Día normal. La suegra de Simón (Mc
1, 29-31)
Siguiendo el
orden de Marcos, y por tanto “su argumento” –que es también pieza importante en
la comprensión de los hechos evangélicos-, que por eso soy tan poco partidario
de seguir las lecturas diarias en la oración personal), San Marcos nos está llevando
de la mano a VER un día completo en la vida de Jesús. Comenzó el día en la sinagoga de Cafarnaúm,
dejando muy claro que su Palabra no es una repetición de lo escrito (muy
diverso a los de los fariseos), sino con una fuerza de la verdad que da una
sensación de autoridad que llama la atención. Y además de la palabra, los
hechos, y hace la mayor demostración de poder, expulsando un demonio que, por
su parte, pretendía dominar a Jesús nombrándole por su títulos de “santo de
Dios”. La gente se asombra de este conjunto
de hechos y corre su fama por todas partes.
De ahí a la casa de Simón que –según se quiere explicar en las actuales
ruinas- lindaba con a sinagoga. La suegra, con una gripe encima, estaba en
cama. Jesús también llega hasta ella con
su parte de buen humor para levantarle el ánimo. No vamos a pensar que Jesús
llega a la, casa y llega con el milagro en las manos. Es Simón quien ya le
advierte de antemano a Jesús que su suegra esté enferma; han tenido mala suerte
en el momento de meterse allí, pero ya se arreglarán. Jesús manifestó su deseo de visitar a la
enferma. Lo pasan a su habitación, se
queda con ella, la escucha, le bromea, le dice que se ha quedado allí porque
está más calentita y descansada, y que ahora los va a dejar sin comer… La pobre
mujer no tiene muchas fuerzas para otra cosa que para afirmar claramente qué mas quiera ella que estar buena… Jesús la toma de la mano y le dice: Pues hágase como tú quieres; ya no tienes
fiebre; ya estás fresca, y además tú misma ves que tienes fuerzas. Puedes
levantarte tranquilamente si es tu deseo…
Jesús se sale de la habitación con Simón y Andrés que como familiares habían
estado presentes a aquella visita “de enferma”, y la mujer se siente estupendamente
y se dispone a dejar la casa en mejores condiciones.
Le había cogido con “la despensa” vacía, porque su fiebre la había dejado
sin poder comprar, y porque dentro de la familia se arreglaban como podían en
aquellas circunstancias. Ahora se encontraba
en una excepción imprevista: tiene en
casa –por menos- 5 hombres para comer. Y la mañana avanzada ya. Ha de echarse
el mantón por los hombros y salir a las vecinas más cercanas para pedirles
prestado lo necesario para preparar una comida. Y ya llama la atención que la
buena mujer que estaba en cama, vaya ahora de aquí para allá…, y que se le ve
en sus normales facultades. Ella explica lo que ha pasado, y si ya había salido
de la sinagoga en olor de multitud, ahora, en los niveles de la gentes encilla,
la del día a día. Salta una nueva chispa de admiración. Realmente aquel hombre
no es como los demás. Aquel hombre es un personaje que parece estar llamando a
la gente, sin hacerlo expresamente, pero por la fuerza de su testimonio. Y las
mujeres aquellas tomaron nota y, como buenas mujeres, corrieron a noticia de
boca en boca…
La suegra vino con su cesto lleno de lo que había sacado aquí y allí y
se puso pronto a hacer la comida. No sería un banquete de fiesta pero sí una
comida sencilla de familia, una comida de lo más normal que podía hacerse. Y cuando llegó la hora del almuerzo, la mujer
avisó que iba a poner la mesa, y que les iba a servir la comida… Jesús le
volvió a bromear: ¡Y ésta era la enferma…! Ella sólo respondió con una honda sonrisa cómplice,
de agradecimiento, y se puso a servirles. “Esto
es lo que hay; no ha podido ser otra cosa”.
Y todos comieron satisfechos, mientras Jesús seguía con sus enseñanzas,
sus explicaciones, sus ejemplos…, que había iniciado antes en ese espacio en
que la mujer había estado moviéndose para preparar la comida. Ellos multiplicaban sus preguntas, y
encontraban en Jesús respuestas llenas de sabiduría y fondo, que nunca habían
escuchado.
Comieron. La mujer –como propio
de la cultura judía- se mantuvo en su cocina y salía para los servicios
necesarios. Y comería mientras tanto.
Fregó, dejó limpia su cocina (allí no cabía pensar otra cosa).
Donde yo establezco la diferencia –y sé que forzando todo contexto
cultural- es después en la sobremesa. No
era normal que una mujer estuviera allí donde estaban los hombres. Pero yo
imagino a Jesús llamándola para que se venga a estar con ellos. Se resistía la
mujer, pero Jesús insistió. Nos has servido, has trabajado, está en tu
casa, y no te vas a quedar aislada ahora en tu habitación. Lo que estamos hablando no es un secreto, y
tú tienes hoy un puesto importante en medio de nosotros. Muy a regañadientes la mujer se vino…,
intentó quedarse en un segundo plano, pero Jesús le hizo estar como los demás… Al principio la mujer no hablaba; se limitaba a estar y escuchar. Pero las preguntas y respuestas de los
hombres le fueron levantando curiosidades, y de esas que son capaces de caer las
mujeres y en la que los hombres no caen.
Y su presencia resultó enriquecedora para aquellas explicaciones que
Jesús iba adobando con sus parábolas y su lenguaje sencillo. Una sobremesa deliciosa, en la que se llegó a
sentir cómoda aquella mujer. Bien se
demostraría que Jesús tuvo delicadezas en su vida con otras mujeres, a las que
sacaba de ese anonimato impersonal tan propio de aquel entorno cultural. Fue una parte de la labor nueva de este nuevo plazo que Él había anunciado.
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