad de sus actos y se hace transparenre para la verdad.Creer quiere decir convertirse en testigo de la verdad.
La respuesta de Jesús,¡preciosa, que nos llena de ternura cuando se la recitamos al Padre! Es la profesión de Fe y la plegaria que los fieles judíos rezaban y rezan todos los días. Empieza invitando a escuchar para poder percibir la Presencia y la acción amorosa de Dios en el mundo, en el pueblo, en cada persona. Israel es el pueblo elegido. Para Israel el Dios único es el suyo, el que los sacó de la esclavitud, el Creador del mundo, el que les ha dado la Tierra Prometida, el Padre...Es decir: se trata de escuchar para reconocer que somos amados e invitados a responder adecuadamente, con generosidad, como verdaderos hijos.
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